“Salgo de mi casa a las 6 de la mañana, para intentar tener lista la primera entrega al mediodía”, cuenta Manuel. Es que Rosario comienza, de a poco, a retomar su ritmo habitual. Cada día miles de personas, algunas con más cuidados que otras, salen a la calle para trabajar, hacer trámites o simplemente por fines recreativos.  Todo parece indicar que la nueva normalidad llegó para quedarse junto con el uso del tapaboca, el lavado de manos, el distanciamiento social, la capacidad reducida. Pero hay algo más que, si bien hace tiempo se instaló en la ciudad, la pandemia logró consolidar: la recolección informal de residuos cuya postal puede registrase aquí y allá de tan extendida tanto como sus historias. 

Mientras hace trizas un cartón que encontró en uno de los contenedores, Manuel le detalla a Rosario3 que su trabajo empezó hace más de cinco años. “Me quedé sin nada y salí. Antes era un poco más fácil, en un par de horas tenías el primer bolsón lleno, ahora cuesta más porque somos muchos”, sostiene.

Al igual que sucedió en el 2001, los cartoneros vuelven a ser uno de los primeros indicadores de la crisis que se toma forma, en este caso, producto de la pandemia. De acuerdo a datos del Indec, en el segundo trimestre del 2020, cerca del 20% de los habitantes del Gran Rosario se encuentran sin trabajo.

“Yo trabajaba en el área de limpieza de un hotel, por la pandemia me quedé desempleada y me animé a salir”, confiesa Milka, vecina de la zona sur de la ciudad y que desde hace tres meses cartonea por el centro. 

La mujer cuenta que al principio no estaba convencida, pero comenzó saliendo con su marido, que se dedica a esto desde antes, y ahora se anima a hacer algunos recorridos por su cuenta. “Salgo todos los días cerca de las 6 de la mañana de casa, la idea es juntar todo lo que podemos para el mediodía. A medida que completamos, vamos y lo llevamos a una cortada, donde lo retiran”.

Dependiendo del lugar al que se lo lleve, un bolsón de cartón de unos 80 kilogramos ronda entre los 900 y los 1200 pesos. La mayoría de los acopiadores de cartón de Rosario ponen puntos fijos en el centro donde, al finalizar el día retiran las bolsas cargadas y le pagan en efectivo a los recolectores por su trabajo.

De acuerdo a los datos que maneja el área de desarrollo social de la Municipalidad de Rosario, actualmente hay unas 400 personas que se dedican a la recolección informal de residuos. Desde el ejecutivo local, están intentando llevar un registro de todos ellos, para poder asistirlos y ayudarlos en la gestión de distintos subsidios nacionales.

Pese al incremento de personas, la competencia por llegar primero a un contenedor pocas veces se convierte en violencia. “Todos estamos en la misma, vamos recorriendo y juntando, si alguien pasó antes, a lo mejor tenés suerte y quedó algo que no vio”, señala Juan un joven de 22 años que, según él, cartonea “desde que tiene uso de razón”.

“A los 7 años ya salía, mientras iba haciendo el primario. Cuando tenía que empezar el secundario, la cosa se complicó en casa y tuve que abandonar para dedicarme todo el día a esto, llego temprano y generalmente me quedo hasta la noche”, asegura.

Al igual que otros 30 cartoneros de la ciudad, Juan forma parte de una cooperativa que tiene su sede en La Toma (Tucumán 1349), allí van acumulando todo lo que recolectan y el fin de semana lo venden y cada uno se lleva su parte.

“Como muy tarde, 6.30 de la mañana estoy en el centro, empiezo por mi recorrido habitual, paso por algunos lugares fijos donde me guardan el cartón y vuelvo a La Toma, si todavía no completé la bolsa, hago otro recorrido”, añade el chico.

Con respecto a los recorridos, los que tienen más antigüedad en el oficio ya tienen sus “clientes”. Se trata de comercios que, en lugar de sacar a la calle los desechos reciclables, se los guardan y dan a su cartonero de confianza.

“Muchas veces, además del cartón, te dan una mano. Vos le limpias el tacho, o le llevás la basura y te dan comida o algo extra”, sostiene Rubén. Si bien se define como de la “vieja camada” de cartoneros, la historia de Rubén tuvo un vuelco durante la pandemia y, a diferencia de los que recién ingresan, él se ilusiona con salir.

Es que gracias al Ingreso Familiar de Emergencia, que recibió por parte del gobierno Nacional, y algunos ahorros que tenía, logró comprarse una moto. Ahora llega mucho más temprano de Fisherton y cumple su objetivo temprano, lo que le da tiempo para seguir buscando o para empezar a meterse de nuevo en el mercado laboral.

“Yo trabajaba en el campo, me quedé sin nada y me vine a vivir a la calle, dormía acá en el centro. Un día, me puse a juntar cartones, con el tiempo pude alquilar una casita y ahora ya conseguí la moto, de a poco vamos mejorando”, recuerda el hombre de unos 40 años. 

Pero no todo es solidaridad y compañerismo entre los cartoneros, si bien la mayoría de las calles están liberadas y el cartón es del que lo encuentra primero, esa premisa tiene sus excepciones. Calle San Luis y la peatonal Córdoba.

En lo que respecta al principal paseo peatona. de la ciudad, ninguno de los entrevistados pudo, o se animó, a identificar a quienes son los que se encargan de la recolección de cartones, pero todos coinciden en que la zona “ya está ocupada”.

Por San Luis tampoco podés pasar, si te ven los peruanos que andas juntando te sacan todo y te cagan a palo”, advierte uno de los recolectores. “Ellos manejan esa zona, si te fijás, hay lugares con bolsas de cartón que quedan ahí a la espera que pasen y la junten. Los demás no podemos tocarlas”, destaca otro.

De acuerdo a la memoria de uno de los recolectores, una sola vez hubo un grupo que intentó anticiparse a la recolección de los peruanos y la situación no terminó para nada bien. “Una vez los cartoneros que trabajan para los Junco (otro grupo que se dedica al acopio) se metieron por calle San Luis o algo les hicieron y los peruanos los fueron a buscar, se armó una batalla campal, terminaron todos detenidos en la comisaría”, detalla. 

Se acerca el mediodía, las calles se vuelven a abarrotar de transeúntes, a un costado, junto a un contenedor, una joven sonríe mientras hace trizas unas cajas que acaban de sacar de un cotillón. “No es lo mejor, pero al menos llevo un plato de comida todos los días, ni bien encuentre algo, lo dejo sin dudarlo”, concluye mientras empieza a empujar nuevamente el carrito.