La situación en el campo argentino atraviesa uno de los momentos más complejos de los últimos años. El mes de septiembre terminó sin lluvias significativas en la región núcleo, lo que pone en jaque el desarrollo de los principales cultivos y genera una creciente preocupación en el sector. Los productores advierten que los números no cierran, mientras que desde el Servicio Meteorológico Nacional alertan sobre la continuidad de La Niña, lo que podría extender la falta de lluvias durante toda la primavera y el verano.
Con un 81% de probabilidad de que La Niña se mantenga activa, las perspectivas climáticas para el último trimestre del año son alarmantes. Las lluvias no solo serán insuficientes en gran parte del país, sino que las temperaturas estarán por encima de lo normal, lo que incrementará las necesidades hídricas de las plantas en un contexto crítico.
Las provincias de la región núcleo, conocidas por tener los mejores suelos y los mayores rendimientos en los cultivos, serán las más afectadas. Aquí, la falta de precipitaciones, sumada a las altas temperaturas, compromete gravemente el ciclo agrícola. El maíz, por ejemplo, que ya muestra un atraso en la siembra, podría ser el primer cultivo en ceder terreno ante la imposibilidad de continuar con las labores. Según la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, la siembra de maíz con destino a grano comercial apenas llegó al 13,7%, y si no se registran lluvias significativas en las próximas semanas, muchos productores se verán obligados a cambiar a cultivos menos exigentes, como la soja.
Las proyecciones son claras: si no llegan al menos 30 mm de lluvias, la continuidad de muchos productores será imposible. Aunque en zonas como Entre Ríos y el este de Santa Fe aún queda humedad superficial, gran parte del centro del país se encuentra paralizado a la espera de un cambio climático que no parece llegar.
En cuanto al trigo, las expectativas no son mejores. Si bien a nivel nacional casi la mitad de los cultivos presentan una condición hídrica óptima, en el NOA, los primeros lotes cosechados muestran rendimientos muy por debajo de la media. Algunos productores ya piensan en triturar el grano para forraje, dado que el bajo rendimiento no justifica los costos de cosecha. En la región núcleo, el trigo enfrenta el riesgo de estrés térmico y heladas tardías, lo que podría dañar irreversiblemente los cultivos.
La situación en el campo no solo afecta la producción agrícola, sino también el negocio de los insumos, que avanza a paso lento. Las decisiones de inversión están condicionadas por el comportamiento del clima y los precios de los commodities.
La fertilización es otro de los puntos críticos a definir en los próximos meses. Los especialistas destacan la importancia de una fertilización balanceada en cultivos como la soja, utilizando arrancadores que aseguren un buen desarrollo inicial, especialmente en un año en el que la disponibilidad de agua será escasa. Las tecnologías que potencian el vigor de las semillas juegan un rol crucial en este contexto.
La protección de los cultivos tampoco puede ser descuidada. Un año seco como el actual presenta un doble desafío: menos agua significa plantas más vulnerables a las malezas, que en condiciones de estrés hídrico son más eficientes en la competencia por los recursos. Además, cualquier ataque de plagas tendrá un impacto directo en la productividad, ya que en este ciclo no se puede permitir la pérdida de hojas, vainas o granos.
Los productores y empresas enfrentan un desafío sin precedentes. Este año, más que uno de recuperación, será de supervivencia. Con un clima que no da tregua, la estrategia agronómica y financiera será clave para maximizar los rendimientos en un escenario adverso. La pregunta que queda en el aire es si el gobierno está al tanto de la gravedad de la situación y qué medidas tomará para apoyar al sector, dado que la recaudación por exportaciones podría verse afectada si no llueve y la producción no cumple con las expectativas.
El agro sabe que no será un año fácil.
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