“Ya puedo morir tranquilo”. Las palabras salen naturales, como agua de un manantial, de la boca de Puck Jansen una vez que Pablo Echavarría da por concluido el encuentro. Puck es uno de los cuatro europeos que estuvieron en la cancha de Newell’s Old Boys para vivir esa experiencia absoluta y que va más allá del fútbol: el clásico rosarino

Rebobinemos un poco. Faltan tres horas y media para el inicio del partido y los cuatro amigos caminan en dirección al Parque de Independencia. En el primer puesto de camisetas preguntan precio por la que dice Maradona. Se llevan dos. Son tres holandeses, Puck Jansen, Arjan de Jonge y Genny Zeegers y un español, Tony Cabot.

El mallorquín oficia de guía y traductor con el mundo. Vive en Buenos Aires desde hace 9 años y se ha conocido con los tulipanes hace poco, por intermedio de un amigo irlandés que reclutó un grupo importante de europeos para visitar Argentina aprovechando el marco cambiario favorable para el euro y la euforia del campeonato mundial obtenido por los albicelestes.

Se escuchan unos estruendos y este servidor les anuncia “esos bombas nos están llamando”. Caminamos juntos y hablamos en una especie de esperanto: neerlandés, español e inglés de Echesortu.

Puck es de Doetinchem, un pueblo del sur de Holanda cerca de la frontera con Alemania. Enseguida busca en su bolsillo izquierdo y me obsequia dos calcomanías de De Graafschap, el club de su ciudad y del cuál es hincha. Forma parte de un grupo de holandeses que viaja por el mundo con el único objetivo de ver fútbol. No les interesa nada de turismo que no tenga que ver con la redonda.

Es su blasón, su escudo familiar, su marca identitaria. Saca su celular, abre una app denominada “Futbology” y muestra su extenso derrotero. La aplicación lleva todo registrado: 46 países distintos visitados, más de 450 estadios, cada uno de los partidos con su fecha, sede y resultado. Los destinos son increíbles. “Me sale más barato un ticket a Europa del Este que la gasolina para cruzar a Bélgica. A Inglaterra vamos a ver la 3ra o cuarta categoría”. Entre los clásicos más vibrantes figuran el Derby Eterno de Belgrado, que es como se conoce popularmente al enfrentamiento entre los dos equipos más importantes de Serbia: el Partizan y el Estrella Roja de Belgrado. También ha vivido otro de extrema tensión: el del Paok y el Aris, en Salónica, Grecia.

Arjan es de pocas palabras. Es de Róterdam e hincha del Excelsior, un pequeño club local que milita en la segunda neerlandesa. Pide un fernet con coca a un vendedor ambulante y suelta: “Sé que la gente dice que estamos locos y sí, lo estamos. Pero es lo que nos gusta”. Su pedigrí no es menos espectacular: 26 países diferentes, más de 400 estadios distintos, Japón, Motenegro, España, Georgia, Inglaterra, Argentina. Sin embargo, rescata al clásico rosarino como el mejor partido del mundo: "Estuve en partidos muy bravos, en países que viven en guerra. Pero esto está a otro nivel".

Miran sorprendidos la cantidad de gente que se agrupa en Rodriguez y Pellegrini. Los límites de las calles y el parque ya se borran. Una marea rojinegra lo ha contaminado absolutamente todo. Un joven salta encima del baúl de un auto estacionado: “La ley por estas horas está levemente suspendida”, les advierte quién suscribe. 

Ante la fascinación foránea, Tony saca su celular y muestra a todos el recibimiento que Central tuvo hace unos meses. Los rostros se iluminan de alegría y se maravillan cuando el español les dice que esto pasa en ambos estadios. Tony Cabot nació en las Islas Baleares y es hincha del Real Mallorca. Hace unos 9 años que vive en Argentina, actualmente en Colegiales. “Soy un enfermo por el fútbol. Llegué y a los 6 meses estaba trabajando con Niembro, el Bambino Veira, Caruso Lombardi y Coppola. Ahí me di cuenta que Argentina era mi lugar en el mundo”. Cuando llegó el euro cotizaba 16,50 pesos argentinos y fue difícil para él. Pero el futbol argentino le abrió sus puertas mientras que España subía los precios de los tickets del Real Madrid o Barcelona para que sólo sean alcanzado por turistas japoneses o jeques árabes con toda su comitiva. Cierra definitivamente la grieta argento-española durante el Mundial de Qatar: “Cuando quedó fuera España yo hinché por Argentina. Vamos, que somos hermanos”. 

Genny es el más callado. Es de un pueblo cerca de Róterdam y es hincha de Feyenoord. Sólo habla neerlandés y el sistema universal de señas rosarino por el cuál intercambiamos conceptos. Como sus compañeros de Países Bajos ha visto 11 partidos en 10 días que están en el país y me enseña un video que grabó el sábado en la cancha de Chacarita. Es quién menos puede expresarse mediante el lenguaje pero el que más disfruta el intercambio cultural. “Pensé que me iba a encontrar con gente violenta (hace señales de pugilato con sus puños). Pero es agradable (mientras esboza una sonrisa enorme y me da un abrazo)”. 

Las cervezas pasan, sus idas y venidas hacía el nudo de gente que explotó Pellegrini y Rodríguez se sucedieron hasta el cansancio. Los videos son cientos. Y el intercambio cultural incluyó el humo con unos cuantos hinchas leprosos. Nos despedimos para que vayan rumbo al estadio y Puck mira una vez más al pueblo rosarino. Se da vuelta una última vez y me dice: “Esto es fútbol”.