Que por qué los shoppings sí y las escuelas no; que hay edificios sin agua y techos que se caen en aulas cerradas y olvidadas durante la pandemia, con obras pendientes de ejecución; que los docentes no quieren trabajar; que quién capacita a maestros para la bimodalidad (presencial–virtual) que se avizora; que los gremios docentes piden garantías que nadie tiene; que si abrieron las colonias, por qué no los colegios; que aprovechen los patios; que nadie piensa en los chicos; que los docentes nos cargamos la responsabilidad, con infraestructura propia y sin apoyo ministerial. No hay quien no hable o se expida sobre la reapertura de las escuelas y el regreso a la presencialidad, y el tema de hondo impacto social se instaló (fue instalado) en el centro del debate político entre oficialismo y oposición, en un año electoral, con la pandemia por coronavirus aún sin resolver en Argentina y en el mundo. 

A pesar de las pocas certezas que sobre el 2021 tenemos, una evidencia surge con meridiana claridad: más allá de la  puja partidaria, resolver ya, cómo (y no sólo cuándo) se iniciará el próximo ciclo lectivo, urge a las autoridades educativas nacionales y provinciales.

Determinar con qué recursos, en qué condiciones, con qué protocolo, en qué horarios y en cuáles ambientes e instalaciones se darán las clases presenciales, compete a la cartera educativa y es esencialmente, una cuestión política (de política de Estado) que requiere toma de decisiones y asignación de recursos para hacer que esas decisiones sean viables y sostenibles en el tiempo. 

De lo contrario, al igual que en 2020 –cuando la pandemia nos sorprendió– el peso volverá recaer sobre las y los docentes. Y es sabido que la buena voluntad puede mejorar u optimizar un recurso material escaso o precario, pero jamás alcanzará para inventarlo si no existe. Llámese baño o computadora.

Llevamos dos décadas del siglo XXI y ya no hablamos de tizas, pizarrones y papel afiche, sino de tecnología inaccesible para muchos presupuestos hogareños; de notebooks a precios irrisorios para el sueldo de un obrero, de conexión a internet en muchas casas ausente, de paquetes de datos que no todos tienen, de celulares con memoria suficiente de los que muchos carecen y de conocimientos digitales con los que la mayoría no cuenta.

Todo esto será necesario –además de edificios habitables, aulas ventiladas, sanitarios en buenas condiciones y servicios esenciales garantizados– para implementar la combinación entre presencialidad y virtualidad que se viene;pero a pocas semanas del comienzo del nuevo ciclo lectivo, los interrogantes se multiplican. 

Aquí, la valoración de lo hecho y las expectativas respecto del regreso a las clases presenciales, según la mirada personal de tres docentes y formadoras de docentes de distintos niveles, de la ciudad de Rosario.

“La dinámica de la presencialidad nos permitió concretar la utopía de la universalidad en la educación"

 

Si bien no hay una modalidad educativa que garantice el ciento por ciento de los objetivos logrados, es cierto que hasta 2020, la presencialidad fue la forma en que todos, como alumnos, aprendimos ciertos contenidos y desarrollamos algunas destrezas, a lo largo de nuestra trayectoria educativa. Sobre ese punto pone el acento la profesora Elisa Welti, doctora en Educación y profesora de la escuela de Ciencias de la Educación de la facultad de Humanidades y Artes (UNR) y de Institutos de formación docente (IFD), quien dialogó con Rosario3.

Algunas experiencias en pequeños grupos
se llevaron a cabo en los últimos meses de 2020.

“Más allá de cuestiones que corresponden a los expertos y que tienen que ver con la contención de la circulación del virus y con los cuidados que esto requiere, creo que es importante pensar en el modo en que esta situación inédita interpela la forma que la escuela adoptó desde sus orígenes, basada en la presencialidad física, la sincronía, la simultaneidad y el aula (supuestamente) homogénea”, señala.

Y agrega: “Si bien, no es un tema nuevo, este particular contexto nos obligó y nos obliga a imaginar recorridos, dispositivos y entornos que posibiliten otros modos de circulación del conocimiento que, sin dejar de ser escolares, alteran aquello que tradicionalmente consideramos como formato escolar. Recorridos, dispositivos y entornos que a veces fallan o no dan el resultado que quisiéramos o que no acertamos a utilizar del modo adecuado o que nos exigen a los/as docentes conocimientos que a veces no tenemos”.

“Pero también hay que reconocer –aclara– que la forma escolar tradicional, con encuentros presenciales y sincrónicos, no siempre garantizó ni garantiza ni garantizará la transmisión de saberes. No obstante, es lo que veníamos sosteniendo y haciendo maestros y maestras, profesores y profesoras en las escuelas y es lo que sabemos hacer, y es, además, lo que nos permitió educar –no sin errores ni falencias y cuestiones a mejorar, pero educar al fin– a generaciones de niños, niñas y jóvenes en Argentina durante casi un par de siglos. Es lo que nos permitió concretar la utopía de la universalidad en la educación de las infancias y comenzar a alcanzarla (aunque no sin obstáculos) con las adolescencias y juventudes”.

