Damián Schwarzstein
El kirchnerismo se lleva de las internas abiertas obligatorias una certeza: deberá mejorar su performance en octubre, sobre todo en los grandes distritos –perdió en Buenos Aires, Capital, Santa Fe, Córdoba y Mendoza– pero no sólo en ellos, para que los dos últimos años de gobierno de Cristina Kirchner sean sin sobresaltos políticos y que la actual presidenta tenga una influencia decidida en la sucesión, ya que con estos números pensar en una reforma constitucional para apostar a otro mandato es directamente una quimera. Es que si bien vuelve a ser primera minoría, el retroceso del oficialismo con respecto al 54 por ciento con el que la jefa del Estado ganó en 2011 es muy fuerte, aunque la diferencia con el resto de las fuerzas siga siendo amplia.
El discurso de la presidenta en el hotel porteño en el que se concentró el Frente para la Victoria fue, de alguna manera, el lanzamiento de la campaña para obtener una mejor cosecha en octubre: dijo que esta fue una "pre-elección", pidió a la militancia trabajar fuerte en estos dos meses y medio y, aunque lejos de la euforia de otra veces, buscó dejar en claro que la votación fue nacional y que su fuerza ganó, tanto que si se proyectaran los datos de esta "precalificación" igual mejoraría su representación parlamentaria.
El kirchnerismo cuenta a su favor con la atomización de la oposición, de la que otra vez emergen demasiados retadores, ninguno con demasiado peso propio: Hermes Binner, que ganó ampliamente en Santa Fe; Julio Cobos, que hizo una gran elección en Mendoza; y desde el panperonismo el bonaerense Sergio Massa, que venció al kirchnerista Martín Insaurralde y es el niño mimado de los medios opositores. Mauricio Macri bailó en el búnker del PRO, pero su fuerza es otra que tiene que mejorar en octubre: en Capital estaba detrás de la suma de Unen tanto en el rubro diputados como senadores, aunque, claro, es difícil que Elisa Carrió y Pino Solanas retengan todos los votos de sus adversarios internos.
En las provincias más chicas el kirchnerismo reafirmó su supremacía en la mayoría, pero también sufrió algunos traspiés inesperados: no fue el más votado en lugares como San Juan, La Rioja y Catamarca. Además, perdió en Chubut y en Santa Cruz, su lugar de origen y donde votó la jefa del Estado. El oficialismo sí sacó gran diferencia en Formosa, Tucumán, Chaco y Entre Ríos. Mientras que aliados como los radicales K llevaron la delantera en otros distritos, como Santiago del Estero.
Si se toma el total de votos del país, con más del 90 por ciento de las mesas escrutadas, el Frente Para la Victoria (FPV) se llevaba un 26 % en diputados. Lo seguían el Frente Renovador de Massa, con el 13, el FAP de Binner con el 8 y la UCR con casi 6. Es decir, que la difrencia entre el primero y segundo rondaría 13 puntos. Massa no encabeza una fuerza nacional sino sólo bonaerense, lo que demuestra el peso de ese distrito en el total nacional.
Está claro que la popularidad de la presidenta -o al menos la que demostró tener hace menos de dos años- no se trasladó directamente a sus candidatos. Quedan para octubre más de dos meses que el oficialismo tratará de usar para levantar la performance de varios de sus postulantes, no sólo de Insaurralde.
Los líderes de la oposición, en tanto, ya saben que ninguno de ellos se recortará por sí solo para dar pelea en 2015 y que el escenario que parece emerger de este 2013 plantea que, de mantenerse la actual dispersión, la disputa por la sucesión se dará otra vez dentro del amplio universo peronista, donde Massa asoma como un nuevo sol al que muchos correrán a buscar abrigo.