En un cuaderno que arrastra desde hace años, el actor Mauricio Dayub vuelca recuerdos, emociones, anécodotas. Nunca pensó que se iba a convertir en un libro, pero lo hizo –Alguien como vos– y ya pule un estilo propio que, en verdad ejercitaba ya en la escritura de sus obras de teatro, como El equilibrista donde da vida a seis personajes a historias distintas.

Sin embargo, se reconoce mal lector. O un lector distraido. De los libros, sólo le gusta la acción que generan en él: leer, para el doctor de Toc, toc, es una invitación a hacer, aunque entre sus pendientes actores está el gran Shakespeare. Hamlet es un anhelo que no descarta.

–Tu primer libro, ¿por qué ahora?

En realidad, la pandemia me dio el tiempo para hacerlo. En un cuaderno anotaba el título de las historias que yo sentía que habían sido fundamentales en mi vida, que habían sido muy importantes por lo que me habían dejado, por lo que me habían enseñado. Escribía el título como para no olvidarme. Esto que me pasó, no me lo olvidé, me marcó casi que forjó mi personalidad porque a partir de ahí siempre que yo estaba en una situación similar eso me me resonaba. Y en los veranos cuando tenía más tiempo, fui tratando de recordar, a qué edad me había pasado eso que me había pasado. Y en pandemia, busqué ese cuaderno y vi que tenía más de 25 títulos, uno de los cinco (años), otro a los nueve, otro a los 15, otro a los 17, otro a los 23.

Y empecé a trabajar sobre esos relatos, sobre los títulos que podían ser relatos y agregué otros que no había agregado, y los empecé a escribir. Si no hubiera tenido el tiempo de la pandemia, tal vez estarían todavía en el cuaderno los títulos, pero los escribí, después les empecé a grabar el audio para corregirlos, y como me gustaban los empecé a compartir con alguna gente muy cercana. Y casi todos me decían: “¿tenés otro?”. Y les pasaba otro. “Che me encantaron, ¿seguís con esto?”. “Sí, sí. Tengo varios”. “Pasame otro”.

Me empezó a pasar que me pedían, pero así de a cinco, de a seis, de a siete. Y me di cuenta que había algo ahí, que todos tenían como una esencia común y ahí fui armando como un estilo, tratar de que no pasaran los tres minutos de relato. Que tuvieran comienzo, desarrollo y final, que algunos fueran divertidos, otros emocionantes, pero que todos tuvieran antes del final, eso que a mí me había hecho escribir los títulos, eso que a mí me había enseñado.

Después de eso los empecé a publicar en las redes, y después me lo pidieron de un Congreso de la Lengua, y después de una revista, y después me llamaron de la radio para que fuera a contarlos toda la semana, y después apareció Random House que había escuchado los relatos en la radio y la editora me dijo que sentía que había un libro, que quería saber si tenía más. Le conté y les mostré lo que tenía y ahí cerramos.

 

–Al escribir sobre experiencias personales, ¿escribís todo? ¿Hay algo que te guardás?


Yo siempre creo que hice todo lo posible para que nadie me conozca. Yo siempre entendí que actuar tenía más que ver con observar a los demás que con ser observado, y eso hacía que yo me mantuviera siempre sin contar mucho lo mío.

De hecho, tal vez por cosas de chico, de mi familia... no es que éramos una familia en la que los padres nos sentaban en la mesa y decían “bueno, contame que te está pasando”. Se hablaba muy poco. Entonces casi todas las cosas importantes yo no las compartía, me latían adentro. Parecía que me iba a explotar el corazón y me las guardaba. Entonces, a estos relatos los conté tal cual ocurrieron, es muy poco lo que lo que les pude intervenir. Tal vez lo que le intervine en algunos de los relatos puede haber sido acortar algún tiempo para que al lector le fuera más fácil comprender, pero son hechos reales, no son ficción y están contados como me ocurrieron. Al menos como yo me los imagino, como yo recuerdo que me ocurrieron.

Muchos de éstos los viví con amigos, con mis hermanos. Y me dicen: “¿pero cómo te acordas que ocurrió así?”. Y yo me los acuerdo así, yo me senté a escribir y... No diría que soy escritor porque pude escribir un libro con 40 relatos, tendría que escribir otro con relatos inventados para creerme que soy escritor. Estos son como un pequeño documento, es parte de mi vida fraccionada en pequeños relatos.

–¿Cómo fue volver a esos recuerdos?

Para mí fue hermoso. Primero porque algunas veces le había dicho a mi mujer, cuando tenga tiempo tengo que agarrar ese cuaderno porque ahí hay algo que me parece que está bueno. Y bueno, como el afuera me requiere bastante, no tenía el tiempo y siempre que uno...

