En abril de este año, un ataque fatal de un grupo de tiburones grises (Carcharhinus amblyrhynchos) frente a las costas de Hadera, al norte de Israel, causó perplejidad en la comunidad científica. El incidente fue insólito, ya que esta especie de más de tres metros de longitud está registrada históricamente como inofensiva para los humanos.
El evento, que se produjo a más de cien metros de la playa, encajó en la definición biológica de un feeding frenzy o frenesí alimenticio: un fenómeno de competencia violenta y caótica de múltiples depredadores sobre una fuente de alimento.
La reconstrucción de la secuencia ha revelado nuevas pistas sobre el comportamiento depredatorio más temido del mar, según revela un informe publicado por National Geographic España.
La GoPro, un señuelo accidental
Para especialistas como Éric Clua, de la Universidad Paris Sciences et Lettres, la clave de lo ocurrido podría estar en la cámara GoPro que portaba la víctima. Según el análisis de los expertos, estos dispositivos electrónicos emiten una señal electromagnética sutil, similar a los pulsos generados por los movimientos musculares de las presas naturales de los tiburones.
Los tiburones detectan estos pulsos a corta distancia mediante órganos especializados llamados ampollas de Lorenzini. Un tiburón habituado a ser alimentado por humanos habría podido acercarse, confundiendo la cámara con un señuelo o comida habitual.
El condicionamiento por la alimentación artificial
La investigación de Clua y su colega Kristian Parton (Universidad de Exeter) sugiere que la práctica común del shark feeding, o alimentación artificial de tiburones cerca de la orilla en Hadera, es fundamental para entender el ataque. Este condicionamiento artificial transforma la percepción que los animales tienen de los humanos: pasan de ser una amenaza a un proveedor, o en este caso, una presa accidental.
Los investigadores aseguraron que el primer mordisco probablemente no fue intencionado. Sin embargo, el sonido del primer ataque fue suficiente para activar la segunda fase: el frenesí. En el mar, el sonido viaja cinco veces más rápido que en el aire, y el eco actuó como una "llamada de cena" para otros tiburones cercanos.
El sonido y el movimiento son la clave
El estudio concluye que, a diferencia de la creencia popular y la cinematografía, no es la sangre la que desencadena el caos, sino la combinación de sonido, movimiento y oportunidad. El frenesí, a diferencia de la caza coordinada, es un acto de competencia pura; un tiburón simplemente percibe que otro encontró algo comestible y se lanza sin meditarlo.
Si bien los ataques de tiburón no provocados siguen siendo una rareza a nivel global, Clua advierte que la creciente tendencia de alimentar artificialmente a estos animales podría estar sembrando el camino hacia más encuentros trágicos, ya que los tiburones aprenden a asociar la presencia humana con comida.



