Para combatir la culpa, se multiplican las recetas que aseguran aumentar la productividad y evitar lo imperdonable: perder el tiempo. Los textos al respecto indagan en nuestra naturaleza haragana y poca propensa a lo concreto, otros intentan entender la relación que tejemos con las agujas del reloj, el deber ser propio, el impuesto y heredado, la carrera que se pretende ganar contra el transcurrir natural de las horas y los minutos. 

Todos somos algo procrastinadores. Más o menos prometedores, más o menos incumplidores, más o menos soñadores. Pero hay una especie que se destaca en este universo de los que aplazan sus asuntos. La clase política y su “nos debemos un debate de fondo”, cierre a innumerables problemáticas del aquí y el ahora. 

Prostitución, proxenetismo, desempleo, condiciones de empleo, inflación, narcotráfico, consumo de drogas, linchamientos, derechos sexuales y de identidad. Salarios, inseguridad, recursos naturales, estatización, impuestos. El precio del colectivo, el estado de las rutas, las escuelas que se vienen abajo, los perros de la calle, los niños sin padres, las tumbas, los horarios de cierre de boliches, los juegos del parque, los jubilados en eternas colas, las cañerías, la luz que se corta cuando hace calor, quien controla qué, quién manda acá, quién tiene responsabilidad de esto, de aquello. 

Los temas más calientes siempre esperan ser puestos en discusión pero es costumbre – y acá no hay diferencias partidarias- dejarlos para después con la excusa de que son inabarcables y que carecen de una solución posible. Como si no abordarlos los hiciera desaparecer. Mientras pasamos a otra cosa, las consecuencias de lo suspendido toma fuerza y lo que ayer era venta y consumo de marihuana y cocaína hoy es un mercado ilegal imparable. Pasa cada vez que se determina una suba en el bondi, siempre queda flotando la necesidad de que una vez por todas se cambie el sistema de transporte en su misma base. 

El tiempo pasa rápido y hay tanto por hacer. 

Que tener un buen trabajo, que mantener curvas, que formar curvas, que comer sano, que hablar bien, que arrancar un posgrado que con lo que sé no me alcanza, que chatear para mantenerme al tanto, que los pibes y la escuela, que los viejos, el perro, y lo que dan en la televisión, y ¿qué dijo la presidenta hoy?

Nada de eso puede esperar. Dilatar lo que está en agenda es de débiles y cómodos. ¿A quién se le ocurre no arrancar el gimnasio en primavera o dejar por la mitad ese curso o aquel libro del que todos hablan?  

Pero lo hacemos siempre. A pesar de que la actualidad privilegia a ordenados y hacendosos y muchos compran ese modelo de vida al extremo.Procrastinamos. Tan cierto como que a partir de mañana retomo las clases de inglés, ¿ok?