Este jueves que pasó se conmemoraron 46 años del golpe de Estado de 1976. No fue un aniversario más: por primera vez en dos años, el reclamo de verdad, memoria y justicia volvió a la calle; el oficialismo usó las movilizaciones para medir fuerzas a su interior, y la oposición reflotó la vieja teoría de los dos demonios. Acá nos quedamos: ¿qué es la teoría de los dos demonios? ¿Cómo surge? ¿Por qué todavía hace ruido?

En rigor, “la teoría de los dos demonios” nunca fue enunciada como tal, no existe el libro en la biblioteca, aunque sí hay mucho escrito y dicho sobre ella. Es, más bien, una interpretación cristalizada con el tiempo, siempre crítica, de los horrores durante la dictadura militar que –grosso modo– equipara la violencia sistemática perpetrada desde el Estado con la de las organizaciones políticas como Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). “El terrorismo de Estado y el terrorismo subversivo”, como bien resumió el diputado nacional y ex concejal rosarino Gabriel Chumpitaz. Los dos demonios: los militares y los guerrilleros.

La “teoría” supone, además, la responsabilidad causal de los segundos en el inicio de la violencia –es decir, la violencia militar se lee como una respuesta a la violencia “subversiva”–; la simetría de fuerzas y/o métodos de ambos bandos –Raúl Alfonsín dirá, siendo candidato en junio de 1983, que “se combatió al demonio con las armas del demonio”–; y una sociedad que se presenta como ignorante, inocente o víctima de estas violencias, cuando en verdad, por acción u omisión, fue parte y de ahí que hoy se hable de dictadura cívico-militar.

Ernesto Sábado le entrega a Alfonsín el informe de la Conadep que se convertirá en el Nunca Más. El prólogo dice: “Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda. (…) a los delitos de los terroristas, las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con el poderío y la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos".

El primero en hablar de demonios e infierno fue, entonces, el propio Alfonsín, pero lo hizo ante la necesidad de asegurar la transición democrática en un escenario de mucha fragilidad para la política argentina que estaba logrando, por esas fechas –invierno de 1983– recuperar el manejo del Estado, con unas Fuerzas Armadas que en realidad no querían abandonar “la lucha” y, puestas contra la pared, intentaron autoperdonarse antes de entregar el poder; y una sociedad, o al menos una parte de la sociedad, que sí quedó, inocentemente, en medio del fuego cruzado.

Así las cosas, en términos de la doctora en Historia e investigadora del Conicet, Marina Franco, la metáfora demoníaca cumplía la función de simplificar –obviamente demasiado– las figuras responsables de la violencia del pasado y al mismo tiempo construir un "horizonte de expectativas colectivo"al enfrentamiento infernal, la democracia. A la muerte, la vida. A la ilegalidad, la justicia.

Lo que Alfonsín buscaba con este planteo –sin por entonces dimensionar el peso expresivo que le estaba dando a lo que hoy conocemos como la teoría de los dos demonios– era sumar a los militares a la rendición de cuentas. En aquel momento, parecía haber solo un demonio culpable de toda violencia: la subversión. Faltaba el otro, las Fuerzas Armas, tres, cuatro, mil veces peor por ser el Estado. De alguna manera, sobre esto estaba llamando la atención el radical, con la muñeca política que requerían las circunstancias: no podía rebautizar al demonio guerrillero ya existente como militar, pero sí sumarlo al acusarlo de usar las mismas armas.

Entonces, las actuales lecturas de la “teoría” hacen ruido porque, 46 años después, parecen convalidar el accionar de la dictadura. Recuperar recortadamente los decretos de Alfonsín de juicio a los cabecillas de ERP y Montoneros y a las juntas militares, sin leer la historia, es equiparar fuerzas, métodos y responsabilidades. Aún si la postura es “ni lo uno ni lo otro”. 

Es justificar solapadamente el infierno. Es, de alguna manera, aceptar la “necesidad” de derrocar el 24 de marzo de 1976 a un gobierno democrático, que ya había convocado a elecciones anticipadas, con el objetivo de “derrotar a la subversión”.

Pero en política nada se dice por decir, y entonces habrá que preguntarse: ¿para qué lo dicen? Las elecciones de 2023 es lo que tienen en su horizonte. Y el termómetro les dice que el calor social se va volcando hacia la derecha.