Es preciso reconocer que algunos entornos y dispositivos de la contemporaneidad sumados al encuentro presencial, democratizan el acceso y permanencia en el sistema educativo.

“Por tanto y sin dudas –remarca Welti– resulta fundamental volver a la presencialidad, en cuanto sea posible y estén dadas las condiciones para ello; presencialidad que, sin dudas, deberá ser rediseñada en tiempos, espacios y agrupamientos que permitan atender estas particulares condiciones”.

Pero no se trata de volver y nada más. La investigadora subraya que “es preciso – y ya lo era antes de esta pandemia– repensar el formato escolar tradicional (sin por ello cuestionar la importancia de la escuela) y reconocer que algunos entornos y dispositivos de la contemporaneidad lo enriquecen y complejizan, le aportan ubicuidad y flexibilidad, diversifican los lenguajes disponibles, entre otras muchas cosas, que, sumadas al encuentro (físico y presencial cuando sea posible) entre generaciones y saberes que propone la escuela desde sus inicios, potencian, amplían, democratizan las posibilidades de acceso y permanencia”

“Un año en la vida de un adulto no es igual que en la de un niño o niña”

 

Cómo afecta la no presencialidad a la salud psíquica y emocional de chicos y chicas en edad escolar y en pleno proceso de crecimiento, formación y desarrollo, es un tema crucial que analizan las especialistas, a partir de lo que relatan madres y padres y también desde su propia experiencia como madres y docentes al mismo tiempo.

En ese sentido, Paula Lo Celso, docente de nivel inicial, educadora en Masaje Infantil, licenciada en Pedagogía Social y especialista en el Método Montesori (modelo educativo creado por la educadora y médica italiana María Montessori a finales del Siglo XIX), es categórica: “Vuelta a clases presenciales, sí".

"La escuela en diferentes contextos –afirma– es un espacio que resignifica la vida de muchos niños y niñas, de pertenencia, sentido y sobre todo, de herramientas para la vida y este tiempo sin presencialidad en las escuelas ha dejado en desventaja a muchos niños y niñas. Por eso creo que es imperiosa la presencialidad, cuidándonos unos a otros, pero entendiendo que lo humano no se reemplaza, que el ser se constituye en relación a otro. A una palabra, una mirada, un abrazo, una lectura, una enseñanza”.

Además, enfatiza que el distanciamiento social ha descuidado aspectos esenciales de la formación: “No hemos regresado a la escuela para cuidarnos desde lo físico, pero no estamos midiendo las consecuencias emocionales y psíquicas que esta decisión tiene en las personas y sobre todo en niños y adolescentes”.

La escuela tiene el desafío, junto a las familias, de rearmar a niñas y niños psíquica y emocionalmente.

“Hoy, más que nunca –insiste– la escuela tiene que repensar los contenidos y trabajar la emocionalidad y las posibles consecuencias de este año sin escuela presencial; observar a cada niño y acompañar en lo que necesiten. Tiene el desafío, junto a las familias, de rearmar al niño, psíquica y emocionalmente. Tenemos que tener presente que un año en la vida de un adulto no es igual que en la de un niño o niña, porque se están constituyendo permanentemente. Este año pasado para estos niños y niñas no vuelve. En un adulto se puede compensar, en ellos y ellas, no”.

En algunas jurisdicciones, las clases presenciales se retomaron
de forma parcial en 2020.

Y luego añade: “Otro tema son los nuevos aprendizajes. Esto de no besar, no tocar. Necesitamos hacernos preguntas sobre esto. Niños y niñas desarrollan diferentes etapas según su desarrollo humano y seguramente el impacto fue diverso, teniendo en cuenta las esas diferentes etapas. En un niño de 0 a 3 años, quizás no le haya implicado grandes cambios y sí le ha regalado otras oportunidades como la presencia familiar en el hogar. En cambio, los niños y niñas de cuatro a siete años necesitan evolutivamente, comenzar a explorar el mundo exterior, poniendo a prueba sus posibilidades, leyendo el mundo externo y apropiándose de él”.

“Lo mismo –señala– para niños y niñas de 8 a 12 y los y las adolescentes. Esta etapa es cuando más se necesita del par, porque están constituyendo su porqué en el mundo, qué va a aportar socialmente, qué legado dejará y para qué se preparará. Para esto necesita de sus pares y de esa fuerza única e intensa que vivencian desde adentro. Es la posibilidad de identificarse con otros que no sean sus padres”.

La docente afirma que así como otras actividades han logrado volver a cierta normalidad, la escuela también logrará hacerlo y considera que no habrá consecuencias negativas. “Siempre que intentemos ir a favor de las infancias y de los derechos de niños y niñas, no vamos a estar errados. Necesitamos asumir ciertas responsabilidades para y por ellas, para y por ellos”, sostiene.

Lo Celso pone el foco además en la actitud de los y las docentes para el regreso a las escuelas y remarca que “tienen que pujar para el regreso a la presencialidad y poner la mejor voluntad para que este regreso a clases se dé, teniendo en cuenta que las niñas y niños y sus familias ya están compartiendo ciertos espacios educativos o colonias, sin consecuencias mayores”.

