La escena tiene como escenario un gimnasio, acaso el más concurrido del centro de Rosario.

En una pausa entre ejercicio y ejercicio un grupo de cuatro o cinco personas se pone a hablar de un tema recurrente en cualquier tertulia de estos días: a quién votar.

Pero, en realidad, lo que prevalece es contra quién. A tono con las campañas de las dos fuerzas principales que se disputan la Presidencia, una que fue gobierno y otra que lo es, pero que sin embargo parecen más preocupadas por resaltar las falencias del adversario que sus virtudes. Lo que habla, en rigor, de su propias falencias como gestiones, sobre todo de la actual, que al no poder convocar una masa crítica que avale sus (inexistentes o escasos) logros, centra su discurso en hacer oposición de la hoy oposición.

En el gimnasio del centro, al menos, la estrategia parece funcionar. En esa charla, en esa pausa para el diálogo, (casi) todos concluyen que están dispuestos a votar a quien sea, “con tal que no vuelvan”.

Punto para Marcos Peña, Durán Barba y el discurso demonizador. Punto para el equipo que hoy por hoy es el que mejor juega el juego de la grieta y así, con la ayuda de medios amigos que amplifican la campaña del miedo y un establishment económico que vuelve a cerrar filas ante la posibilidad de un cambio de signo político, recorta diferencias en las encuestas.

Pero hay matices. En el grupo que sigue hablando en el gimnasio del centro una mujer cuenta que en su familia ella es la única que no vota a la fórmula Fernández-Fernández. El resto del grupo reacciona con estupor. Qué horror, le dicen.

La mujer se aleja, vuelve a sus ejercicios. Se siente mal, ofendida. ¿Cuál es el horror? Ella ama a sus hijos, a sus nietos y nietas. Piensan distinto a ella. ¿Y qué? No hay horror alguno.

La escena del gimnasio es real. Tanto como la grieta. O como los discursos de odio que, fomentados por los propios dirigentes que tienen posibilidades de seguir o volver al poder, se convierten en una verdadera irresponsabilidad, pues riegan la tierra de una Argentina fragmentada e ingobernable.

¿Qué van a hacer con eso después del 10 de diciembre?

La señora del gimnasio vuelve preocupada a su casa. No por ella, dice. Por sus hijos y sus nietos.