Un candidato que prende fuego el ataúd con los colores del principal adversario. Otro con tonada provinciana que se defiende con sorna de las acusaciones de aburrido y muestra cómo el otro, el “divertido”, corre en Ferraris y se guarda sobres en el saco. Un elector derrotado que trata de trastornados a los votantes que no eligieron a su candidato. Un bebé que llora cuando escucha a la presidenta decir que, además de a dios, a ella también hay que tenerle “un poquito” de miedo. Otro candidato que se pone al final de la línea de evolución, como si sus antecesores fueran simios incivilizados. 

Y finalmente, una candidata que sonríe sin dientes con ojos brillosos a cámara –o al futuro, según su eslogan– y atrás, algo borrosa, una mujer de ceño fruncido, con la mirada fija en el suelo.

Casi todos son spots de campaña, desde 1983 a esta parte, seleccionados caprichosamente; seguro quedaron fuera muchas joyitas. El último, habrán advertido, es el de la periodista Carolina Losada que debuta en política como primera precandidata a senadora nacional por Santa Fe dentro de Juntos por Cambio, una de las internas más competitivas con otras tres listas en oferta.

No es la primera que se cuelga de Cristina, la mujer de gesto enojado. Ni que lo hace, de forma más o menos agresiva. El bebé que llora forma parte de la campaña presidencial de 2015 de Sergio Massa, actual presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, y “aliado” ahora del oficialista Frente de Todos. 

Tampoco Losada es la primera que apela a una estrategia agresiva o negativa; sin embargo, los últimos días –antes y un poco durante el escándalo de las fotos del cumpleaños de la Primera Dama en la quinta de Olivos–  se habló mucho de lo “provocador” del afiche. A tal punto que disparó una conversación en la redacción de Rosario3 sobre la violencia de esta campaña de Primarias.

Quizás sí, quizás hace mucho que no veíamos mensajes tan fuertes, depende de cómo midamos el tiempo y cómo los mensajes. Pero seguramente no es la primera, ni será la última campaña “violenta”. Ni siquiera la más.

28 de octubre de 1983. El día que Herminio Iglesias, el candidato peronista a gobernador de Buenos Aires, quemó el cajón con los colores y el logo de la UCR.

“Sin impacto no hay conversación, y sin conversación no hay campaña. Hay emisión de un mensaje, pero el juego de la política es emisión y recepción. Si no recuerdan tu mensaje, no juntás un solo voto”, dice a Rosario3 alguien que sabe de armar campañas.

Es teoría básica: cada campaña debe sacudir un estado inicial de distribución de preferencias y redistribuirlas de forma tal de quedarse con el mayor número (de preferencias, que eventualmente se traducirán en votos).

La teoría, o mejor dicho, las teorías, son más complejas, pero en resumidas cuentas, el versito canta “para ganar una elección, hay que convertirse primero en tema de conversación”. 

Disparar directamente contra el adversario –en el caso de Losada, el kirchnerismo–, es un recurso útil y rápido, siempre y cuando se use dentro de ciertos límites. “Framing” o encuadre le llaman los expertos.

A Fernando Iglesias y Waldo Wolff, por ejemplo, el encuadre les falló y les salió el tiro por la culata, cuando acusaron “escándalos sexuales” en Olivos e involucraron muy explícita, vulgar y repudiablemente a la actriz Florencia Peña.

Por otro lado, si seguimos con la teoría (y la práctica), el campo discursivo de lo político implica necesariamente enfrentamiento, una relación con otro, que puede ser enemigo o adversario, pero que siempre es un otro distinto, incluso aunque sea parecido, con el que se entabla una lucha que, al mismo tiempo es simulada, pues es raro –y poco aconsejable– que la sangre llegue, literalmente al río.

A esto se lo conoce como las dimensiones “polémica del discurso” y “dramatúrgica de la política”, presente en tiempos de campaña y de gestión, aunque sobre todo de campaña: actores que polemizan arriba de un escenario (encuadre) sus libretos (más encuadre).

En fin, ¿es esta campaña más violenta? ¿O interpretamos demasiado literalmente algunos libretos? ¿Puede ser que tanta supuesta agresión responda a la exigencia de estímulos cada vez más fuertes, considerando la multiplicación de pantallas y panelistas en televisión que se gritan unos a otros? ¿Será que “sorprende” porque la corrección política dicta que debemos escandalizarnos más, aunque el conflicto esté siempre presente?

En todo caso, bienvenida la conversación.