Aviano queda 105 kilómetros al noreste de Venecia, un lugar considerado de frontera porque Eslovenia está a sólo 40 kilómetros y si no fuera por el ruido de los aviones F-16, sería un lugar bucólico. Para llegar hasta el lugar, es necesario mostrar carné de periodista, porque la ruta de acceso a la base está bloqueada por distintos retenes policiales. El porqué de esta medida es lo que se ha comenzado a llamar “turismo de guerra” y consiste en la llegada inexplicable de familias enteras, procedentes de cada rincón de la región del Véneto, e incluso desde Eslovenia y Croacia. Decenas de miles de personas con canastos de picnic, largavistas y filmadoras, concurren al lugar para observar la guerra, es decir: los despegues y aterrizajes de los aviones aliados.

La tendencia comenzó hace poco tiempo con algunos turistas descriptos por los mayoristas del rubro como “casos excéntricos aislados”, pero crece conforme se diversifican los gustos y preferencias de la gente que busca cada vez más la aventura, el riesgo y la producción de adrenalina en su tiempo libre de fin de semana y hasta en sus vacaciones.

“Ya no alcanza con contratar excursiones a la plataforma lunar, o hacer reservaciones en hoteles de hielo o en hospedajes ubicados bajo el mar –explica el vicepresidente de la Asociación Rosarina de Agencias de Viajes (ARAV), Eduardo Carey, a Rosario3.com– para algunos, el esparcimiento está ligado más a la incertidumbre y a las emociones fuertes que a la búsqueda de un lugar paradisíaco donde descansar y cargar las pilas para el próximo año de trabajo”.

Aburridos, quizás, de encasillarse en opciones convencionales y de tomar sol en las playas o mitigar su estrés en las montañas en forma masiva, junto a miles de turistas, sin demasiadas sorpresas ni imprevistos, existen y comenzaron a diferenciarse del resto un grupo por ahora reducido de nuevos viajeros cuyo objetivo es identificar lugares de peligro: zonas de conflicto bélico, costas con riesgo de terremotos o de tsunamis o países con escasa seguridad, para pasar de la manera más vertiginosa posible sus días de “descanso”.

“Ninguno de ellos se maneja a través de las agencias de turismo –afirma Carey–, sino por medio de contactos puntuales como son las personas que ya han estado en esos puntos geográficos y les facilitan algunas guías y orientaciones básicas para llegar. Pero en ningún caso les ofrecen garantías, como es lógico que ocurra en zonas poco seguras no sólo para los turistas, sino también para los residentes, tales como algunas regiones de medio oriente que viven en permanente estado de conflicto”.

Que las historias cobren vida

“He tenido el privilegio de hacer turismo de guerra como periodista durante varios años en lugares como Babilonia, Ur de Caldea, Nínive, Qom, Basora y los principales lugares bíblicos. Jerusalén, Beirut, Estambul, la Sudáfrica del apartheid, la antigua Rhodesia de la minoría blanca, el Congo, Mozambique, Angola –relata el periodista español Lluís Foix, en sus diarios de viaje–. Es un turismo fugaz, agitado, superficial. No es masivo. Es simplemente peligroso”.

Mucha gente elige también como destino turístico, lugares que han servido de escenario en otras épocas a famosos enfrentamientos bélicos, llevados por motivaciones varias: desde la necesidad de conocer la historia hasta el morbo extremo.

Algunos viajan a Sarajevo para ver la ciudad que observaron sufrir durante cuatro años desde el comedor de sus casas, a través de las noticias de la tele, y la mayoría aún la imagina cómo una ciudad gris llena de cicatrices de guerra y medio destrozada.

El argumento a favor de visitar lugares como el Túnel de Sarajevo es similar al de convertir campos de concentración nazis en museos: para no olvidar y evitar que la historia se repita. Sin embargo, allí no hay gran cosa por ver. Tal vez, como repiten algunos guías encargados de conducir al curioso turista por ex campos de concentración, el objetivo sea “darle vida a los libros de texto; sentir, oír, oler", para que la historia cobre vida”.