Están pasando demasiadas cosas raras
para que todo pueda seguir tan normal
(Charly García-"Bancate ese defecto")
Un líder piquetero que ya demostró que no tiene votos cuando se probó como candidato, viaja al frente de un par de colectivos con manifestantes desde el norte argentino hacia Buenos Aires para encabezar una protesta. Pero decide hacer una parada en Rosario y se planta con sus seguidores frente a un supermercado híper visible de la zona oeste de la ciudad. La imagen, en un marco de crisis política y económica que amenaza con arrasar con todo, remite a viejos fantasmas, que se agitan a la par que las fotos y los videos circulan por las redes sociales.
No, dice el dirigente, no es un saqueo. Y se retira con sus militantes tras acordar una reunión con el Ministerio de Desarrollo Social de la provincia a la que, finalmente, no asiste, lo cual demuestra que todo fue un acting. Pero la escena no es inocente: ningún actor político-social del país, y sobre todo alguien con la experiencia de Raúl Castells, ignora lo que puede generar en la memoria emotiva de los argentinos apostar decenas de personas amenazantes frente a un supermercado de Rosario porque avanzan el hambre y la pobreza.
Para colmo, al día siguiente, otro líder piquetero sí habla de saqueos. Dice que se pueden producir “en semanas”. No, no es un dirigente de una organización de la izquierda, como el Polo Obrero, que muy por el contrario tiene un discurso mucho más tranquilizador. Se trata de un referente importante del oficialismo, cercano a la vicepresidenta Cristina Kirchner, y que si bien no es funcionario del gobierno nacional, maneja una caja gigantesca del Estado a través de los funcionarios de su confianza que conducen el Registro Nacional de Barrios Populares (Renabap), el principal plan oficial para hacer frente a la falta de vivienda digna que sufren miles de familias argentinas.
Juan Grabois ridiculiza al presidente. Lo hace desde el canal más oficialista de la televisión nacional, C5N, que ese mismo día cambia de postura y se sube al coro de los que dicen que la situación no da para más, mientras el dólar escala sin freno a la vista.
El presidente no preside
El presidente no conduce más nada, eso es evidente. Su palabra perdió todo valor, un proceso que comenzó cuando se descubrió que había participado en una fiesta por el cumpleaños de su pareja en Olivos al mismo tiempo en el que instaba a los argentinos a quedarse en sus casas por el riesgo de contagio de coronavirus.
La vicepresidenta que lo designó para que encabezara la fórmula que ambos formaron –anomalía de origen– mira la crisis como una espectadora más, como si no fuera parte de la misma ni depositaria de la confianza de un sector que, aunque viene en retroceso, la idolatra y la cree la única persona capaz de conducir el país en la actual situación, por capacidad y peso político.
Desde que el ex ministro de Economía Martín Guzmán dejó el cargo –desgastado por sus críticas, los condicionamientos de los funcionarios que le responden y la falta de espalda del presidente para darle el control total de la política económica–, Cristina Kirchner no habla del asunto: ni cuestiona ni respalda los lineamientos que la nueva ministra, Silvina Batakis, busca imprimir a su gestión para aquietar lo que la misma funcionaria describe como un tembladeral de características dramáticas. Muchos de sus seguidores están desconcertados, preocupados.
“Necesitamos, una línea, alguien que agarre la bandera y nos ayude a salir de esta abulia política”, escribió este jueves en Facebook el periodista Jorge Ramírez, ex director de Radio Nacional Rosario, en una especie de carta abierta a Alberto y Cristina en la que enumera las "calamidades" que preanuncian medios y dirigentes opositores, y cuestiona la parsimonia con la que parecen tomar el tema los principales referentes del oficialismo.
Pero el presidente parece grogui, mientras la vicepresidenta sintoniza otro canal y centra sus intervenciones en el debate público en el ataque a los integrantes de la Corte Suprema de Justicia, que habilitan que avancen las causas de corrupción en su contra. Algo que, por cierto, para muchos es también un mensaje que suma al fuego de la incertidumbre.
El resto del gobierno, en tanto, sigue a los tumbos. Sin capitanes al timón del barco, todos tienen dudas y, ahora también, miedo. Al punto que se hacen llamados a licitaciones para obras importantes, que le podrían dar algo de oxígeno a la gestión, mostrar que continúa viva, pero no se anuncian.
