Fernanda Blasco 

Había una vez un joven y noble caballero destinado a ser rey. Ese sería Arturo. Había una vez una espada encajada en una piedra que solo sería liberada por el elegido. Esa sería Excalibur. Pero el musical llamado así, nueva apuesta de la exitosa dupla integrada por Pepe Cibrián y Angel Mahler que acaba de desembarcar en la ciudad, tiene otro protagonista. El gran titiritero del ambicioso musical, quien mueve los hilos de la historia y empuja a los personajes a través de la trama, no es otro que el mago Merlín.

En el inicio de la obra, que debutó este viernes en el teatro El Círculo, las escenas se suceden una tras otras sin mayores sobresaltos. Se plantean las bases de la historia o, mejor dicho, de la acotada y particular visión de la compleja leyenda europea. He aquí a un joven Arturo y a una joven Guenevier, quienes deben casarse por mandato de sus familias aunque no se conocen. Ellos no quieren, quieren casarse por amor. Pero no pueden escapar a sus destinos. En medio de la ceremonia algo muy malo ocurre. 

En realidad, la obra recién arranca cuando hace su aparición en escena Juan Rodó. Léase, Merlín. Pero no cualquier Merlín. O mejor dicho, no el anciano y sabio Merlín que habitualmente se asocia al rey Arturo. Ni barba blanca tiene. Con cabellera rosa y violeta, este excéntrico y carismático personaje se roba la escena. Es quien sabe de antemano lo que ocurrirá, el que guía el destino de Arturo, quien discute con su amada Guenevier, quien se enfrenta a la malvada Morgana, quien interviene cuando el consejo supremo quiere sacarle el título al futuro joven monarca, quien acompaña a Arturo en una peligrosa travesía para recuperar su espada y también quien jugará un rol clave en el emotivo desenlace.

Pero hay más. Este hiperactivo Merlín es quien hace reír e interactúa con la platea, que muchas veces no sabe bien cómo responder a sus divagaciones y extravagancias. Más allá de los aplausos que brotaron en la platea al reconocer en el mago al ex Drácula, quien tiene numerosos fans en la ciudad, Rodó es quien aporta el necesario comic relief en una historia compleja y extensa. Su presencia en escena es tan fuerte, tan marcada, que el supuesto protagonista de la historia, Arturo, queda a su lado deslucido y desdibujado.

Lo que se puede ver en El Círculo es una versión acotada de la obra que se presentó en Buenos Aires. La escenografía, hecha especialmente para la gira al interior, permite un buen desarrollo de la historia. Cuestiones de costos fundamentan la falta de orquesta y también la reducción/recambio de elenco. Lo que se mantiene casi sin cambios es la espectacular iluminación y el suntuoso vestuario, que juegan roles clave y son también grandes protagonistas de la obra.

Esta historia de amor, valentía y esperanza combina cuadros musicales con escenas dialogadas. De este modo, se permite al espectador comprender lo que va sucediendo pese a su complejidad ya que se refuerza la letra de las canciones, no siempre fáciles de seguir (al menos para los no habituados a las comedias musicales). Se comprende que en esta leyenda, la espada es un símbolo de los sueños y los ideales a cumplir. Como siempre, durante la acción el bien pelea con el mal. Y el amor subyace a cualquier planteo. 

Algunas escenas de Excalibur, obra extensa de dos horas y media de duración, están más logradas que otras. No solo se destacan aquellas que tienen a Rodó como protagonista, también otras como cuando se presentan las deliberaciones del consejo supremo. Sorprende la juventud de varios protagonistas, quienes sin embargo se mueven cómodos sobre el escenario.

Hay algunos trucos muy estilo Broadway aquí y allá, luces y vuelos, estallidos y desapariciones: guiños que valorarán los amantes de las comedias musicales. La calidad, se sabe, es un sello de las producción de Cibrián Campoy y Mahler. Esta obra no es la excepción. Y lo que queda claro, clarísimo, al menos en esta versión, es que Merlín es el verdadero dueño de Excalibur.