Soledad Massin 

Oroño antes tan charlatana enmudeció de pronto. Una explosión la hizo callar. Son las seis de la tarde de un viernes y el “after office” está por comenzar, pero por el barrio de Pichincha faltan las ganas. Ahora se ven caras largas por el bulevar. Algún que otro vecino, de jogging y buzo, pasea el perro por el cantero principal, hasta que el recorrido se detiene. Abruptamente. Inevitablemente. Allí en la esquina de Jujuy, cuatro carpas blancas anuncian que algo no está bien. Son los centros de asistencia a las víctimas de la tragedia de calle Salta. En tanto en la ochava de enfrente, funciona el primero de cuatro bares que cambiaron el “happy hour” por la hora de la ayuda.
“Vos fijate, no hay música”, llama la atención Sergio, uno de los dueños de Rock And Feller´s. Y es cierto, pese a estar rodeada de guitarras no se oye un acorde. 
Desde que estalló el regulador de gas el martes pasado, los 140 empleados del restó fueron turnándose para garantizar que las puertas estén siempre abiertas y preparado un plato de comida. Cada mañana cruzan medialunas y café caliente para los brigadistas y voluntarios; y dejan que los vecinos afectados descansen en sus sillones mientras esperan noticias. 
“Se convirtió en una especie de refugio, para hacerle el aguante a la gente”, aportó Claudio, uno de los encargados. 
Por su parte, el pub irlandés de a la vuelta despacha bananas, naranjas y hasta sillas para que los socorristas tomen fuerzas .“Uno tiene que abrir porque hay que seguir trabajando, pero el dolor es muy grande, mucha gente se quedó en la calle. Uno escucha ´no da para juntarse´”, señaló Adrián el encargado de O´Connell´s. Allí también la sala está prácticamente vacía pese a ser la hora típica de los encuentros entre amigos, pinta en mano. Es cierto, no da para juntarse. Aún no. 
Más lejos, a dos cuadras, otros dos bares suben un poco más el volumen. En la esquina de Guemes y Oroño Paul Mc Cartney canta algo así como “déjalo ser”. Parece como si leyera los pensamientos de los pocos comensales del Beatles Memo, dejar que la tristeza siga su curso. Dejarla ser. 
Al pie del teléfono, tanto Ricardo –el dueño–  como Andrés  –el encargado–, esperan una llamada de los chicos de Salta y Oroño. Saben que tienen de todo y no quieren estorbar. 
A Ricardo la tragedia le tocó más de cerca, aloja a una tía y una prima de su esposa que el martes tuvieron que evacuar su casa por el estallido. La onda expansiva había alcanzado su departamento en un segundo piso por calle Balcarce. 
Enfrente, en Johnny Be Good, Sol se apresta a preparar cien tazas de café para llevar a la zona del derrumbe. 
Todos coinciden en lo mismo: ésta fue la peor tragedia que vivió la ciudad y va a dejar secuelas. Para algunos, el duelo será de por vida: padres, hermanos, novi@s, amigos de las víctimas bajo los escombros. A la ciudad en cambio, le llevará menos tiempo; pero mientras tanto cómo duele.