El diario dice que murió Eduardo López, el hombre que fue presidente de Newell's durante 14 años. La muerte, el factor más igualador de todos, merece respeto por aquellos pocos o muchos que hoy lo estarán llorando. La otra verdad irrefutable del fin de la vida es que no mejora a nadie; los malos conservan la misma carga de maldad con signos vitales o con el corazón detenido. Y López hizo mucho daño. Un daño que trascendió su barba, su cigarrillo y su sillón intocable. Incluso fue más allá del club, al que transformó en su propiedad privada y en el eje de sus siniestros negocios. La herida de López atravesó las barriadas de Rosario y se puede observar al detalle en la crónica policial de los últimos años en la ciudad.

Eduardo López llegó al poder en Newell's con un mensaje simple, directo y arrasador. “Imaginate más”, decía su slogan de campaña, acompañado de aquella frase devastadora de los años 90 que mutilaba neuronas asegurando que “es un empresario rico y no necesita robar”. La mayoría de los socios leprosos compraron ese modelo enlatado que en los clubes tuvo el mismo poder arrasador que en el país. Se atrevieron a imaginar más que esa realidad maravillosa que habían construido Griffa, Bielsa, Yudica, Eduardo Gallo. Ese sueño de la razón produjo monstruos.

Desde que tomó las riendas de Newell's en 1994, el nuevo zar del fútbol rosarino rompió todos los contratos sociales y transformó a la institución en su oficina de compra y venta. Se rodeó de una guardia pretoriana que se encargó de silenciar con violencia todas las voces disidentes, cerró la inferiores para sacarle jugo a sus tranzas con empresarios y representantes, mandó tapar la pileta de Bella Vista como símbolo de la nula actividad social que pretendía y se encargó de dejar en claro que Newell's pasaba a ser un club cerrado que sólo abría los días de partido.

Claro que todo eso no lo pudo hacer solo. López compró protección judicial, política y policial. Y siguiendo el prospecto neoliberal, se cubrió con un tejido mediático que se entregó manso a la seducción de los sobres por abajo de la mesa. Medios y periodistas que hoy, tras la muerte de López, guardan el mismo silencio miserable y supino de aquellos años.

López trasladó las oficinas de Newell's a su búnker de San Lorenzo y Entre Ríos, arriba de sus negocios emblemáticos: la farmacia y el bingo. En la sala de espera de su despacho se comían las uñas jugadores, periodistas e intermediarios, todos suplicando por un cheque que no viniera de vuelta.

A los que aún defienden su gobierno levantando la bandera de sus supuestos logros futbolísticos, es conveniente recordarles que López fue presidente de la Lepra durante 28 campeonatos de primera división y sólo ganó uno. No parece mucho para un tipo que se jactaba de tenerla muy clara en la jungla del fútbol. Prometió una Copa Libertadores y en la única que Newell's jugó bajo su mandato, el sueño terminó rápido. También bajo su conducción la Lepra perdió los clásicos más dolorosos de las últimas décadas para sus hinchas: el 4 a 0 en Arroyito, el que rompió la racha invicta en el Coloso y el de la Copa Sudamericana de 2005, cuando había traído al chileno Juvenal Olmos, que según él estaba llamado a ser “el nuevo Bielsa”.

Los que todavía están bajo el influjo del síndrome de Estocolmo también apuntan que López “hizo crecer la hinchada leprosa más allá de las avenidas”, rompiendo con la histórica denominación de “los Caballeros del Parque”. Puede que eso tenga un rasgo de verdad, pero ese reclutamiento tuvo costos altísimos en la tribuna y también en los arrabales de Rosario.

Los punteros de López, liderados por el asesinado Roberto “Pimpi” Camino, crearon verdaderos ejércitos en los barrios de la ciudad. Ese polvorín se tornó incontrolable y todos creían tener la llama para prender la mecha. Nadie quería salir, todos querían entrar al negocio. Las ambiciones, las lealtades y las traiciones se empezaron a dirimir a sangre y fuego. En ese entramado se puede entender buena parte del escenario de violencia y muerte que se respira en Rosario en los últimos años.

López se fue del mundo de los vivos. Sin embargo, su abyecta forma de gobernar sigue latente en la atomizada política del club, en la deuda interminable, en los ídolos que debieron marchar al exilio en sus 14 años, en los pibes de estos pagos que se fueron a formar en otra parte y en la página de policiales del diario que hoy anuncia su muerte.