Un poco antes de ser internada en terapia intensiva, Silvina Luna subió un video a su cuenta de Instagram en el que mostró su corte de pelo nuevo. Recibió cientos de comentarios; la mayoría se referían a su rostro y edad. Fueron tantos los mensajes que al día siguiente se grabó nuevamente y dijo: “Ésta soy yo, sin maquillaje, sin filtro, sin rellenos. Hace años que dejé de hacerlo. Quería comentarlo porque ayer recibí mensajes muy crueles y yo por ahí estoy más curtida pero hay muchas chicas adolescentes, y no, a las que un mensaje tan dañino las puede matar”. 

No alcanza con conducir programas de televisión, actuar en comedia o escribir un libro contando tu historia de vida marcada por una mala praxis de un falso cirujano. Además, de todo eso, el sistema exige llegar a los 43 –la edad que tenía Silvina– sin arrugas, con el cuerpo firme y la sonrisa presente, a pesar de los dolores y las veces que debió ser atendida por el metacrilato que más de una década atrás sirvió para que la modelo tuviera el culo que la televisión le reclamaba.

A lo largo de la historia los avances en materia de derechos y oportunidades para las mujeres crecieron y se ampliaron. Sin embargo, las exigencias sociales permanecieron inmóviles. Y con la llegada de las redes sociales, todo lo que tenga que ver con belleza y estética se incrementó exponencialmente: filtros que tapan ojeras, efectos que disimulan arrugas, photoshop para eliminar lo que en ojos de otros son imperfecciones y la posibilidad de que comenten abiertamente sobre los cuerpos expuestos, porque cualquiera opina de cualquiera. 

Incluso, para el Día de la Mujer, la Amistad o la Madre, los centros de estética proponen un dos por uno en reducción de grasa corporal envolviendo partes del cuerpo “difíciles” en yeso, inyectando líquidos, masajeando con rodillos de madera. Venden tratamientos que prometen borrar estrías y disminuir la celulitis. Proponen soluciones rápidas ilustradas con fotos que muestran el antes y el después de la persona que pasó por el consultorio estético. 

Las intervenciones no son tema nuevo. Sin embargo, la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética (ISAPS, por sus siglas en inglés) aseguró en su último relevamiento que los procedimientos para modificar partes del cuerpo como la abdominoplastia, aumento de glúteos y liposucción se incrementaron un 63%

“De tu inversión hacemos tu mejor versión” dice el eslogan de Anibal Rubén Lotocki en su perfil de Instagram. ¿Vivir con hipercalcemia por exceso de calcio en sangre, insuficiencia renal y diálisis es hacer una mejor versión de alguien? ¿Cómo es que personas como Lotocki pueden hacerse pasar por profesionales de la salud con tanta liviandad? ¿Por qué el responsable de la muerte de Silvina Luna y causante de enfermedades en tantos otros pacientes está en libertad? 

En realidad Silvina no quería glúteos más grandes. Pero deseaba trabajar en televisión como había soñado desde chica y “el medio es muy exigente”, según dijo en una entrevista que le hizo en el programa de Susana Giménez. Allí también pidió que se hable del ideal de belleza en los cuerpos. 

En otra ocasión y ya cansada de las sesiones de diálisis, la rosarina le preguntó a sus seguidores: “¿Cuántas cosas hacemos por alcanzar ideales de belleza, poniendo en riesgo nuestra vida y nuestra salud?”. Se culpó a ella por exponerse a procedimientos que le habían recomendado colegas con un supuesto cirujano reconocido quien luego de que su nombre circulara como causante del daño de Luna y tantas otras, sugirió que el concepto mala praxis estaba siendo demasiado usado. 

En Argentina, uno de cada cuatro médicos es denunciado por un procedimiento equivocado. Los juicios en el sector salud aumentaron un 20% en los últimos cinco años y el rubro más denunciado es el de la cirugía plástica, la medicina estética, traumatología y cirugía bariátrica, según  los registros de la empresa Seguros Médicos, del Observatorio de la cátedra libre de Derecho y Salud y del Observatorio de Bioética y Toma de Decisiones de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

El error no radica en el deseo de verse diferente sino en la liviandad con la que se habla de tratamientos estéticos, la desinformación, la crueldad en el discurso ajeno y perversidad de los incontables Lotockis que están cobrando importantes sumas de dinero para destruir cuerpos en nombre de la belleza.