A Ricardo Mollo lo estuve buscando (periodísticamente) desde hace mucho rato. Años de verdad. 26. Le hice la primer entrevista antes del recital debut de Divididos en Rosario. Año 1989, Sportivo América, “Los Pordioseros” de teloneros, donde recuerdo a Tato Vega su cantante con la cabeza ensangrentada y rota porque el “pogo” de pibes no quiso atajarlo cuando se lanzo desde el escenario. El publico saltaba, escupía, hiperinflación, doña Rosa, saqueos…Dime quién me lo robo. Arrancaba Menem la presidencia Argentina y Divididos subía el volumen de sus conciertos para que los chicos de entonces subieran el tono al asunto. “Che, qué esperaá, que bangbangbangbang”, gritaba Mollo. Hoy, 26 años después, le pido un favor.

—¿Que canción tuya es la que hoy mas te identifica?

—(No duda. Ni un segundo duda) Un alegre en este infierno.

La letra de la canción, clarita, contundente. “A dónde va esta ciudad, dicen que se va a apagar. Qué quedó del sueño aquel. Quién va a ser rey de esta soledad. Un pueblo de egos solos, buscándose en la oscuridad. A estos hombres tristes por favor no dejen de amar. Por acá no pasarán, el hambre de tu sueño robó. Simplemente imagina un alegre en este infierno. Futuros y pasados te roban el presente. Un mundo sin sopapa. ¿A qué hora vuelve la luz? Que no roben tus sueños, y por acá no pasarán”.

La espera de muchos años. Y el rato es mucho porque prejuzgo que el vértigo y el éxito de la banda lo hizo arisco a estos cruces. Cuidadoso y reservado, como asilo al bullicio gratuito de nosotros, la gente que pregunta. 

—Hola maestro, cómo va.

—Bien, ¿vos?

—Volvés a un teatro, con el público sentado, idea novedosa para una banda tan energica…

—Bueno no es una idea tan original, es el regreso a nuestras bases. A los origenes a los 70 pre Sumo pre todo. La única manera de hacer música que teníamos era ir a los teatros y tener certificado de buena conducta para que te dejen entrar. Así que es volver a esas raíces. Donde la gente escuchaba sentadita los conciertos, como en tiempos de Pescado Rabioso. Se nos ocurrió mostrar y revivir cómo se percibía y vibraba eso. Escuchar sentado sin esa situación física del espectador saltando.

Además hay un público que lo disfruta más, no tanto salto…

—Sí, hay gente que a algunas lugares no va por incomodidad. El paso del tiempo, los años. En el teatro se vuelven a encontrar con esa música que escuchaban tal vez hace 25 o 30 años.

—Ustedes tienen 25 años como banda, entre la melancolía de los viejos temas y el vanguardismo de lo que vendrá. Tienen pasado, un presente tremendo y van para adelante. ¿Cómo te va con esa idea?

—Un poco la continuidad de esto es la avidez. Tener ganas de enchufar la guitarra como la primera vez y buscar “ese” acorde. Si no perdés eso lo que va a pasar es que vas a ver venir gente de todas las edades a tus conciertos, chicos con sus padres y abuelos. Gente que escucha rock desde siempre. En eso hay algo no perecedero que no tiene fecha de vencimiento y tiene que ver directamente con nuestras ganas de seguir haciéndolo de la misma manera.

—Despues de ver los Stones en La Plata, noté distancia entre el fan y el músico. ¿Cómo se llevan con ese público que le exige al músico una vida que ya no tiene?

—Uno tiene que ser coherente con su vida. Como dijo Larralde: “Uno dice con la lengua lo que sostiene con el cuero”. Y es un poco eso. Vivir la vida para lo que uno cree. “Para qué estamos en este mundo?” Lo demás es la fantasía de cada uno. Cuando escuchás una guitarra que acopla o una canción con un cúmulo de energía muy potente o una balada. A mí me gusta la música y la vida pasa por ese lugar. Sigo amando la música. Lo otro es una fantasía.

