Mirta Guelman de Javkin 

No pude evitar ni una lágrima, pese a que sabía que el Padre Santidrián transitaba los últimos tramos de su ciclo vital. Es que compartimos, coincidimos y dialogamos tanto, que será difícil reemplazarlo.

Lo conocí en vísperas del Año Internacional del niño (1979) y nos hicimos amigos, aunque nunca lo alcancé en su capacidad de hacer y funcionar como “tutor de resiliencia”, para quienes nuestra sociedad desprecia y margina.

Todavía siento el eco de lo que le oí decir ese día y es el momento de compartirlo, usando la letrilla para gritarlo: “Nosotros sabemos lo que es el hombre o queremos saberlo y cuando miramos al niño le decimos carenciado para referirnos a esta situación especial de ese niño que cuando entra en el Juzgado deja de ser niño para pasar a ser menor…Envuelto en un clima que no es el niño normal…”

En aquella época nadie hablaba de epigenética, pero el lo sabía y comprendía, definiendo:

“En realidad, todo niño es carenciado, todo niño es esencialmente un ser que debe hacerse, un ser que comienza, un ser indigente metafísicamente en su propio ser.”

Y se transdisciplinaba con los fundamentos científicos, agregando desde su praxis inapelable: “Todo niño que nosotros llamamos aquí menor, es un niño que tiene ya radicalmente una soledad y está sumergido en esa soledad.

Ante el planteo de la distancia entre lo legítimo y lo legal, entre quienes desde un lugar de “funcionario” no comprende los riesgos de cambiar contextos adoptantes y hasta combatirlos, decía: ¿Que es la tenencia legal? Es tener coraje, ir a cualquier instituto, ir a los hogares nuestros, es terminar la educación de este chico en mi casa. Después se irá, acaso los chicos de Uds. No se van?

Ironizaba con las preguntas de quienes se acercaban con fines de ayudar: "Yo a veces, cuando viene alguno a preguntar: tiene papá, tiene mamá? Respondo: Señor, usted cree que los chicos vienen del repollo?"

“Yo pienso: hay un llanto existencial de esos niños que vagan por la ciudad y cosa que llama la atención, digo existencial, porque estos niños no lloran, no saben llorar y cuando uno les da el primer reto, son más duros que uno todavía. Por eso nosotros, en los hogares (de Hoprome), nos alegramos cuando después del primer reto se larga a llorar un niño…”

Cuando un niño cometía un crimen, no lo juzgaba, le buscaba una salida y tenía muy claro porqué lo hacía. Ojala su obra visible y la invisible, continúe viva y eso depende de quienes lo recordemos y sobrevivamos, al menos un tiempo…, hasta que cambiemos la mente con que juzgamos y castigamos a quienes están creciendo e intentando ser humanos, en circunstancias y realidades victimizantes.


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