El sol pega en el mediodía en la espalda del edificio. Es conocida la esquina por las fotos, los registros gráficos, su potente protagonismo político. A un mes del atentado de Cristina Kirchner su departamento en el edificio de Juncal y Uruguay parece vacío y sin demasiados vecinos que transiten por allí. Solo el merodeo de curiosos y la firme y visible presencia de efectivos de las fuerzas de control quiebra la tranquilidad de la Recoleta.

Barrio y perfume. Mínimo y en oferta: tres mil dólares el metro cuadrado. Tradición y propiedad, el camino de una historia de reconocimientos conservadores de la Buenos Aires Paladar Negro. Habitar Recoleta no es solo optar por su comodidad geográfica sino definir un lugar de pertenencia social. La historia quebrada en barrios y casas. Gente como uno y no como “otros”.

Esta semana Elisa Carrió apareció en la tele para pedirle a la “Nación” que no dude del atentado. “La quisieron matar, eso está claro. Tengamos la mente sana aunque en un país de mentiras a veces es difícil creer”, dijo.

Para Carrió la violencia se cocina a fuego lento, entre el lenguaje del debate público y las malas acciones (con intención electoral) de la política argentina. “Esto no es casual, fueron lúmpenes, pero quisieron matarla. Lograron poner la pistola a pocos metros de la vicepresidenta. Si lograban lo planeado esto hoy sería una tragedia”.

En la esquina de Juncal y Uruguay a un mes del atentado fallido a la vicepresidenta argentina una mujer vende chucherías. Ambulante y despojada. “Vengo acá porque pasa mucha gente y porque en la mañana me pega el sol de frente. En invierno sabes lo que vale que te caliente el sol”, dice. Le compro un pico de plástico para canilla y un llavero con un muñequito coya. Mil quinientos pesos. Atmósfera recoleta. Todo en esta esquina será más caro.

Cruzo frente al puesto de la señora. Me siento en Crisol un bar con solo dos mesas en la vereda (aun sin sol en el lado de una fría sombra) y pido un café con una medialuna dulce con jamón y queso (especialidad de la casa). El bar ocupa 30 metros cuadrados de la esquina. Es pequeño y muy coqueto. Sentarse adentro es complicado, los parroquianos de Recoleta se amontonan en las mesas mientras la mezcla de los aromas de la cafetería, el horno de pan y la cocina preparando almuerzos genera una densidad que en mi caso expulsa e invita al frio de la calle.

A la referente de la Coalición Cívica le llaman la atención el manojo de abogados ligados a los servicios defendiendo a la Banda de los Copitos y el tamiz circense del episodio. “Parece una broma. Pero es el resultado de un país que a veces es n un psiquiátrico: nadie cree en nadie”, dijo. “El resurgimiento de la violencia es algo global, pasa en EEUU, en Europa, los movimientos neonazis. El mundo y su historia violenta demuestra que si te quieren matar te matan”, agregó Carrió.

Entro a pagar lo consumido. “Si, vienen más ahora. Curiosos, periodistas y gente rara. Muchos extranjeros también”, dice la adicionista. Café y medialuna 800 pesos. Pispeo en el exhibidor unos atractivos macarrones. Esos canapés dulces con harina de almendra y azúcar glas rellenos son un manjar. Pienso en comprar una docena para agasajar a mis compañeros de trabajo pero me detiene el pudor del precio. Tres mil quinientos pesos una docena de macarrones. No, paso, le digo a la vendedora. Peso recoleta. ¿A qué hora cierra Rapanui? De lunes a jueves a la 1 am. Los fines de semana a las 2 am. Otra perdición para los amantes de las cremas.

Creo en la justicia, tiene todas las pruebas para avanzar. No hay que exagerar la victimización. A mi me intentaron matar muchísimas veces, me siguen los iraníes, aparecieron balas. Son los riesgos del compromiso. No hay que quejarse”, aseguró Carrió.

El cronista intenta usar el smartphone para la crónica. Entre los “Viva Perón” que alguien grita para dejar en claro la colonización de una esquina del barrio a la causa y los curiosos que le meten selfie con el departamento de Ella de fondo, se pasa el día. Los policías y los “otros” que custodian (claro que tarde) el deambular de los vecinos le dan un touch de Truman Show. Nada es lo que parece. ¿Ese hombre ahí que acomoda la verdura es verdulero o tal vez uno de “ellos”? Las cámaras de la esquina escondidas. El sigilo de una vecina que pasea el perro. Los chicos que salen de la escuela Jesús María, a media cuadra donde la banda Los Copitos quiso pasar a la historia estúpida y trágicamente.

El realismo mágico made in Argentina tiene lo suyo. El amor y el odio por la historia, el presente y el deseo de un futuro incierto. Difícil mapa de lo que vendrá. “¿Señor, ese es el edificio donde vive Cristina?”, me pregunta curioso un hombre calvo con lentes oscuros. “No lo se”, contesto. “Yo tampoco soy de acá”.