"La pelea es por el tiempo", sentencia ella, 44 años, mamá de una niña, cuando intenta resumir la tensión que existe con su pareja y padre de su hija.

Ese cruce, con mayor o menor intensidad, se replica en la mayoría de los hogares –atraviesa la diversidad de la constitución familiar –en torno a las tareas de cuidado, ya sea limpiar, atender al sodero, hacer las compras, lavar la ropa, darle de comer al perro. La lista es larguísima y suele multiplicarse cuando hay niños y niñas de por medio o algún anciano o anciana que requiere de atención especial.

La experiencia y las estadísticas señalan que son las mujeres las que, en su mayoría, se hacen cargo de esas tareas -la pandemia reforzó y expuso la problemática con crudeza-. La Universidad Nacional de Rosario (UNR) en un estudio elaborado por su Usina de Datos sostiene que "el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado funciona como sostén cotidiano de las familias y comunidades e implica una clara contribución al desarrollo económico. No obstante, aún permanece invisible y desvalorizado con una distribución altamente desigual. Se estima desde ONU Mujeres que, en todo el mundo, ellas realizan tres veces más de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que los hombres”.

En el mismo sentido se orientó el informe de la Mesa Federal de Políticas Económicas con Perspectiva de Género que indica que "el tiempo que le dedican a las tareas domésticas y de cuidado triplica el que le destinan los varones, lo que reduce oportunidades laborales, de estudios o desarrollo personal". Este último punto, seguramente, incluye el tiempo de ocio y de descanso, que en este contexto se convierte en un sueño imposible.

De esta forma, sentarse a leer un libro, ver una película, salir a caminar o tomarse un café con alguna persona querida se transforman en excepciones o momentos recortados que previamente requieren dejar todo listo en casa o bien, suponen una devolución hacia él o la conviviente de ese mismo tiempo, como si se tratara de un favor.

Un nuevo 8M llega para sacudir conciencias. Los carteles de esta marcha son los mismos de siempre, malamente. Los femicidios y las violaciones a la orden del día y, mientras tanto, la injusticia tejiendo las relaciones cotidianas, muchas de ellas en nombre del amor. Ha habido conquistas y se celebran a corazón abierto pero la desigualdad en la vida diaria sigue desgastando a las mujeres. Ahí van, corriendo de acá para allá, haciendo malabares con el reloj y la energía, entre el trabajo y la casa, reprimiendo una siesta, incluso las ganas de ir al baño.

Son las cuidadoras que precisan grandes cambios pero también los promovidos por pequeñas acciones, esas enhebrados de complicidad y compañerismo, basados en acuerdos justos donde quepan el disfrute y el goce para todos.

Por la construcción de la igualdad, que empiece por casa.