Alejandro Piscitelli, ex gerente general de Educ.ar y docente de la UBA plantea las diferencias que separan a los “inmigrantes” de los “nativos digitales”: “Los primeros que son los mayores de 20 años, necesitan el manual para entender un aparato electrónico. Los nativos digitales en cambio, van primero al aparato y descifran su funcionamiento despreciando el manual: “Decir que el nativo digital viene con las reglas inscriptas quiere decir que no le tiene miedo y no se cansa de ensayar y arriesgar. Hace mucho ensayo y error, pero no en forma repetitiva, si no nunca aprendería. De un ejemplo saca un caso hasta convertirlo en una regla. Practica la abducción. La diferencia es que antes había pocos aparatos en las casas, a lo sumo un televisor y una videograbadora. La transformación más profunda no la genera necesariamente la computadora sino la combinación de computadora, Internet y celular”.
“Nosotros, los inmigrantes digitales, además de animales de costumbres somos animales de interfases simples. Abrimos un libro, lo miramos, lo leemos y lo cerramos. Ya está. Si el libro fuera un “Kindle” (el libro electrónico de Amazon), ya nadie lo leería, no sabría dónde apretar. La interfaz tiene que ser muy simple para un adulto. De todas formas, no se trata de una díada nativos versus inmigrantes. Si una persona nació antes del 89/90 y tiene incorporado el lenguaje de las pantallas es un migrante digital y así hay otras variantes. Pero no debemos perder de vista que todas ellas, finalmente, no describen a la mitad del mundo que está excluida, que están fuera del mapa”, afirma Piscitelli.
Uno de los emergentes más claros de la tensión nativos/inmigrantes es el sistema educativo, con maestros y profesores formados como “inmigrantes digitales”. Esa brecha podría salvarse desde este punto de vista “hubo intentos, todos fallidos, de acompañar la educación con la tecnología. ¿Por qué no va a pasar otra vez? Hay una vieja discusión en torno a si los chicos de hoy son más o menos inteligentes que los de veinte o veinticinco años atrás. En realidad, es una pregunta casi psicoanalítica narcisista: ¿soy más inteligente o no que mi hijo?”. “El lenguaje de los adultos es muy despectivo frente a los chicos, es muy defensivo. Se sienten amenazados por el mundo de las pantallas. El docente vive una gran distancia generacional, experimenta una distancia cultural, pero al mismo tiempo ve cómo se le escurre el poder porque el chico no escucha, o se pone los auriculares del MP3 o se manda mensajitos de texto a escondidas con otro compañero. El desinterés por lo que pasa en las aulas es cada vez más grande, el divorcio se va ampliando. En relación a este tema hay enormes hipótesis y respuestas simplistas. Una que se intentó y no funcionó fue poner computadoras, televisión, Direct TV, cine, en las aulas para que el chico se enganche. Esa es la historia de la tecnologización de Estados Unidos, que pasó de tener hace más de veinte años 150 alumnos por PC a una relación de 1 a 1 o de 2 a 1 en muchos lugares en la actualidad”.
Según Piscitelli esto no ha tenido ningún impacto: “Si se toman los test estandarizados, los resultados son ahora peor que antes. Pero tomar ese parámetro es una estupidez, no es muy útil porque en realidad están hechos para medir ciertos otros aprendizajes. Se podría pensar que el uso masivo de la computadora en el aula tiene que haber hecho que haya más interés de parte de los chicos. Pero no, porque tiene que ver con cómo y para qué entra la computadora, es decir, para qué la uso y cuál es el diseño de espacio áulico. En primer lugar, a las PC las metieron en laboratorios de informática. Pusieron veinte, por ejemplo, y cada chico usa una, 40 minutos por semana. Si además el chico es de clase media/alta tiene computadora en su casa. Ese chico no va a querer ir al laboratorio de computación si en su hogar puede hacer muchas más cosas. El laboratorio fracasó. También plantearon poner la PC en el aula, como hizo la ciudad de Buenos Aires durante la gestión de Daniel Filmus como ministro de Educación, en un plan piloto que se implementó en un porcentaje de escuelas y en un grado determinado”.