“Habría que armar un buen plan de inicio con mucha voluntad y deseo de parte de todos los que hacen la educación para que esto suceda. Garantía de antemano, en este contexto y con todo lo que nos ha pasado en el último año, las garantías ya no son parte real de la vida. Sí podemos hablar de diferentes condiciones que colaboren a la seguridad, tanto de niños y niñas, como de docentes y creo que con voluntad –dice para concluir– ese punto se va a encontrar”.

“Nos sentiríamos muy felices de reencontrarnos cara a cara en los pasillos de la facultad”

 

Algunas modalidades educativas ya venían trabajando con dispositivos virtuales desde antes de la pandemia. Eso facilitó la continuidad de la tarea cuando se decretó el aislamiento y luego distanciamiento social. Incluso, funcionaron como difusores de estrategias y recursos hacia el resto de la comunidad educativa, que no contaba con esas herramientas pedagógicas.

Es el caso del Centro del Estudios de Educación a Distancia, de la facultad de Ciencia Política y RR.II., cuya directora, la profesora Cristina Alberdi –quien además dirige el Centro de Comunicación y Educación (Cicse), UNR,– relató la experiencia de 2020 y planteó algunos objetivos y sugerencias para el nuevo año.

La UNR realizó, en 2020, el primer examen presencial del país.

“Desde Cicse, hace varios años que venimos trabajando, tanto en investigación como en la implementación de innovaciones que articulan en el dictado de materias, la presencialidad y la virtualidad, como así también experiencias de Educación a Distancia en el posgrado. En 2020, la facultad de Ciencia Política y RRII creó la dirección de Comunicación a Distancia y nos convocó a algunos de sus miembros para que volquemos nuestra experiencia a fin de promover el sostenimiento del dictado de clases continuando las actividades académicas de las cátedras”.

A partir de entonces –explica Aberdi– “los docentes debieron repensar las modalidades comunicacionales y educativas para lo cual pusieron en juego diversas estrategias y recurrieron a aulas virtuales simplificadas del Campus Virtual (SIED UNR), o a otras plataformas de e-learning, videoconferencia y redes sociales, que posibilitaron el acompañamiento pedagógico a las y los alumnos y permitieron garantizar el desarrollo del cursado en las distintas carreras de grado, posgrado y formación continua”. 

“Realizamos actividades de formación docente en el uso de las aulas simplificadas y de estrategias pedagógicas y comunicacionales a través de tutorías: diseño de materiales multimediales; implementación de nuevas modalidades de evaluación que certificaran las trayectorias educativas (exámenes orales a través de videoconferencias, exámenes escritos en tiempo real y presentación con defensa, de proyectos y trabajos finales con la utilización de herramientas de las aulas simplificadas) con garantías similares a las que se dan en la presencialidad”, detalla, y expresa el deseo de volver a las aulas, sujeto a las condiciones sananitarias.

“Creo que todos los integrantes de la comunidad educativa nos sentiríamos muy felices de volver a reencontrarnos cara a cara en los pasillos de la facultad, pero en este contexto si se da, será gradual de modo que se garanticen las cuestiones sanitarias. Desde la facultad y la Universidad se están formulando estrategias para los dos escenarios. En una primera instancia –señala– volverían aquellas materias que necesitan de la práctica”.

La universidad pública debe diseñar estrategias educativas diversificadas y políticas que contemplen el acceso a la conectividad y a dispositivos tecnológicos, a estudiantes y docentes.

Cómo encarar el nuevo año académico, a partir de la experiencia reciente, con los recursos disponibles y la pandemia aún no controlada, es la gran pregunta y Alberdi da algunas pistas:

“A medida que implementamos la virtualidad, fuimos evaluando los límites y potencialidades de lo llevado a cabo. Consideramos que algunas cuestiones llegaron para quedarse, como la articulación de la presencialidad y la virtualidad, en el sentido de pensar las aulas expandidas, la posibilidad de generar alternativas inclusivas para aquellos estudiantes que por cuestiones de tiempo, distancia, salud u otras razones no puedan acceder a las clases presenciales, repensar la enseñanza de las disciplinas en la Sociedad de la Información y conocimiento (SIC) desde una perspectiva crítica, interdisciplinar que supere la tradición centrada en la enseñanza del contenido, identificar cuáles son los mejores recursos que podemos utilizar". 

Entre los ejemplos, Alberdi incluye: el acceso a fuentes de información de centros científicos, videoconferencias con expertos, diseño de simulaciones, actividades y proyectos colaborativos en red en el ámbito y con otras instituciones, universidades. "Muchas de estas actividades –afirma–fueron posibles en tiempo de pandemia”.

Por último, destaca que “no se debe pensar en presencialidad versus virtualidad sino en las mejores prácticas y modelos educativos en relación con los contextos de incertidumbre que nos toca transitar. La universidad pública –concluye– debe garantizar el acceso de todos los sectores de la sociedad, a través del diseño de estrategias educativas diversificadas y políticas que contemplen el acceso a la conectividad y a dispositivos tecnológicos, tanto para estudiantes, como para docentes.