Las siete reas que atienden el centro decorado con estilo balinés disfrutan durante la jornada de nueve horas porque se olvidan de la soledad en la que viven en sus celdas, del sonido de las armas de los guardias y de las puertas metálicas del presidio de mujeres de Kajang, el mayor del país y situado a 20 kilómetros de Kuala Lumpur.

"No estoy asustada de estar aquí porque estoy segura de que las prisioneras tienen la formación correcta para servir a los clientes y nuestra seguridad esta garantizada", explica Noor Aliza, de 45 años, que acude por segunda vez al establecimiento.

"El spa es muy confortable y los precios accesibles, además no tengo que hacer cola para teñirme el pelo como en los demás salones de belleza", comenta otra cliente mientras Farah, una de las peluqueras, le unta el pelo con henna (tinte natural vegetal).

Farah, de 30 años, y el resto de sus compañeras reciben a los clientes con el pelo recogido y un vestido verde en el que solo el número de identificación de cada interna las diferencia de cualquier otra esteticista que puede encontrarse en cualquier otra peluquería.

Cada mañana, las reas tienen que pasar cuatro controles de seguridad antes de acceder al edificio adyacente en el que se encuentra el local.

El olor a aceites aromáticos y los saludos de los primeros clientes hacen olvidar su condición de reclusas, aunque tres guardas vigilan el trasiego en el spa.

Solo las condenadas a penas menores tienen acceso a este particular programa de rehabilitación.

Farah, de nacionalidad indonesia y que trabajaba de camarera hasta que la condenaron a un año de prisión por permanencia ilegal en Malasia, dice que la oportunidad que le han dado es magnífica.

La mujer piensa en abrir su propio establecimiento cuando salga de la cárcel, siempre que tenga el dinero suficiente, ya que varias de las clientas habituales del salón le han pedido que trabaje para ellas una vez que sea excarcelada.

Actualmente, son extranjeras un 60 por ciento de las 1.600 reclusas internadas en Kajang, en su mayoría de Indonesia, y la mayor parte cumple condenas por delitos de estancia ilegal en el país.

Según el director de la prisión, Fauziah Husaini, la respuesta a la iniciativa del spa ha sido espectacular.

"Al principio, la gente dudaba sobre el hecho de ir a un centro de belleza en una prisión. Esperamos que este programa cambie la percepción de la gente de la calle sobre los reclusos y que facilite su posterior reintegración en la sociedad", dijo Husaini.

Desde la apertura del salón, el número de clientes ha ido aumentando, así como los servicios del mismo que cubren atenciones "de los pies a la cabeza" por un precio menor a seis euros.

Los beneficios del spa, una vez descontado el pequeño sueldo que reciben las chicas dependientas, son invertidos en otros programas de rehabilitación de la cárcel, como los talleres de panadería y costura.

Todos estos proyectos se enmarcan dentro del programa de reforma penitenciaria de Malasia, cuyo objetivo es hacer del departamento de prisiones un referente mundial en el trato a los reos, así como en políticas de reintegración social, según el director general de prisiones, Mustafa Osman.

Fuente: EFE