“Además” –agregó Piscitelli- “hay que ver qué aprenden: ven el Word, con lo cual trivializan el espacio y lo convierten en una cosa más aburrida que el aula misma. Mirá cuál es la desilusión que seguramente prefieren escuchar a la profesora antes que ver esos aplicativos que usan espontáneamente pavadas. El problema que tienen experiencias como la de la ciudad de Buenos Aires es que ponen la computadora en un solo grado. Si funcionara bien, el contacto sería episódico. El pibe dice: “No lo tengo antes, no lo voy a tener después, no me va a cambiar mucho”. ¿Pero qué hacían en el aula? Lo mismo que antes, o le enseñaban a usar el procesador de palabras, alguna ecuación, nada específico, nada diferente, nada que implicara un uso emergente de la tecnología. Además, en esa época no había Internet, banda ancha, en las clases. Pero seamos concesivos e imaginemos el escenario ideal: conectividad de alta velocidad y una laptop para cada alumno. El mundo está lleno de ejemplos y han fracasado también. Porque lo que no funciona no es simplemente la desmotivación, el desinterés, lo que no funciona es el modelo de producción de conocimiento, el modelo broadcast. Con las computadoras o sin ellas, siempre es la misma idea: un curriculum prefijado, un docente que sabe, viene y recita. Y las computadoras se usan para hacer lo mismo mal de siempre. Y si las máquinas son buenas eso puede hacerse mucho peor. ¿Dónde está el ruido fundamental? En que nadie acepta o reconoce que puede cambiarse el modelo taylorista de la escuela”.
“En el 2009 la escuela está como la fábrica de Ford en 1910. Ford decía: “Usted puede elegir el color de coche que quiera siempre que sea negro”. En la escuela pasa lo mismo. Va un docente y les da lo mismo a todos. Pero los chicos son todos distintos y ahora son muchísimo más distintos que antes porque tienen más estímulos, más consumos culturales, más ofertas. Siempre hablamos, obviamente, de la clase media/media alta. Los chicos pobres tienen una problemática que hay que atender pero que es otra. Lo que no funciona es el formato escolar estandarizado”. “Existen otros modelos posibles. Ejemplos como la escuela multinivel”...o las escuelas rurales, no se puede replicar a nivel masivo. La estandarización tuvo en su momento buenas razones. Quienes proponen otros modelos están planteando algunas cosas muy vagas, otras no tanto. Se están haciendo muchas pruebas en las universidades, donde finalmente se repite el mismo modelo de la escuela en el que todos reciben lo mismo. Y cada uno lo procesa según su capital simbólico, su historia, sus habilidades y talentos. Lo que se está planteando es pasar de un modelo docente-céntrico a uno alumno-céntrico”. Hay algunas experiencias en Argentina, “algunos colegios privados están haciendo cosas. Hasta ahora nadie intentó algo sistemático con una computadora por chico”.
Piscitelli comentó que el gobierno nacional reflotó un proyecto en ese sentido para escuelas técnicas,on 250 mil laptops pero para un año determinado. Uruguay es el único país del mundo donde se está haciendo una experiencia masiva, uno a uno. Son en total 350 mil máquinas, que es el número de alumnos primarios, y ya se repartieron 175 mil. El resto se distribuirán de acá al 2010. Esto no trae aparejado grandes cambios desde su punto de vista: “No cambia el curriculum, no cambia la función de los docentes ni la estrategia ni la extensión de las aulas. No plantea lo que se llama ahora entornos personalizados de aprendizaje, con herramientas donde los weblogs son como el ABC. Nadie lo está haciendo”.
Esto demandaría muchos recursos, capacitación, cambios edilicios pero para Alejandro Piscitelli el tema no está ahí y explica que “está en el sistema escolar, que no tiene posibilidades de auto-reinventarse y de generar disrupciones radicales. La escuela tiene una particularidad que la hace intocable: es un monopolio natural, a cargo del Estado. No lo va a cambiar jamás endógenamente. No sabe o no le interesa”.