Yo la primera vez que fui al festival de San Sebastián no aproveché mucho a conocer San Sebastián porque dije “vuelvo el próximo festival”. Han pasado 20 años y no volví. Del mismo modo, yo decía “un día de estos, lo tomo", y le pasaron 30 años al cuaderno. Pero para mí la experiencia fue hermosa porque cada historia habla de mí.

Viste que uno en la relación con los otros descubre cosas propias, y yo en la relación con estas historias entendía, y lo más lindo es que comprobaba, que eso que yo creía que estaba bueno recordarlo o escribirlo, ocurrió. Para mí fue muy importante. Se me cruza ahora por la cabeza el médico de mi infancia, que es el primer relato con el que empieza el libro.

A partir del ruido que hizo el relato en la ciudad, la Cámara de Diputados eligió ponerle una calle a su nombre en Paraná, la ciudad que yo nací. Si mi mamá supiera, que eso se logra a partir del relato que yo escribí estaría tan feliz porque el médico que nos atendía a nosotros cuando éramos chicos era alguien del barrio con una personalidad tan inolvidable, un tipo tan solidario, que atendía la vida de todos los chicos y que a esta altura, cuando ya nadie se lo esperaba –porque fue un tipo que falleció cuando yo tenía 15 años– sea reconocido, revisado y recordado, para mí es muy emocionante. Y hay muchos relatos que tienen eso.

Yo llegué a Tel Aviv (Israel) para hacer El equilibrista y salieron de un restaurante cuatro personas: “Mauricio, Mauricio, ¿dónde puedo volver a ver el relato de tu papá?”. Por internet había llegado a gente que vive en Tel Aviv y querían volver a ver el relato de una situación que vivió mi papá, pero que tal vez ni mi papá recuerda como yo la relaté. Tiene ese valor que tienen esas cosas simples de la vida, que te hacen bien porque de algún modo te recuerdan quién sos de verdad, y la vida que vivimos cada vez estamos más lejos de saber quiénes somos de verdad. La realidad nos lleva para otro lado todo el tiempo. Por eso fue hermosa para mí la experiencia de retomar el cuaderno y ver cada título y empezar a desarrollarlo.

–¿Lo seguís escribiendo?

No, así como en pandemia les empecé a poner imágenes ahora hay gente que como vio que trabajé con escenógrafos, dibujantes, caricaturistas, gente del medio audiovisual, me piden algún relato para ponerle imágenes y estoy compartiendo, tengo dos o tres que se están armando, que le están poniendo imágenes y entonces estoy de nuevo con los relatos compartiéndolos pero ya no en la en la etapa literaria, sino en la etapa audiovisual.

–¿Te los imaginás en el teatro?

El otro día el Chango Spasiuk, que le puso música a una de mis obras me convocó para grabar en vivo, él poniéndole música en vivo y yo contando uno de mis relatos. Y mientras lo hacíamos, decía esto es un espectáculo: nos vamos juntos y charlamos con la gente, y le hacemos escuchar la música, y le contamos los relatos. Algunos cuando los escribía los tuve que simplificar y acortar a esos tres minutitos que me gustaba que duraran, pero sentía que había mucho más, que si tiro de ese hilo puede surgir una historia que sea más que un pequeño relato. Seguramente en algún momento pueda ocurrir.

–¿Qué es lo que más te gusta a la hora de poner una obra en escena? ¿Actuar un personaje o contar una historia?

Lo que más me gusta es construir el todo desde que no hay nada. Ese empezar a sentir que hay algo que podría estar bueno para compartir con el público e irme a distintos lugares. Yo he elegido un pequeño pueblito de calles y lugares alrededor de donde vivo, donde uno de los lugares me inspira una cosa, el otro me inspira otra.

Ese momento donde empiezo a rumiar esto va a estar bueno para compartir con la gente y empiezo a pensar en quiénes serían las personas más idóneas que me podrían acompañar. Ese inicio de construcción es el más hermoso de todo porque mientras lo voy haciendo no tengo ninguna seguridad de acertar. Pero hay un impulso que desconozco de dónde viene, que me dice que voy bien y que siga por ahí.

Lo demás, hoy por hoy, compartirlo ya en el escenario con todo cerrado también es hermoso, pero lo que va entre la primera función y las 500 es una tarea más compleja, más difícil, donde hay más inseguridad, cuesta más el armado técnico, que todos estén con todas las pilas para que todo salga recontra bien, para que no haya detalles sin resolver. Eso lleva una energía que no es la más linda. La más linda es la previa, la previa me gusta mucho más.

En cuanto a la construcción del rol, a mí el teatro siempre me atrajo por la transformación. A mí me gusta que el cuerpo de la persona no sea la que sale al escenario, que sea la del personaje. Me decepciona mucho cuando veo un actor que me gusta mucho en alguna obra de teatro y me quedo a esperarlo y cuando sale es igual a lo que vi. Hay un plus ahí que no me me gusta.

