La tensión arterial es la presión que ejerce la sangre cuando circula por las paredes de las arterias, de ahí que médicamente también sea conocida con el nombre de presión sanguínea. 

En lo que se refiere a los valores de tensión arterial, la tensión arterial tiene dos componentes principales: por un lado la presión sistólica (que refleja las contracciones del corazón), y la presión diastólica que indica la presión mínima constante presente en nuestras arterias (que refleja la relajación del corazón).

Por ello la T/A es siempre expresada como una fracción, de forma que la presión sistólica actúa como numerador y la presión diastólica como denominador: cuando se mide una presión de 120 mm/Hg y una presión diastólica de 70 mm/Hg, deberá expresarse 120/70.

Cuando los valores de tensión arterial son altos, se diagnostica hipertensión arterial. Está en el origen de muchas enfermedades cardiovasculares y puede acarrear complicaciones graves como infartos o hemorragias cerebrales si no se controla: los hipertensos tienen 6 veces más riesgo de infarto cerebral; también aumenta en un 70% el riesgo de deterioro cognitivo y el de demencia vascular, la segunda causa de demencia en adultos tras el alzheimer. 

Aunque no se tenga hipertensión, pasar de una presión de 14/9 a una de 12/8 mejora la salud cardiovascular. El tabaquismo, la obesidad, el exceso de alcohol o de sal, los anticonceptivos orales y el sedentarismo son factores modificables que pueden afectar la tensión. Si se actúa sobre ellos, se consigue rebajarla.

Un descenso de 100 mm Hg en la presión sistólica disminuye notablemente el riesgo de sufrir episodios cardiovasculares, según un metanálisis publicado en la revista The Lancet. Entre los efectos observados, este descenso reduce un 13% la mortalidad, un 20% el riesgo de complicaciones cardiovasculares graves, un 17% el de enfermedades coronarias y un 27% el de infarto.

Aunque ya se sabía que reducir la presión arterial en hipertensos rebajaba los riesgos, este análisis muestra que bajarla en pacientes con niveles considerados normales según las guías clínicas (la clásica 14/9) también reporta beneficios. Pero hay excepciones: las personas con insuficiencia cardiaca o con problemas renales.