—Hiciste una nueva versión sinfónica en vivo de "Crimen" de Gustavo Cerati. ¿Cómo vino eso?

—Fue muy azaroso. Me invitaron al encuentro con la orquesta en marco de la Fiesta de Cosecha en Mendoza. Me mandaron las bases para ensayar a la distancia, pero en el material enviado no estaba la canción sino otros temas. Cuando llego a Mendoza, quieren ensayar el tema y yo ni idea, no la había ensayado y hubo medio decepción del director, de los músicos. Sentí presión, pedí la letra y la ensayamos ahí (jeje).  Ellos habían pedido los arreglos originales. Tenían mucho entusiasmo. Fue medio tirarme a la pileta, pero tuvo un final feliz.

—Despues de tanto tiempo, tanta ruta, ¿para donde vas?

—Parece una joda porque ahora estoy haciendo la cola para tomarme un avión para ir a Córdoba (se ríe). Ahora en serio: estamos reubicándonos en nuestras canciones de toda la vida. Las vamos a grabar de nuevo en el estudio. Desde el paso del tiempo y desde la mirada que hoy tenemos sobre nuestras propias canciones. Un refresco a eso y un divertimento a asignaturas pendientes de cosas que quedaron sin hacer. Quizás por el momento de la grabación y el vértigo de la grabación donde no se podía encontrar el sonido que ahora sí quiero que tengan cada una de las canciones.

—¿Cómo estás viendo el pais?

—El paso social tienen una impronta muy fuerte en cuanto a la energía de la gente. Nosotros venimos de la oscuridad tocando desde 1971. Hemos atravesado un montón de gobiernos, de situaciones, donde se deja ver lo que le pasa a cada uno en el momento de la catarsis que es un recital. Hoy estamos un momento de transición en una situación política que no pasa desapercibida.

—¿Cómo ves a los pibes?

—Mirá. Es complicado, es un momento de transición. Es una cosa como que “vamos por esta calle, pero no, mejor no. Pero el 50% quiere doblar? Doblemos…” Estamos acomodando las cosas. Yo tengo esperanza que las cosas se acomoden hacia el lado de la gente que trabaja. Lo que me inquieta, lo que siempre me inquietó, es la gente que no tiene poder, no el que atraviesa gobiernos y no tiene ningún problema. Pero hay gente que sí, son el termómetro de cómo le va al país. Viendo cómo eso se va a resolver. Porque el cambio político no ha sido paulatino sino violento. 

—¿Te quedó alguna canción por componer?

—Sí, seguro. Siempre y por suerte. Si no las cosas no tendrían sentido.

—¿Dónde la buscas?

—En la paciencia y en la espera. Uno nunca sabe cuándo llegan. Las canciones son como los hijos, vienen cuando ellas quieren. Lo podés buscar toda la vida y vienen cuando la naturaleza quiere. La naturaleza tiene esas cosas. No sé si alguna vez plantaste un árbol.

—Si, claro

—¿Viste cómo es? El árbol si no le gusta donde está se retira. Algo te está diciendo que no es el momento o no es el lugar. Con las canciones pasa algo de eso. Uno las busca, y a veces el trabajo ayuda. Pero llegan en momentos. Ahí tenés que tener paciencia y esperar.

—“Che, que esperas” es tu primer hit, ahora terminas la entrevista con la palabra esperar…

—Sí, “y la espera me agoto” (se ríe por la letra del tema Crimen de Cerati) ¿Viste como las palabras conectan cosas? Todo tiene al final un sentido.

Se ríe. Simpático detrás de la línea del teléfono. Amable. Llega a Rosario para dar dos conciertos con Divididos. La dupla con Diego Arnedo destaca a Catriel, el baterista que los acompaña y que según dice “es el que mejor de todos los que tuvimos”. Sus colaboradores muerden duro cuando pedimos permiso para documentar las imágenes del backstage del concierto que darán en el Auditorio Fundación el próximo jueves con gente de “todas las edades”. Los viejos, los pibes y la exquisita idea de volver a las fuentes, cuando el rock invadía teatros en los 70 para conmover a esos “jóvenes de ayer”.