Marcelo Santecchia

La historia se repite, con otros actores y otros motivos, pero se repite al fin.

Durante marzo y julio de 2008 las cuatro organizaciones que reúnen al sector agro-ganadero protestaron contra la decisión del gobierno de incrementar las retenciones a las exportaciones de soja y girasol. La famosa resolución 125 inició un escándalo nacional, que le costó el puesto a Martín Lousteau, entonces ministro de Economía, y hasta quebró la relación entre el vice presidente Julio Cobos y la primera mandataria, Cristina Kirchner. Los bloqueos de las patronales agropecuarias afectaron el normal desarrollo de la vida de los argentinos.

Hoy la pelea es entre camioneros y el Ejecutivo Nacional. Algunos dicen que es por el dinero de los trabajadores, otros por poder. O tal vez, como señaló anoche el senador Anibal Fernandez, el machismo de Moyano no le permite ser dominado por una mujer, por Cristina.

Ayer y hoy, se levantaron voces a favor y en contra. El gobierno criticó, como hoy. Y el pueblo se dividió, como siempre ocurre. Ese mismo pueblo que toma partido para un lado o el otro, pero que también queda en medio de una discusión que no le es propia, o tal vez sí. Una pelea que lo afecta en la chiquita, en la diaria, en la cotidiana.

La “Opo”, o la “Corpo” hacen su juego. Y todos opinan, hablan, encuentran soluciones mágicas. Y los que defendían a Moyano ahora lo defenestran. Y quienes lo cuestionaban no hace mucho, por estas horas encuentran en él a un gran aliado. Porque el verdadero opositor en la Argentina es él, el “Negro”, el líder de la CGT.

En 2008 llegaron los interrogantes, preguntas tales como: ¿Por qué no puedo circular libremente? ¿Por qué frenan las producción? ¿Por qué estos conflictos dejan a un país de rehén? ¿Quién tiene razón? ¿Por qué todo se politiza? ¿Por qué los medios inclinan la balanza para un lado o el otro? ¿Por qué se pudre todo cuando las cosas están más o menos bien? ¿Por qué?


Ahora, cuatro años después, no hacemos nuevas preguntas. Es mejor buscar en el archivo, copiar y pegar, con el desconsuelo de ser tan obvios y redundantes.