Son la cara de la revancha. Es algo así como la victoria de los desposeídos. Sufrieron casi hasta el límite de la humillación el hostigamiento de las tribunas y de la prensa. Pero se repusieron. Y fueron piezas clave en la obtención del ascenso.
Son Nahuel Valentini y Javier Toledo. El defensor central y el centroatacante de esta escuadra de Russo. Quienes debieron cargar con sendas pesadas mochilas, que al cabo pudieron sacarse de encima. Producto de esta ascenso, pero también, y justamente, por el notable tesón que mostraron durante toda su estadía en el club.
Valentini es de la casa, conoce cada rincón de Granadero Baigorria y es uno de los que sufrió el descenso. Joven, respetuoso y trabajador, nunca tuvo (hasta hoy) el consenso del hincha, pero sí de cada técnico, que al ver sus notables condiciones físicas y técnicas le dieron, sistemáticamente y luego de probar con otros, la titularidad.
Toledo es un delantero de raza, que venía de mostrar sus cartas en Chacarita y que dejó regadas las canchas del ascenso con su sudro. Algo torpe, hasta insólitamente peleado con el gol, le ganó la pulseada en este Central a Bracamonte, Coniglio y Bareiro y gracias al sostén de Russo, se transformó en factor fundamental del regreso.
En la cabeza de Valentini ya se puede borrar tranquilamente toda aquella sucesión de espantos: el descenso, el descrédito del hincha, la frustración del año pasado; en la de Toledo ya puede haber un lugarcito para el reconocimiento tardío de las tribunas. Los dos ya están en la historia canalla como dos de los que le devolvieron su lugar de privilegio.

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