Amados y odiados, los plátanos de Rosario despiertan fuertes sentimientos según la época del año. Actualmente, resultan de lo más antipáticos. La pelusa amarilla de sus frutos causa picazón en la piel, en la nariz y en los ojos, a alérgicos y no alérgicos por igual. Pero su sombra en verano es un alivio. Sin embargo, muchos creen que hay que repensar su continuidad, no sólo por las molestias físicas que generan, sino porque, al ser árbol de clima templado, ya no ofrece tanto cobijo en enero y sería mejor pensar en especies resistentes a las cada vez más altas temperaturas que tiene que soportar la ciudad. En Rosario hay unos 11.500 ejemplares y después mucho tiempo, este año volvieron a plantarlos como parte de un programa para la reposición de estas especies.
Consultada por Radiópolis (Radio 2), la médica alergista Soledad Crisci, aclaró que el malestar que generan los plátanos en esta época es por el desprendimiento de la pelusa del fruto, no por el polen, y que es una reacción mecánica que afecta a alérgicos y no alérgicos por igual. Los alérgicos, que son los menos, cuentan con fármacos de prevención.
“Fastidia a todos alérgicos y no alérgicos –dijo Crisci sobre la pelusa del plátano– y los síntomas similan a una alergia pero es una cuestión mecánica, del contacto, irritativa”.
“Están demonizados los plátanos, pero el porcentaje de alérgicos reales a los plátanos es muy bajo, lo que fastidia es el fruto y excede la cuestión alérgica”, señaló.
Por su parte, el ambientalista César Massi, advirtió contra “la simplificación de plátano sí o no”. Dijo que sacarlos todos sería una tarea no sólo onerosa sino peligrosa, dado su gran porte y raíces, pero sostuvo, al mismo tiempo que hay que pensar en su reemplazo paulatino porque su edad –muchos rondan los 100 años– y el cambio climático obligan a considerar especies más resistentes a calores y tormentas cada vez más intensas.
Recordó que el plátano es una especie de clima templado, de origen europeo, y en tal sentido, opinó que hay otros árboles mejores para estas latitudes, como “los de linaje chaqueño que dan menos sombra que un plátano o un tilo que tiene hojas anchas”. “La cuestión –observó– no va a ser cuánta sombra da un árbol, sino cuánta sombra va a bancar dar un arbol”.
Massi explicó que las hojas funcionan como “la vestimenta del árbol” y que los que tienen hojas grandes, tienen la desventaja, al menos en Rosario, de “sobrecalentar” al propio árbol. Por eso, sus hojas caen y se produce lo que el ambientalista llamó “un segundo otoño en enero”. “Es como andar con 40 grados en la calle con buzo y campera”, ilustró.



