Bien sabemos de la natural resistencia al cambio que naturalmente todos tenemos. Salir de la zona de confort nos enfrenta al desafío de modificar lo habitual y conocido y trasladarnos a un nuevo terreno que nos reta a convivir con situaciones consideradas inicialmente, al menos, inciertas. Cambiar se complica aún más sí estamos convencidos que lo que hacemos es lo mejor y que ha sido realizado por décadas con todo éxito.

Específicamente me refiero a la formación de posgrado de profesionales a través de las residencias médicas, que en los últimos días fue noticia por la falta de postulantes y el riesgo que se implica para las prestaciones de salud.

Observamos con atención los crecientes y justos reclamos de mejores remuneraciones en la Provincia de Buenos Aires. Sobre ello no me voy a extender porque obviamente me sumo a ellos pero, debo decir, no son el motivo de estas reflexiones. Creo interpretar que hay, además, otros móviles incluso más profundos que deberíamos saber “escuchar”. 

Hago énfasis en esta palabra porque en este caso como en tantos otros que afectan a terceros estamos habituados a dar nuestra propia opinión, seguramente muy bien intencionada, cuando nuestro primer deber es el prestar extrema atención a las razones que lo subyacen.

Sólo unos pocos días antes del inicio de los conflictos, Decanos de Medicina de todo el país se reunieron para evaluar la actual situación de la educación en el área y “los desafíos más acuciantes que presenta la enseñanza de la medicina”.

Debatieron sobre la necesidad de equilibrar la educación teórico-práctica, jerarquizar los conocimientos a través de la evaluación de los egresados, promover el acceso a pasantías para los médicos en formación, introducir materias humanísticas en las carreras de grado y avanzar hacia la recertificación que garantice una correcta formación de los egresados.

Nada se dijo ni se previó en ese momento sobre lo que en pocos días generaría una alerta a todo el sistema de salud.

La falta de postulantes a las residencias se transformó en un fenómeno generalizado a nivel nacional con epicentro en algunas especialidades llamadas críticas.

Desde mi punto de vista no se los ve a los médicos en formación expresar sus reclamos en consonancia con las conclusiones del conclave de las autoridades universitarias o viceversa los decanos no tomaron debida nota de lo que estaba pasando en sus posgrados.

Un porcentaje no despreciable de residentes no están satisfechos con la formación que reciben y expresan primariamente que se deben habitualmente a lo difícil de las relaciones entre pares en un ambiente hostil y muy competitivo, la ausencia o escasa presencia de tutores que los supervisen, el maltrato que suelen recibir de superiores y muchas veces, porque no decirlo, de pacientes y familiares que les provocan una alta presión asistencial que a su vez repercuten negativamente en sus actividades académicas.

Los más rigurosos también hacen hincapié por las pocas facilidades que se les brindan para realizar actividades en el campo de la investigación, lo que hoy llamamos Medicina Traslacional.

Empezar a escuchar y tomar realmente en cuenta las expresiones de los residentes no supone perder la mirada crítica sobre el contenido de sus demandas y también exige no caer en la tentación demagógica de buscar una respuesta complaciente que sólo sirva para desactivar reclamos nivelando para abajo y reduciendo las exigencias imprescindibles para la correcta formación de aquellos que en el futuro serán responsables de la salud de la población.

Cierto es que no todas las residencias son iguales y que en muchos casos las actividades se realizan en un medio amable, de buen trato, cuidados por sus docentes, con alto nivel académico que son un ejemplo a imitar y donde, reflexiono, nunca tendrán problemas para completar sus cupos ya que los jóvenes profesionales al interrelacionarse en éstos tiempos, fuertemente a través de las redes sociales los jerarquizan y promueven.

Sin desconocer que un incentivo importante para atraer residentes es el sueldo que van a cobrar, aquellas entidades que no están en condiciones de ofrecer una remuneración lo suficientemente atractiva son la que más deberían estar ocupadas en mejorar el resto de las condiciones no financieras que sí pueden manejar, como la generación de un ambiente de trabajo productivo y motivante que estimule la investigación y el crecimiento académico y profesional.

Los autoridades universitarias y los docentes de los posgrados debemos reflexionar sobre esta situación, aprender de aquellos que se han adelantado a  los cambios, e incentivar mejores respuestas sí no queremos encontrarnos en un corto plazo con nuestras aulas desiertas.

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El autor es Jefe del Servicio de Clínica Médica Hospital Escuela Eva Perón