A varios días ya del tembladeral político que provocaron los resultados de las Paso, una sensación se fortalece con la posible entronización de Javier Milei, cuyas acciones crecen a la par del caos económico que se profundizó con su victoria, la devaluación del lunes, la escalada irrefrenable de precios, los síntomas de desabastecimiento y la sensación de vacío de poder que transmite el gobierno: estamos ante una crisis sistémica como la de 2001, pero con un liderazgo emergente capaz de capitalizarla en las urnas.    

“Asistimos a un 2001 con dueño”, escribió en La Nación Gonzalo Sarasqueta, director del Máster Oficial en Comunicación Política y Empresarial de la Universidad Camilo José Cela. 

Aquel año en que se estrenó el “que se vayan todos” que se convirtió en hit de campaña del sprint final del libertario hubo elecciones legislativas. Y, como en las Paso del domingo, se habló de un voto bronca que abarcaba a toda la dirigencia política y ya no de un voto castigo hacia el oficialismo de turno. En esos comicios el 24,5 por ciento no asistió a las urnas y 24 por ciento que sufragó en blanco o anuló el voto. 

Al no haber una tercera fuerza política que canalizara el malestar con la polìtica, ese acto electoral modificó la relación de fuerzas pero sostuvo a los mismos jugadores en el sistema de representación: el PJ –que obtuvo el 38,5% de los votos válidos– ganó bancas y poder legislativo en detrimento de la Alianza gobernante, que llegó al 22,7%. 

El quiebre se produjo dos meses después, con el estallido del 19 y 20 de diciembre, la represión masiva y fatal, la salida de Fernando de la Rúa en helicóptero, más el juego de la silla con el que el peronismo dirimió su interna hasta dejar a cargo de la transición a Eduardo Duhalde, el autor de una frase que aún permanece en el inconsciente colectivo: “Estamos condenados al éxito”.

El sistema, la “casta” diría Milei, encontró su propio mecanismo de reinvención. No se fueron todos sino unos poquitos. La situación alumbró un nuevo esquema de representación, que comenzó con la reconstrucción de la autoridad presidencial por parte de Néstor Kirchner más el alineamiento hacia la centroizquierda del peronismo, y se completó con el surgimiento de Mauricio Macri como referente de una centroderecha que esperaba agazapada su oportunidad.

Esa suerte de nuevo bipartidismo entre el kirchnerismo y el macrismo es el que ahora vuela por los aires, consecuencia del fracaso de unos y otros en la gestión, del distanciamiento de las dirigencias con la ciudadanía, de la incomprensión de la reconfiguración que atraviesa la sociedad argentina en general, y el mundo de las comunicaciones y el trabajo en particular.

Es un proceso al que el resultado de las Paso del domingo le puso la certificación. Ya no con el voto en blanco o anulado sino con un apoyo masivo y la chance real de que la ciudadanía consagre como presidente a un candidato que, desde postulados económicos ultraliberales e impronta política de ultraderecha, consigue por fuera del peronismo lo que hasta ahora solo había logrado Carlos Menem: el respaldo de un electorado policlasista que vio en Milei espejado su enojo, su hartazgo con una clase dirigente que no supo escuchar ni ver lo que pasaba a su alrededor. 

Una nota de Rosario3 sobre la radiografía del voto en la ciudad grafica con simpleza este fenómeno: el libertario ganó en Fisherton, que era bastión de Juntos por el Cambio, y en Empalme Graneros, histórico enclave peronista. Es una generalización inexacta: pero se podría decir que los padres votaron a Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta o Sergio Massa. Los hijos a Milei.

Esos chicos son los sujetos a los que la Argentina punk, el país que vive tomado por la idea de que no hay futuro, empuja a la pobreza, la changa, el empleo precario, la imposibilidad de la realización personal y colectiva. O a soñar con Ezeiza, según cual sea su origen social. 

De nada valen el argumento que de lo que el libertario dice que va a hacer una parte es inaplicable y la otra no los sacará de esos lugares sino más bien todo lo contrario, que probablemente expongan padres ideologizados o con un mínimo de memoria política. Porque la respuesta es simple: ¿adónde nos han llevado los otros?

Los análisis poselectorales lo dicen con toda claridad: no se votó con ideología. Aunque, luego, quienes surjan victoriosos de las urnas sí gobernarán con ella.

Es lo que explica, por caso, el lugar en el que busca colocarse Mauricio Macri, que dice apoyar a Bullrich pero no deja de enviarle guiños al líder libertario: el de garante de la gobernabilidad de una gestión de sello ultraliberal, que haga lo mismo que él pero más rápido y acaso con mayor violencia.  

Cuando la sociedad está rota lo nuevo siempre tiene mejor oportunidad que lo viejo. Pero esta vez la era no está pariendo un corazón, como cantaba Silvio Rodríguez, sino un grito desesperado.