Daniel Zecca

Los hinchas canallas se suben fácilmente a las ilusiones. No esperan a las realidades. Disfrutan de los sueños. Así ocurrió en julio de 2006. Era un tiempo en el que la ciclotímica dirigencia se escribía cartas de amor con “Los Inversores”. Y nadie se puso colorado por firmarle al gran Kily un contrato de 40.000 dólares mensuales. Total, después los inversores se van, los dirigentes también, y la deuda es de Central, que por ese entonces soñaba con ser campeón.

Los memoriosos recordaban a ese flaquito, corredor, de potente pegada, que jugaba en un equipo brillante, junto a Vitamina, Palma y compañía. Los más jóvenes lo tenían con la celeste y blanca, en las eliminatorias, en los mundiales... ¡Quién no iba a querer que viniera el Kily! Finalmente, después de amagar con ir a Boca, terminó jugando en Central.

Lo cierto es que el Kily nunca llegó a jugar en el nivel que supo hacerlo. En cancha siempre dejó la sensación de que si aceleraba marcaba diferencia, pero también dejaba la certeza de que ya no tenía forma de acelerar. En cancha se veía un gran jugador, más por lo que había sido, que por lo que era.

Otra cosa que caracterizó el paso del Kily por Central fue la ansiedad. Nunca entendió que para salir campeón no alcanzaba con el esfuerzo que había hecho durante toda su carrera. Se necesitaba esfuerzo nuevo. Se necesitaban pretemporadas de piernas molidas al fin de la jornada. Y ya no estaba dispuesto a dar tanto. Ni siquiera por 40.000 dólares mensuales.

También se le escapó, por ansiedad, que venía a un club anárquico. Sin voces de mando claras que determinaran objetivos y dispusieran los medios para lograrlos. Se pensó todopoderoso, pero no lo era.

La contracara de aquella llegada plena de esperanza fue este receso donde ni siquiera lo llamaron para saludarlo. Después de sus vacaciones, el Kily apareció y declaró que su continuidad en Central no era cuestión de plata. El técnico dijo que volvió porque no se le dieron otras chances, y el presidente declaró que el técnico no lo quiere. Y la gente no sabe qué creer.

Al hincha se le mezclan sensaciones de amor y odio. Y tal vez para entender algo haya que salirse del mundo marketinero que predomina y pensar que detrás de la marca Kily hay una persona llena de contradicciones. Que dentro de la marca Kily juegan a un mismo tiempo la cuenta en el banco, el cansancio, los años, las ganas de seguir ganando plata y el pibe canalla que dormía con una pelota azul y amarilla y relataba los partidos soñados con su Central campeón.

Esta vez el hombre le falló al pibe. Y el sueño tuvo un final triste. ¿De qué vale encontrar un culpable?