Una de las catorce fuerzas invisibles que influencian en la sociedad moderna es aquella que decreta las fechas del Día de la Madre, del Padre, de los Abuelos, de la Tía, del Niño.

Se puede sondear en el Viejo Testamento para explicar fechas raras vinculadas a la liturgia religiosa, pero no hay rastros del origen de esos días que se resumen en una reunión familiar ineludible y un regalo.

Seguramente por eso nadie sabe bien por qué en un año indeterminado de la década del 90 el Día del Niño pasó del primer domingo al tercer domingo de agosto.

La conjetura más básica es que para el primer domingo lo más probable es que los padres no habrían llegado a cobrar su salario, y por lo tanto las jugueterías vendían menos. No hay pruebas que la desacrediten.

Pero visiblemente se saltó del primero al tercero, y no al segundo.

Y aquí queríamos llegar: aún desconociendo esas fuerzas ocultas que digitan nuestras anualidades familiares, la hipótesis más firme del salteo es que la palabra “tercer” era la única opción digna, con mejor métrica que “segundo” para suplantar a “primer” en ese atesorado jingle –ya transformado en himno de época– que nació como primer domingo y hoy es:

♫ Tercer domingo de agosto
Día del niño
Hoy más que nunca regale juguetes
regale cariño ♫

En definitiva, ese cambio de fin de semana no implicó grandes traumas ni modificó mucho la agenda familiar. Se asimiló enseguida. A lo sumo algún desinformado tiene que cada año volver a verificar qué domingo cae.

¿Hasta cuándo?

 

Una segunda polémica para el mencionado Día del Niño es la que se da en el seno de cada familia en torno a la edad de caducidad de la infancia. Más claramente: a partir de cuándo podemos empezar a ahorrarnos la compra de regalos.

Ante la inexistencia del Día del Púber, Día del Adolescente, Día del Menor de Edad o Día del Muchacho, se abre una zona gris que entremezcla nostalgias con poder adquisitivo, tradición con procesos hormonales. 

En algunas familias se apura el trámite apenas el infante ingresa a la escuela secundaria. Incluso, cosa que se da con más frecuencia en los varones, cuando en primer año muchos todavía parecen el pibito de Chaplin. En otras se espera a los 15, traccionando desde ese momento bisagra que significan los 15 en la vida de las nenas. Y, por supuesto, está el sector más apegado al Código Civil, que continuará con la ceremonia del regalo del Día del Niño mientras el destinatario siga siendo menor de edad.

Say Niño no more

 

Ahora, la verdadera conmoción sobre el Día del Niño es la que se dio estos últimos años: nada menos que el cuestionamiento, la impugnación y la consiguiente y exitosa cancelación del mismísimo concepto de “Día del Niño”.

En la torrentosa corriente que busca deponer y neutralizar el genérico masculino del idioma castellano, lógicamente que “niño” ya no abarca a niña, con lo que una nueva denominación se hacía imperiosa para la fecha.

La opción “Día del niño y de la niña” tuvo, llamativamente, poco vuelo. La versión adaptada del tan difundido “todos y todas” o “argentinos y argentinas” no dejaba de ser eso: un recurso de emergencia ante la incomodidad que sienten mucho con los neologismos con e final u otras opciones. La casi repetición cacofónica de la palabra y la mayor extensión le quitan punch, impacto. Probablemente “Día del niño y de la niña” no prendió por eso.

El castellano, además del problemita de la falta del género neutro, no cuenta con un término común para niños y niñas, como “children” en inglés o “crianças” en portugués.

El inglés no es referencia, siendo parámetro casi natural del género neutro con el que sueña el Romanticismo actual.

Pero el portugués nos da una pista valiosísima: criança es muy parecido a nuestro “criatura”, que es una de las formas históricas para denominar en común a niños y niñas; tanto en el idioma español como en la cultura argentina. Entonces, al final, ¿sí teníamos el término neutro para solucionar el tema?

Bueno… el problema pasaba a ser otro: “Día de la Criatura” sonaba más bien a un film de terror de John Carpenter, con lo que fue desestimado de plano, a pesar de la aparente ventaja sociolingüística que ofrecía.

La alternativa “niñe”, si es que alguna vez tuvo impulso, chocó con dos obstáculos: por un lado la falta de costumbre, incomodidad o incluso distancia que genera en gran parte de la gente, y por otro, que obligaba a prescindir, además, del artículo. “Día del Niñe” seguía conteniendo el artículo masculino “el”, con lo que invalidaba bastante la intención. No proesperó.

Allí es donde aparecen las soluciones más en boga: la generalización por vía de la categoría y no de las personas. Lo que fue el Día del Médico ahora es de la Medicina, el Día de la Secretaria mutó en Día del Secretariado.

Listo. Bingo.
Día de la Niñez. Día de la Infancia. Y a otra cosa.
Más aún: bajo el influjo de otra de las tendencias de moda, se suprime el singular en favor de los plurales. Entonces: Día de las Niñeces, Día de las Infancias.

No habiendo ámbitos resolutivos para debatir estos temas, que podrán seguir polemizándose en redes sociales y charlas lúdicas, el Mercado y el Estado tomaron posición y, sin más vueltas y en dos o tres años, adoptaron el nuevo formato y así es que ha quedado casi extinto de la faz pública el viejo “Día del Niño”

Quedan varios desafíos y retoques por delante.

El principal: ¿qué vamos a hacer con aquel viejo jingle devenido en himno nacional, que con una puntería poética inigualable rimaba “niño” con “cariño”, logrando filtrar “juguetes” con fines materialistas?

“Infancia” nos obliga a sacrificar ese sentimiento tan elevado que es el cariño, con lo que hay que buscar algo que esté a la altura.

Los ensayos que se vienen haciendo, por ahora no satisfacen:
♫ Tercer domingo de agosto
Día de la infancia
hoy más que nunca regale juguetes 
regale sustancias ♫

Tampoco hay consenso con las otras rimas propuestas:
Un Gancia
Jactancia
Una estancia
Una camiseta de Francia…