En su libro, este profesor destaca el hecho de que un chico memorice cien cartas de Pokemon y no pueda repetir el nombre de dos ríos al día siguiente que se los enseñaron. “¿Con un entorno personalizado se acordaría, no digo de cien, pero de diez ríos?”, se pregunta. No se van a acordar de nada que no tenga que ver con algo significativo para ellos. ¿Por qué no hay un curso de Pokemon en la escuela? ¿O de Harry Potter o sobre El Señor de los Anillos? Con El Señor de los Anillos se pueden hacer cosas increíbles: que dramaticen, personifiquen, busquen analogías históricas en su país. Habría posibilidades de transferencia. El conocimiento tiene que ver con transferencias. Lo más importante es ver que una cosa que se aplica en un caso se aplica en otro”.
Funete: diario "Página 12"
“Nosotros, los inmigrantes digitales, además de animales de costumbres somos animales de interfases simples. Abrimos un libro, lo miramos, lo leemos y lo cerramos. Ya está. Si el libro fuera un “Kindle” (el libro electrónico de Amazon), ya nadie lo leería, no sabría dónde apretar. La interfaz tiene que ser muy simple para un adulto. De todas formas, no se trata de una díada nativos versus inmigrantes. Si una persona nació antes del 89/90 y tiene incorporado el lenguaje de las pantallas es un migrante digital y así hay otras variantes. Pero no debemos perder de vista que todas ellas, finalmente, no describen a la mitad del mundo que está excluida, que están fuera del mapa”, afirma Piscitelli.
Uno de los emergentes más claros de la tensión nativos/inmigrantes es el sistema educativo, con maestros y profesores formados como “inmigrantes digitales”. Esa brecha podría salvarse desde este punto de vista “hubo intentos, todos fallidos, de acompañar la educación con la tecnología. ¿Por qué no va a pasar otra vez? Hay una vieja discusión en torno a si los chicos de hoy son más o menos inteligentes que los de veinte o veinticinco años atrás. En realidad, es una pregunta casi psicoanalítica narcisista: ¿soy más inteligente o no que mi hijo?”. “El lenguaje de los adultos es muy despectivo frente a los chicos, es muy defensivo. Se sienten amenazados por el mundo de las pantallas. El docente vive una gran distancia generacional, experimenta una distancia cultural, pero al mismo tiempo ve cómo se le escurre el poder porque el chico no escucha, o se pone los auriculares del MP3 o se manda mensajitos de texto a escondidas con otro compañero. El desinterés por lo que pasa en las aulas es cada vez más grande, el divorcio se va ampliando. En relación a este tema hay enormes hipótesis y respuestas simplistas. Una que se intentó y no funcionó fue poner computadoras, televisión, Direct TV, cine, en las aulas para que el chico se enganche. Esa es la historia de la tecnologización de Estados Unidos, que pasó de tener hace más de veinte años 150 alumnos por PC a una relación de 1 a 1 o de 2 a 1 en muchos lugares en la actualidad”.
Según Piscitelli esto no ha tenido ningún impacto: “Si se toman los test estandarizados, los resultados son ahora peor que antes. Pero tomar ese parámetro es una estupidez, no es muy útil porque en realidad están hechos para medir ciertos otros aprendizajes. Se podría pensar que el uso masivo de la computadora en el aula tiene que haber hecho que haya más interés de parte de los chicos. Pero no, porque tiene que ver con cómo y para qué entra la computadora, es decir, para qué la uso y cuál es el diseño de espacio áulico. En primer lugar, a las PC las metieron en laboratorios de informática. Pusieron veinte, por ejemplo, y cada chico usa una, 40 minutos por semana. Si además el chico es de clase media/alta tiene computadora en su casa. Ese chico no va a querer ir al laboratorio de computación si en su hogar puede hacer muchas más cosas. El laboratorio fracasó. También plantearon poner la PC en el aula, como hizo la ciudad de Buenos Aires durante la gestión de Daniel Filmus como ministro de Educación, en un plan piloto que se implementó en un porcentaje de escuelas y en un grado determinado”.