No me gusta cuando cuando van de gira y utilizan los objetos que hay en el teatro y a todas las obras les ves la misma silla, la misma mesa, el mismo living. No, el teatro tiene que tener objetos que son exclusivamente de ese espectáculo, generado en los ensayos, construidos para que cumpla determinada función. Y los roles también, el mismo rol en todos lados, no. Para mí tiene menos mérito, hay gente que hace de eso un arte y lo hace muy bien, pero son personas con un carisma también muy particular. Yo no me creo tan atractivo como para salir yo al escenario y que la gente diga “qué bárbaro”.

–¿De ahí surge que en El equilibrista si no te gusta lo que viste, vos salís y te devuelven el dinero?


Fue una idea que me dio Carlos Rottemberg la primera vez que iba a ser temporada en Mar de Plata. Yo iba a ir con El amateur, hace de esto 25 años. Y él me dio dos o tres ideas para que mi temporada funcionara. Me dice: “para mí tu espectáculo es teatro con garantía, no va a haber nadie que no le guste, ¿por qué no hacés algo con un escribano? ¿que tengan que ir un escribanía? Poné el horario de la escribanía en horario de playa, así nadie va”.

Pero a mí me pareció muy jactancioso, encima que no me conoce nadie, voy a promocionar que devuelvo el dinero ante un escribano. Me pareció una mala presentación. Fui con perfil bajo, me fue muy bien esa temporada, mucho mejor de lo que él y yo nos imaginábamos. De hecho fue la temporada que me abrió las puertas de la profesión porque a partir de El amateur yo siento que la mirada de los demás hacia mí cambió muchísimo, se modificó mucho y me ayudó a todo lo que vino después.

Pero cuando termine de hacer El equilibrista, empecé a invitar a siete, ocho amigos. Hice diez funciones con seis, siete, ocho amigos y gente de distintas profesiones, distintas edades, y en cada una de esas pequeñas funciones iba testeando lo que gustaba, lo que no gustaba. Y mientras tanto yo iba tratando de agilizar el uso de los objetos, de ver cómo podía manejar yo mismo el vestuario, la escenografía, la utilería, todo lo que manejo, para tener seguridad para cuando llegara al público.

Y me empezó a pasar que en todas esas funciones privadas que hacía, cuando terminaba no se iba nadie, se quedaban en la sala y empezamos a charlar. Casi siempre estaban muy emocionados, casi que no podían hablar y empezaron a decir “este es un espectáculo necesario”, “no tenés que dejar de hacerlo”, “confiá”. No sé, cosas así. Sentí que tenía esos condimentos que hacían que tal vez ningún espectador querría que le devuelvan el dinero, que nadie se iba a sentir como que había pagado más de lo que había visto, o que se había equivocado al elegir la obra.

Había una unanimidad que me sorprendió porque no me había pasado otras veces y eso me llevó para llamar la atención y decir “acá estoy de nuevo”, como tenemos que hacer siempre los actores que estrenamos algún espectáculo, hacer un spot publicitario donde decía eso: “soy Mauricio Dayub, si de verdad no te llega a gustar, te espero en el hall y te devuelvo el dinero de las entradas”. “¿Qué te parece?”, le ponía al final como para que no quede tan jactancioso y me reía un poquito.

–¿Cómo hacés para, cada vez que te subís al escenario, generar esa conexión y al mismo tiempo no aburrirte al repetir lo mismo?


Sé que es algo que me pregunto hasta ahí. No me lo termino de preguntar por miedo a que desaparezca. Es un poco como hablar de hacer el amor, si vos hablás mucho, ¿después cómo hacés para que te pase algo? Te tiene que salir, tiene que ver con los dos, tiene que ver con el momento.

Más se sorprenden los demás de que a mí me guste tanto ir a hacer la función. Los actores me preguntan: “¿y cómo hacés para seguir teniendo ganas?”. Pero me lo preguntan ya muy en serio y eso hace que yo me lo pregunte un poco. Y la verdad es que sí, tengo una rutina personal en la que trato de tomarme un rato antes y ya incluso de camino al teatro, como para entender a qué me dedico, por qué voy, cuál es el sentido esencial, por qué hace casi 40 años que lo hago, por qué quería tanto hacerlo cuando tenía 8, 9, 10 años, por qué no me animé a decirlo hasta los 18. Después que lo dije, a los cinco o seis años, mi mamá se rió muchísimo, me llevó a la casa de una vecina y me hizo decir qué vas a hacer cuando sea grande. Y se rieron las dos, mi mamá y la vecina. Yo esto no lo digo más porque algo pasa con esto y me lo tuve guardado.