Es lo que pasó, por ejemplo, con dos proyectos clave para Rosario: las remodelaciones en el Monumento a la Bandera y la conexión de avenida Wilde con la autopista a Córdoba, una obra que facilitará la instalación de un nodo logístico en esa zona. Se publicaron el jueves en el Boletín Oficial, pero el Ministerio de Obras Públicas se negó a hablar del tema. “En este contexto salir a contar proyectos solo con el llamado a licitación nos parece poco prudente", argumentan.
Es decir, demasiada incertidumbre, hasta para el propio gobierno.
La oposición baja el volumen
En este marco, la oposición también adopta una postura que se podría definir como prudente. Rechaza una convocatoria al diálogo que formulan sin proyecto concreto ni convicción sectores históricamente no dialoguistas del oficialismo, pero afloja la intensidad de sus críticas a la gestión. Ni siquiera se sube públicamente al agite de elecciones anticipadas que realizan periodistas afines como Luis Majul y Viviana Canosa, salvo por el caso aislado de un diputado sin llegada a los círculos más encumbrados de Juntos por el Cambio.
Acaso la oposición haya tomado nota que la desesperanza que hoy es marca principal del humor social y el repudio de una enorme porción de la ciudadanía con la dirigencia política también la comprende. Lo vivió en carne propia el ex presidente Mauricio Macri en una visita que realizó esta semana a Berazategui –en el marco de un plan para auscultar si está en condiciones de ir por un “segundo tiempo”–, donde recibió saludos pero también rechazo.
“El fracaso es una moneda de dos caras”, escribió el analista Jorge Asís. En este caso, dice, una tiene grabado el nombre de Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Sergio Massa; mientras que en la otra están los rostros de Macri, Gerardo Morales y Elisa Carrió.
La estrategia de Juntos por el Cambio parece ser esperar. Que la bomba, esta vez, le estalle al peronismo que en su propia crisis interna, madre de la crisis general, cumple todos los roles: es oficialismo y oposición al mismo tiempo. Y de lo más destructiva.
Un sistema en riesgo
Lo cierto es que la crisis no es de un partido, es sistémica, y afecta al esquema completo de representación parido después del big bang de 2001: un bicoalicionismo con el kirchnerismo como ala izquierda y el macrismo como ala derecha. En parte, eso explica que el sentimiento colectivo esté más cerca de la depresión que de la rebeldía, algo que enerva a comunicadores que empujan salidas dramáticas y se molestan por “la paciencia de los mansos”. Están en las antípodas ideológicas de Grabois, a quien desde hace años demonizan, pero de alguna forma juegan en la misma dirección: la del estallido.
¿Pero va a salir la (ex) clase media, esa a la que ni siquiera un sueldo en blanco le alcanza para quedar por encima de la pobreza, a tumbar un gobierno para que vuelvan quienes ya también fracasaron y fueron sus verdugos? En los barrios más empobrecidos, dicen fuentes de Desarrollo Social de la provincia de Santa Fe y de la Municipalidad de Rosario, no hay ese clima de agitación del que habla Grabois.
“La actual situación se puede parecer mucho a la de 2001, sobre todo por la falta de liderazgo político, de todo liderazgo político. Pero hay diferencias importantes: en aquella época no había contención social, mientras que hoy hay más 20 millones de planes sociales y bajo desempleo. Además, y muy importante, bancos e industrias no tienen comprometido su patrimonio y el precio de la soja estaba en aquel momento en un piso de 120 dólares, mientras que ahora ronda los 600”, explica un dirigente del oficialismo que se manifiesta abrumado por cómo el peronismo se fagocita a sí mismo.
¿Entonces, qué es lo que viene? Rumores y especulaciones hay de sobra. En cualquier salida, tendrán mucho que ver Cristina, Massa y eventualmente la oposición, si la inestabilidad sigue escalando y el Congreso se convierte en escenario de una negociación que por ahora no existe.
Desde la renuncia de Guzmán, la crisis se aceleró de manera dramática. Con el dólar blue que este viernes merodeó los 350 pesos y el Banco Central sin reservas para hacer frente a la presión devaluatoria, un gobierno que se queda sin espalda busca mecanismos para que se abra una de las pocas llaves que le quedan para al menos ganar tiempo: que el campo saque de los silobolsas las decenas de toneladas de soja que guarda a la espera de una ecuación cambiaria más favorable para su sector. Suena a empresa quimérica.
Pero debería inquietar a todos, incluso a esos sectores, la reaparición que hubo en estos días de voces del pasado que cargan con todo un currículum de desestabilización de procesos democráticos. ¿Cómo no alarmarse si tipos como Carlos Ruckauf y Aldo Rico salen a plantear la renuncia presidencial el primero y un llamado a los militares el segundo porque “todo es válido cuando la Patria está en peligro”?
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