¡Cuánta sabiduría hay en la naturaleza! pienso cada vez que admiro sus procesos, cada uno de sus ciclos, los cuales, de manera sincronizada, transcurren con cada estación del año.
Quisiera centrarme hoy en el otoño, un tiempo en el que las hojas de los árboles comienzan a dorarse, y de manera casi mágica, la madre naturaleza nos invita a un tiempo de relajación, silencio y descanso.
Para las tradiciones celtas, el otoño, denominado por ellos “Mabon” en honor a la reina celta de las hadas, representa la festividad de las cosechas, el tiempo de reconocer y valorar lo recogido durante la siembra, alimentos que luego constituirán el nutriente que alimentará durante el periodo invernal. El otoño, implica un periodo para reciclar y soltar, un momento de renovación, de dejar ir, una oportunidad de desapego de todas las cosas que ya no son de utilidad en este instante de su fluir, de su transcurrir.
Ahora bien, ese soltar, al modo de “morir”, implica evolutivamente luego un tiempo de renacimiento, renovación y recreación natural, una nueva oportunidad para renacer, un momento de “florecer” de dar vida a nuevos brotes.
Ahora bien, si prestamos atención, veremos como de manera armónica e incuestionable los árboles nos van mostrando día a día este movimiento, este suceder. Ellos no se cuestionan ni se preguntan si deben dejar o no caer sus hojas, de manera sabia simplemente las sueltan, las liberan mediante un proceso natural de desprendimiento y transformación; sus ramas van quedando desprovistas de contenido, quedan al descubierto, casi denudas, de esta manera, la imagen total del árbol se va transformando lentamente en un proceso que llevará hacia el cierre de un ciclo. Ese movimiento no implica simplemente la perdida de algo, sino que es un momento de preparación para la despedida y la reflexión de las cosas que ya no nos sirven y al mismo tiempo nos anuncia el inicio de un nuevo ciclo, de un nuevo tiempo, un nuevo comienzo.
Tomando esta maravillosa metáfora de la naturaleza…preguntémonos ¿Y si pensamos este proceso natural aplicado a nuestra propia vida? ¿Podemos pensar esto aplicado a nuestras propias emociones, a nuestro mundo interior, a nuestra salud emocional?
Que maravilloso sería pensar en nuestra vida y en cada situación que se presenta en ella de modo cíclico y natural, con tanto desapego y sin cuestionarnos tanto. Qué sano sería para nuestra salud emocional vivir estos procesos de desapego de ese modo! si cada situación de compromiso emocional, cada enojo, tristeza, o cada temor pudiera ser desprendido de nuestro propio corazón como las hojas de un árbol, liberado al transcurrir de la vida, de los hechos que se presentan a cada instante sin cuestionarlos. Si pudiéramos soltar de manera sencilla y simple el dolor de una pérdida, la tristeza de lo que ya no está o no sucede como antes, el final del ciclo de una relación afectiva o el temor a la carencia de algo.
Solemos aferrarnos con nuestros pensamientos a lo que no funciona en nosotros mismos, a lo que tomó vuelo de nuestra vida, a los seres queridos que ya no están, a los objetos materiales a situaciones con las cuales nos obstinamos sean de una manera, a viejos pensamientos, viejas creencias, viejos modos de proceder y de actuar, y sin darnos cuenta al hacer esto nos estamos aferrando a ellas mas y eso genera malestar, incomodidad sufrimiento y dolor; vivimos pensando que, solo si tenemos ese objeto que queremos o si esa persona está presente en nuestra vida o sólo si tenemos esto o aquello o únicamente si hacemos esto o aquello seremos felices; de este modo, nos pasamos la vida quejándonos o reprochando por aquello que nos falta, nuestra mente está programada para ello y se aferra a esas falsas creencias, nos habituamos a pensar de ese modo y vamos generando una “caparazón” que nos va llenando de enojos, miedos, quejas, malestar, nos distancia de nuestro sentir genuino, de nuestro entorno y nos vuelve infelices. Desconociendo que tal vez al no permitirnos fluir, soltar, impedimos el nacimiento de nuevos retoños en nuestra vida, a nosotros mismos como así también a quienes forman parte de nuestra vida cotidiana.
Con el pasar del tiempo esta situación va resintiendo nuestro interior, el cuerpo comienza a guardar en su memoria emocional estas frustraciones, esos dolores y se enferma.
¿Y si aceptamos que ser felices no es un ideal?, sino que depende básicamente de una manera de pensar y de posicionarnos ante lo que nos sucede, es decir que tiene que ver con el modo en que calificamos las cosas que nos ocurren cotidianamente. Esta reflexión nos lleva a considerar que el hecho de ser conscientes de esto nos permite estar atentos a lo que hacemos con lo que no tenemos del modo que queremos o con quienes no están presentes en nuestra vida. La consciencia hace que tengamos la posibilidad de evaluar lo que estamos haciendo y permitirnos decidir quedarnos aferrado o no a ese pensamiento potenciador del malestar.
Recordemos queridos amigos que muchas de las situaciones, experiencias, vivencias, etapas, crisis, momentos que forman parte y conforman nuestra vida constituyen un transcurrir, un proceso, y como tales implican y comprometen un tiempo interior de maduración; transcurrido el mismo es necesario aceptar el cumplimiento de ese acontecer, de ese ciclo y acompañar el cierre del mismo. El bien-estar o el mal-estar, la felicidad o infelicidad dependen de nuestra manera de apreciar y calificar aquello que estamos viviendo, están en íntima y completa relación con el punto de vista del observador. Somos autores, creadores y responsables de cada momento, de cada oportunidad asumida o no para soltar, dejar partir, para luego dar lugar a lo nuevo, al florecer, resurgir y continuar abriendo y transitando nuevos ciclos.
Ps. María Verónica Lopez Romorini
M.P. 4640
Área de Aprendizaje y Desarrollo Organizacional
IRICE-CONICET


