Sentado entre CEOs, banqueros y dueños de pymes en el foro empresario más influyente del país, Javier Zanetti descolocó a todos sin tocar una pelota. En un encuentro donde se discutían economía, productividad y futuro, el ex capitán de la Selección Argentina y leyenda del Inter de Milán habló de algo que pocos se animan a poner en palabras: el sentido del trabajo, el error y la reinvención.
No vino a hablar de táctica. Vino a hablar de mentalidad. De cómo se construye un equipo ganador —en la cancha o en una empresa— cuando el contexto te juega en contra.
“El trabajo en equipo no es un eslogan para una pared de oficina. Es el motor del éxito sostenido”, dijo con serenidad.
Su sola presencia imponía respeto. Un tipo que lo ganó todo, que vive en Italia hace tres décadas, pero que vuelve a la Argentina no por nostalgia, sino por convicción. La convicción de compartir lo que aprendió en su camino: que competir empieza mucho antes del partido, y que la excelencia no se improvisa el domingo: se entrena de lunes a viernes.
Competir sin destruir
Mientras hablaba, muchos empresarios se miraban entre sí. La palabra “competencia”, en el mundo corporativo, suele sonar a guerra. Pero para Zanetti, competir no es destruir al otro: es respetar la profesión y dar todo en cada entrenamiento.
Y ahí tiró su primera bomba: “Los resultados extraordinarios del domingo son la consecuencia inevitable de la profesionalidad obsesiva de lunes a viernes.”
Una frase que podría estar en el manual de cualquier CEO exitoso, pero dicha por alguien que levantó la Champions League tiene otro peso.
El error como maestro
Luego habló sobre el error. Zanetti lo definió sin vueltas: “Para ganar, primero hay que saber perder.”
El miedo a equivocarse, dijo, es el freno más poderoso que tienen las empresas para innovar. En su carrera, cometió errores, sí. Pero el secreto no fue evitarlos, sino levantarse más rápido de lo que cayó.
Su mensaje fue claro: en un país donde las pymes sobreviven a crisis, inflación y reglas cambiantes, el error no es el enemigo, es el entrenador invisible.
Reinventarse después del éxito
La parte más impactante fue su relato sobre lo que vino después del retiro. A los 41 años, pasó de ser capitán a vicepresidente del Inter.
De los botines a la sala de reuniones. De la cancha al management. Y ahí, confesó: “Volví a ser estudiante.”
Se anotó en un máster en la Universidad Bocconi, rodeado de alumnos veinte años menores, para entender de finanzas, marketing y estrategia.
“El respeto no se exige por los logros pasados, se gana por la competencia presente.”
Una lección de humildad y actualización que hizo ruido entre los ejecutivos. En un mundo donde el cambio es constante, el liderazgo se mide por la capacidad de seguir aprendiendo.
Propósito y legado
Pero el cierre fue más humano que técnico. Cuando habló de la Fundación Pupi, creada en 2001, el auditorio se volvió silencio. “Ver la felicidad de esos chicos es mi mejor resultado”, dijo.
Más de mil familias son asistidas cada año por la fundación. No como un gesto filantrópico, sino como una extensión de su propósito. Porque, según él, la verdadera responsabilidad social no es marketing: es identidad.
El mensaje final
Antes de irse, miró a la sala y soltó una frase que podría estar grabada en mármol: “La tecnología es crucial, pero nunca perdamos la relación humana.”
Entre tanto debate sobre inteligencia artificial, productividad y digitalización, Zanetti recordó algo esencial: los negocios, como los equipos, se ganan con confianza, empatía y propósito compartido.
Salí del salón convencido de que el fútbol y la empresa son más parecidos de lo que creemos. Ambos se juegan con pasión, estrategia y una verdad inapelable: nadie gana solo.

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