IA: ¿La oportunidad del siglo o una trampa financiera?

Analizamos si la fiebre por la Inteligencia Artificial es una revolución real o una burbuja a punto de estallar. Descubrí por qué la deuda y los "acuerdos circulares" están encendiendo las alarmas en Wall Street

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Imaginemos por un segundo la escena: estamos en una mesa de café, de esas que abundan en nuestra ciudad, y alguien saca el tema del momento. No es el fútbol, ni la política, sino la tecnología que promete cambiarlo todo. La Inteligencia Artificial (IA) ha irrumpido en nuestras vidas con mucha fuerza, y con ella, una pregunta que ronda la cabeza de todo inversor, desde el pequeño ahorrista hasta el gran empresario: ¿Estamos frente a una oportunidad histórica o estamos inflando una burbuja que nos va a estallar en la cara?

Vivimos un momento memorable en la historia mundial, donde empresas líderes están invirtiendo sumas de dinero sin precedentes para desarrollar una tecnología que, según sus defensores, transformará la existencia humana. Pero la historia, que es sabia y suele rimar, nos sugiere que la prudencia no debería ser negociable.

Para entender dónde estamos parados, hay que mirar el pasado sin nostalgia pero con atención. Las burbujas financieras tienen una progresión casi matemática. Aparece algo nuevo, revolucionario, que captura la imaginación colectiva. Los primeros en llegar obtienen ganancias excesivas, y quienes la miran desde afuera sienten mucha envidia, junto con miedo a quedarse afuera —el famoso FOMO— que los empuja a entrar al mercado sin medir riesgos. Lo hacen sin preguntarse si el precio que pagan tiene sentido. El resultado final suele ser doloroso para el bolsillo, aunque, y aquí está el matiz interesante, a veces la sociedad sale ganando a largo plazo.

Es fundamental distinguir entre dos tipos de euforia financiera. Por un lado, están las que podríamos llamar "burbujas de reversión a la media", esos fenómenos puramente especulativos donde se inflan precios sin un valor real detrás, como ocurrió con las hipotecas subprime en 2008.

Esas destruyen riqueza y no dejan nada útil. Pero existen otras, las "burbujas de inflexión", que se basan en un progreso tecnológico real, como sucedió con los ferrocarriles en el siglo XIX o Internet a finales de los 90. En estos casos, la fiebre especulativa financia la infraestructura necesaria para el futuro.

Aunque muchos inversores pierdan todo cuando la burbuja pincha, el mundo hereda las vías del tren, la fibra óptica o, en este caso, los centros de datos para IA. La clave para nosotros, inversores y empresarios, es intentar no ser quienes financian la fiesta con pérdidas, sino quienes sepan aprovechar la infraestructura cuando el polvo se asiente.

Actualmente, el mercado de valores está bailando al ritmo de la IA. Empresas como Nvidia han visto sus valoraciones multiplicarse de manera astronómica, pasando de valer unos cientos de millones a billones de dólares. Esto no es casualidad; están vendiendo los picos y las palas en plena fiebre del oro.

Sin embargo, la incertidumbre es gigantesca. Sabemos que la IA cambiará el mundo, sí, pero no tenemos idea de quiénes serán los ganadores definitivos. Aquí vale recordar lo que alguna vez señaló el legendario inversor Warren Buffett, al recordar la industria automotriz: "De las 2.000 empresas de autos que había a principios del siglo XX, solo tres sobrevivieron. Los autos tuvieron un enorme impacto, pero el resultado fue contrario para los inversores".

Más aún, uno de los aspectos más inquietantes de la situación actual es lo que en la jerga financiera se conoce como "acuerdos circulares". En pocas palabras: grandes empresas tecnológicas invierten miles de millones en startups de IA, y esas startups usan ese mismo dinero para comprarles servicios de computación en la nube o chips a las empresas que las financiaron. Es un movimiento que infla los ingresos de manera artificial.

Si yo te presto dinero para que me compres mi producto, mis ventas suben, pero ¿es una demanda real y sostenible o es un castillo de naipes? Goldman Sachs -banco de inversión de gran trayectoria- ha estimado que una parte significativa de las ventas de Nvidia podría provenir de este tipo de dinámicas. Esto nos obliga a mirar los balances con lupa y no dejarnos encandilar por números de crecimiento que parecen desafiar la gravedad.

Además, hay un elefante en la habitación del que pocos quieren hablar: la deuda. Hasta hace poco, mucha de la inversión en tecnología venía del propio flujo de caja de las empresas. Pero ahora, la carrera es tan frenética y costosa que se está empezando a usar deuda para financiar la construcción de centros de datos y compra de procesadores. Y aquí es donde la cosa se pone picante. Endeudarse para un negocio con flujo de caja predecible es razonable; endeudarse a 30 años para apostar a una tecnología que cambia cada seis meses es, cuanto menos, arriesgado.