“Además” –agregó Piscitelli- “hay que ver qué aprenden: ven el Word, con lo cual trivializan el espacio y lo convierten en una cosa más aburrida que el aula misma. Mirá cuál es la desilusión que seguramente prefieren escuchar a la profesora antes que ver esos aplicativos que usan espontáneamente pavadas. El problema que tienen experiencias como la de la ciudad de Buenos Aires es que ponen la computadora en un solo grado. Si funcionara bien, el contacto sería episódico. El pibe dice: “No lo tengo antes, no lo voy a tener después, no me va a cambiar mucho”. ¿Pero qué hacían en el aula? Lo mismo que antes, o le enseñaban a usar el procesador de palabras, alguna ecuación, nada específico, nada diferente, nada que implicara un uso emergente de la tecnología. Además, en esa época no había Internet, banda ancha, en las clases. Pero seamos concesivos e imaginemos el escenario ideal: conectividad de alta velocidad y una laptop para cada alumno. El mundo está lleno de ejemplos y han fracasado también. Porque lo que no funciona no es simplemente la desmotivación, el desinterés, lo que no funciona es el modelo de producción de conocimiento, el modelo broadcast. Con las computadoras o sin ellas, siempre es la misma idea: un curriculum prefijado, un docente que sabe, viene y recita. Y las computadoras se usan para hacer lo mismo mal de siempre. Y si las máquinas son buenas eso puede hacerse mucho peor. ¿Dónde está el ruido fundamental? En que nadie acepta o reconoce que puede cambiarse el modelo taylorista de la escuela”.
“En el 2009 la escuela está como la fábrica de Ford en 1910. Ford decía: “Usted puede elegir el color de coche que quiera siempre que sea negro”. En la escuela pasa lo mismo. Va un docente y les da lo mismo a todos. Pero los chicos son todos distintos y ahora son muchísimo más distintos que antes porque tienen más estímulos, más consumos culturales, más ofertas. Siempre hablamos, obviamente, de la clase media/media alta. Los chicos pobres tienen una problemática que hay que atender pero que es otra. Lo que no funciona es el formato escolar estandarizado”. “Existen otros modelos posibles. Ejemplos como la escuela multinivel”...o las escuelas rurales, no se puede replicar a nivel masivo. La estandarización tuvo en su momento buenas razones. Quienes proponen otros modelos están planteando algunas cosas muy vagas, otras no tanto. Se están haciendo muchas pruebas en las universidades, donde finalmente se repite el mismo modelo de la escuela en el que todos reciben lo mismo. Y cada uno lo procesa según su capital simbólico, su historia, sus habilidades y talentos. Lo que se está planteando es pasar de un modelo docente-céntrico a uno alumno-céntrico”. Hay algunas experiencias en Argentina, “algunos colegios privados están haciendo cosas. Hasta ahora nadie intentó algo sistemático con una computadora por chico”.
Piscitelli comentó que el gobierno nacional reflotó un proyecto en ese sentido para escuelas técnicas,on 250 mil laptops pero para un año determinado. Uruguay es el único país del mundo donde se está haciendo una experiencia masiva, uno a uno. Son en total 350 mil máquinas, que es el número de alumnos primarios, y ya se repartieron 175 mil. El resto se distribuirán de acá al 2010. Esto no trae aparejado grandes cambios desde su punto de vista: “No cambia el curriculum, no cambia la función de los docentes ni la estrategia ni la extensión de las aulas. No plantea lo que se llama ahora entornos personalizados de aprendizaje, con herramientas donde los weblogs son como el ABC. Nadie lo está haciendo”.
Esto demandaría muchos recursos, capacitación, cambios edilicios pero para Alejandro Piscitelli el tema no está ahí y explica que “está en el sistema escolar, que no tiene posibilidades de auto-reinventarse y de generar disrupciones radicales. La escuela tiene una particularidad que la hace intocable: es un monopolio natural, a cargo del Estado. No lo va a cambiar jamás endógenamente. No sabe o no le interesa”.
En su libro, este profesor destaca el hecho de que un chico memorice cien cartas de Pokemon y no pueda repetir el nombre de dos ríos al día siguiente que se los enseñaron. “¿Con un entorno personalizado se acordaría, no digo de cien, pero de diez ríos?”, se pregunta. No se van a acordar de nada que no tenga que ver con algo significativo para ellos. ¿Por qué no hay un curso de Pokemon en la escuela? ¿O de Harry Potter o sobre El Señor de los Anillos? Con El Señor de los Anillos se pueden hacer cosas increíbles: que dramaticen, personifiquen, busquen analogías históricas en su país. Habría posibilidades de transferencia. El conocimiento tiene que ver con transferencias. Lo más importante es ver que una cosa que se aplica en un caso se aplica en otro”.
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