Y si no me hubiera animado casi que esto hubiera sido un deseo, pero no hubiera sido nunca concretado porque por ser un hijo educadito empecé a estudiar la carrera que quería mi papá, a pesar de que yo sabía que no era lo mío y me costó hasta casi cuatro años ir a la facultad de estudiar algo que no era lo mío, mientras sin que se enteraran hacía teatro por otro lado para constatar que era eso lo que a mí me gustaba.

Entonces ahora después de todas esas búsquedas, esas luchas, tener la posibilidad de hacerlo con espectáculos que coinciden con la gente, con lo que a mí me gusta hacer. Y además que vengan a verme durante muchos años. Yo tenía 30 o 40 sentados y hacía un montón de cosas para tener 30 o 40, porque yo decía que con 30 o 40 yo me podía desarrollar y no me preocupaba que hubiera más. Me venían a ver muy pocos y ahora que sean muchos, es imposible que no me dé las ganas que me da.

Tengo muchas razones para que me siga gustando y me siga ilusionando, y además después, salir al hall y compartir con la gente y escuchar lo que la gente dice... y ver que eso que es producto de lo que yo puse arriba del escenario, que tiene que ver con pensamientos, con sensaciones que yo recogí de mis tíos, de mis abuelos, de mis viejos, saber que tenían razón ellos con lo que pensaban, con lo que sentían y que el que estaba equivocado era el mundo, compartir eso con el público hoy después de tantos años es muy reivindicativo. Me pone en un lugar muy conmovedor, es más de lo yo me imaginaba que podía lograr con la profesión.


–¿Le has puesto el cuerpo a muchos personajes, hay alguno de algún libro que te gustaría interpretar?


Siempre tengo la sensación de que hubiera podido hacer muy bien a Hamlet. Pero en su momento nadie iba a creer en mí como para poder hacerlo. Y siempre pienso si no tengo chance todavía de agarrar esos textos, esos parlamentos tan largos para lo cual hay que tener muchísimo oficio para hacerlos coloquiales y que a la gente le llegue como hablamos ahora. No creo que lo pueda hacer de ninguna manera por un tema de edad, pero hay cosas que me quedaron de otros que vi trabajar.

Yo siempre creo que hay cosas que yo hago arriba del escenario que las aprendí sin darme cuenta por admiración, y cuando dije Hamlet, se me cruzó (Alfredo) Alcón, que lo hacía y lo hacía muy bien, porque hay veces que reconozco pequeños detalles, un movimiento, una forma de pararse, un piecito que va más atrás... detalles que solo un actor puede advertir que son mejores para estar frente al público.

Pero no, en general lo que añoro son buenos proyectos, proyectos con gente amiga, con gente conocida para tener confianza y animarme a hacer sobre el escenario lo que no me animo a hacer en la vida. Casi siempre ahí es donde encuentro algo que me sorprenda a mí y que después eso mismo pueda sorprender al espectador.

–En este proceso de construirte como actor, como director, como productor, de armar tu propia sala, ¿hubo lecturas que te acompañaron?

Siempre fui, sigo siendo, muy comprador de libros, pero lamentablemente no soy tan buen lector. En mi casa mis hermanos leen mucho. Yo no sé por qué no tengo esa posibilidad. Yo siempre leí poco. Muchas veces partes del libro marcados y vueltos a leer, pero no tengo la posibilidad de leer una novela de 300 páginas, de 400 páginas. No llego a hacerlo, no sé si tengo una dispersión o una ansiedad personal que me lleva enseguida a otras cosas. O la propia lectura me lleva a escribir otra a mí al costado y después me voy con la mía y dejo la que me llevó a hacerlo.

La lectura siempre me produce algo activo que no me permite seguir en la lectura. Los libros no son nada, son lindos objetos y nada más, si uno lo abre y lo lee, aparece eso que te digo que en mi caso tiene la la contra que me hace salir a buscar otras cosas a lo que leo.

–¿Cuál es la próxima gran historia con ganas de hacer, ya sea actuar o dirigir?

Yo voy acopiando, guardando papelitos donde escribo lo que me emociona, lo que me ilusiona, lo que lo me llama la atención todos los días. Y cuando me siento a escribir los empiezo a sacar y trato de emparentarlos a esos papelitos y veo cómo se van hablando unos a otros, porque como son todas cosas que me han pasado, que a mí me han gustado, encuentro esa forma de relacionarlos. El día que me ponga a hacer eso, cuando tenga un poco más de tiempo, será la próxima obra que escriba.

Siento que va a ser sobre alguien que tiene un rasgo distintivo, alguien que es distinto a los demás. Y que eso le genera cierta inseguridad, pero que al mismo tiempo es su fuerte. Tengo esa idea dando vueltas. Y por ahí, empezaría a sacar los papelitos de la caja para tratar de darle cuerpo a ese personaje.