Si la tecnología avanza y los chips actuales quedan obsoletos en dos años, ¿cómo se paga esa deuda a largo plazo?. El pasado jueves, coincidentemente, la acción de Oracle cayó significativamente (-10,8%), explicando en parte por el incremento de su deuda neta a unos 108 mil millones de dólares para financiar construcción de centro de datos, lo que preocupó a los inversores por el impacto en los márgenes de ganancia y la sostenibilidad financiera.

El riesgo sistémico aparece cuando el crédito fácil empieza a financiar proyectos marginales. Hoy vemos empresas emitiendo bonos para financiar infraestructura que quizás no tenga demanda si la IA no logra monetizarse tan rápido como se espera. Porque, seamos sinceros, todos usamos herramientas como ChatGPT, pero ¿cuántas empresas están realmente ganando dinero gracias a la IA hoy?

La mayoría está en etapa de experimentación, invirtiendo con la esperanza de que la rentabilidad llegue mañana. Como dijo Sam Altman, CEO de OpenAI: "Construiremos este sistema generalmente inteligente y luego le pediremos que descubra una forma de generar un retorno de la inversión". Una declaración que debería hacernos reflexionar sobre la base de las valoraciones actuales.

No podemos ignorar que la IA tiene características únicas que la diferencian de revoluciones anteriores. La velocidad de adopción y mejora es brutal. Un programa de IA hoy puede escribir código mejor que muchos programadores humanos, algo impensable hace apenas un año. Esto plantea interrogantes no solo financieros, sino sociales.

Si la IA aumenta la productividad de manera exponencial, ¿qué pasará con el empleo? Los optimistas dicen que siempre surgen nuevos trabajos, pero la transición puede ser dura. Si una máquina puede hacer el trabajo de un analista junior, un abogado o un redactor publicitario en segundos y por centavos, el impacto en la clase media profesional podría ser letal.

Para el empresario o profesional rosarino, la lección no es huir de la IA, sino abrazarla con escepticismo constructivo. No se trata de hipotecar la casa para comprar acciones de la startup de moda ni de ignorar la tecnología y pretender que no existe. La estrategia inteligente suele ser el camino del medio: participar de la tendencia con una porción del capital que uno pueda permitirse arriesgar, mientras se mantiene el grueso de las inversiones en activos con flujos de caja comprobados.

No hay que olvidar que, en la fiebre de las "puntocom" del año 2000, empresas sólidas como Microsoft y Cisco tenían ratios de precio-beneficio mucho más altos que los que vemos hoy en las líderes de IA. Eso podría sugerir que, tal vez, esta vez los fundamentos sean un poco más sólidos, o simplemente que la euforia aún tiene margen para correr.

Sin embargo, hay señales de alerta que no podemos barrer bajo la alfombra. La proliferación de vehículos de inversión especiales, el miedo a perderse la oportunidad y la narrativa de que "esta vez es diferente" son ingredientes clásicos de un cóctel explosivo.

John Templeton solía decir que "el 20% de las veces las cosas realmente son diferentes", pero apostar todo a ese 20% requiere un estómago de acero. La inversión en infraestructura de IA, como los centros de datos, puede parecer la nueva inversión inmobiliaria segura, pero si hay un exceso de oferta, los precios de los alquileres de esos servidores caerán, y con ellos, la rentabilidad de los proyectos.

La realidad es que nadie tiene la bola de cristal. Podemos teorizar, analizar gráficos y comparar con 1929 o 1999, pero solo sabremos si fue una burbuja irracional cuando miremos hacia atrás dentro de unos años. Lo que sí sabemos es que la tecnología transformadora suele generar excesos. Esos excesos son necesarios para el progreso, pero peligrosos para el patrimonio individual si no se gestionan con cuidado. La IA tiene el potencial de ser el mayor avance de nuestros tiempos, pero eso no garantiza que todas las empresas del sector vayan a ser exitosas.

Al final del día, la inversión inteligente, ya sea en el agro, en la industria o en la tecnología más de punta, requiere juicio sensato e implementación hábil. No dejarse llevar por los cantos de sirena de rendimientos inmediatos ni por el pánico de los agoreros de siempre. La historia nos enseña que el capital es pasional y la memoria financiera es corta. Por eso, ante la duda de si estamos en una burbuja o en el umbral de una nueva era dorada, la respuesta más honesta y quizás la más útil para navegar estos tiempos revueltos es que probablemente estemos en ambas situaciones a la vez.

Autor: Lucas Quaranta
Magister en Finanzas - Universidad Torcuato Di Tella

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