Cuarenta y dos años después. Un nuevo 24 de marzo nos hermana en la calle. Una corriente de personas que se derrama, se desborda, salpica con carteles, cartelitos, tambores y aplausos. Dicen que somos 50 mil. 

Hace un rato el cielo cargaba nubarrones plateados pero cuando la marcha arrancó aparecía celeste y rajado por un sol de otoño. Con Luciano nos abrimos paso gracias al cochecito. Nadie se resiste a Estela y sus mohines. Pronto nos uniremos a amigos, compañeros, conocidos. Cada encuentro es un pequeño momento de alegría. ¿Por qué estamos emocionados, por qué podemos bailar y reír si levantamos 30 mil ausencias en fotos blanco y negro?

"Sos hija de la dictadura", me recordó un amigo el 23 a la noche. Eso ya lo sabía pero me sonó nuevo. Venía a cuento de mi admiración hacia los jóvenes de hoy, tan emancipados, tan a la vuelta de tantas cosas, en comparación con mi propia niñez y juventud. 

Cuánto nos quitó y nos habrá quitado ese tiempo oscuro de nuestra historia, además de las vidas, la paz y la esperanza a tantos, las ganas y los sueños a otros miles. Quizás no lo podamos ver con claridad ni siquiera cuatro décadas después. Tanta sombra, tanta.

Un paso tras otro. A donde miro, una sonrisa de ida vuelta, apretones de manos, palmadas en la espalda y abrazos. La alegría es porque estamos vivos y caminando. Porque aunque desconozcamos sus infinitos alcances, sobrevivimos al golpe. Porque tenemos a nuestros hijos con nosotros, ganando plazas y bulevares, creciendo en derechos, sabiendo al menos lo que no quieren nunca más para su país.

Dimos marcha este 24. Porque tenemos que recordar que no tenemos que olvidarnos jamás.