Nunca es triste la verdad, pero cuando los funcionarios se percatan de que no tienen el remedio para ella, echan mano a discursos que por lo creativos merecerían el premio a la mejor publicidad del mundo, lástima que sus destinatarios son personas que esperan respuestas a problemas serios, y no meros consumidores de productos del mercado.
Todavía están latentes las protestas de miles de amas de casa que durante el gobierno de Alfonsín se quejaban por el excesivo aumento de la carne. Por entonces, el flamante presidente constitucional no tuvo mejor ocurrencia que incriminar a las mujeres diciendo que el problema de fondo no era el precio de la carne, sino la comodidad de las señoras que en vez de ingeniárselas para cocinar variado y sumar vegetales a la dieta, se conformaban con tirar un bife sobre la plancha, a la hora del almuerzo. Para el gobierno radical de ese momento, en realidad lo que primaba era una “sensación de aumento sin correlato con la realidad de las góndolas”.
Pero las mujeres entendimos (siempre abiertas al cambio) que había que incorporar otros ingredientes e intentamos con las berenjenas, la rúcula, la radicheta, los brotes de soja y hasta de alfalfa (sí alfalfa), con tal de equilibrar el colesterol bueno y el malo, no dañar la capa de ozono y por elevación satisfacer al primer mandatario que quizás sabría tanto de dietas balanceadas como su sucesor sobre tecnología espacial.
Pero la canasta familiar y sus reveses no han sido el único generador de la imaginación discursiva de los funcionarios; también los secuestros extorsivos y los robos a mano armada y los saqueos pidieron pista a su turno en los diversos territorios provinciales y entonces debimos escuchar nuevas apelaciones a la exacerbación de los sentidos (tan contradictorios ellos). Corrían los últimos ochenta y los primeros del noventa cuando ante la ola delictiva que crecía en Santa Fe, los respectivos gobernadores justicialistas acuñaron la frase “inseguridad psicológica” para referirse al temor colectivo que tantos delitos diarios provocaban.
La consigna era clara: si uno quería “estar seguro” debía empezar por eliminar la sensación de inseguridad y para lograr este objetivo el camino parecía ser –a juicio del ministerio de gobierno– el diván psicoanalítico de los santafesinos y no el trabajo coordinado de las fuerzas de seguridad.
Hoy, demostrando que la imaginación discursiva no es privativa de determinadas jurisdicciones, el secretario de Comercio Interior aseguró que el índice de inflación de 0,5 por ciento en julio "refleja la realidad" (sic).
Guillermo Moreno aseveró que "no hay ninguna duda de que el ama de casa puede tener la sensación de que la lechuga aumentó el 100 por ciento", aunque aclaró que el índice de inflación "no refleja esa sensación porque es una canasta fija de bienes".
Así, tras una convocatoria a “las señoras” a poner en la ensaladera cualquier cosa verde capaz de reproducir la sensación provocada por la lechuga (por favor lectores: no imaginen más), Moreno desestimó las quejas de los consumidores.
Por fortuna y para equilibrar los tantos, también hoy se supo que enviarán a juicio oral a una mujer que intentó robar queso rallado y cera de un supermercado de Balvanera, y que por eso podría recibir hasta un año de cárcel. ¿Y Cavallo? ¿Y Cataldi y el BID? ¿Y los bancos todos? ¿Y Felisa Micelli?, parece que preguntó la mujer a los jueces. Y ellos respondieron que cualquier sensación de injusticia que se experimente a raíz del fallo que les pertenece es simplemente eso: una sensación.
Todavía están latentes las protestas de miles de amas de casa que durante el gobierno de Alfonsín se quejaban por el excesivo aumento de la carne. Por entonces, el flamante presidente constitucional no tuvo mejor ocurrencia que incriminar a las mujeres diciendo que el problema de fondo no era el precio de la carne, sino la comodidad de las señoras que en vez de ingeniárselas para cocinar variado y sumar vegetales a la dieta, se conformaban con tirar un bife sobre la plancha, a la hora del almuerzo. Para el gobierno radical de ese momento, en realidad lo que primaba era una “sensación de aumento sin correlato con la realidad de las góndolas”.
Pero las mujeres entendimos (siempre abiertas al cambio) que había que incorporar otros ingredientes e intentamos con las berenjenas, la rúcula, la radicheta, los brotes de soja y hasta de alfalfa (sí alfalfa), con tal de equilibrar el colesterol bueno y el malo, no dañar la capa de ozono y por elevación satisfacer al primer mandatario que quizás sabría tanto de dietas balanceadas como su sucesor sobre tecnología espacial.
Pero la canasta familiar y sus reveses no han sido el único generador de la imaginación discursiva de los funcionarios; también los secuestros extorsivos y los robos a mano armada y los saqueos pidieron pista a su turno en los diversos territorios provinciales y entonces debimos escuchar nuevas apelaciones a la exacerbación de los sentidos (tan contradictorios ellos). Corrían los últimos ochenta y los primeros del noventa cuando ante la ola delictiva que crecía en Santa Fe, los respectivos gobernadores justicialistas acuñaron la frase “inseguridad psicológica” para referirse al temor colectivo que tantos delitos diarios provocaban.
La consigna era clara: si uno quería “estar seguro” debía empezar por eliminar la sensación de inseguridad y para lograr este objetivo el camino parecía ser –a juicio del ministerio de gobierno– el diván psicoanalítico de los santafesinos y no el trabajo coordinado de las fuerzas de seguridad.
Hoy, demostrando que la imaginación discursiva no es privativa de determinadas jurisdicciones, el secretario de Comercio Interior aseguró que el índice de inflación de 0,5 por ciento en julio "refleja la realidad" (sic).
Guillermo Moreno aseveró que "no hay ninguna duda de que el ama de casa puede tener la sensación de que la lechuga aumentó el 100 por ciento", aunque aclaró que el índice de inflación "no refleja esa sensación porque es una canasta fija de bienes".
Así, tras una convocatoria a “las señoras” a poner en la ensaladera cualquier cosa verde capaz de reproducir la sensación provocada por la lechuga (por favor lectores: no imaginen más), Moreno desestimó las quejas de los consumidores.
Por fortuna y para equilibrar los tantos, también hoy se supo que enviarán a juicio oral a una mujer que intentó robar queso rallado y cera de un supermercado de Balvanera, y que por eso podría recibir hasta un año de cárcel. ¿Y Cavallo? ¿Y Cataldi y el BID? ¿Y los bancos todos? ¿Y Felisa Micelli?, parece que preguntó la mujer a los jueces. Y ellos respondieron que cualquier sensación de injusticia que se experimente a raíz del fallo que les pertenece es simplemente eso: una sensación.