Matías parece un simple vendedor de torta asada parado en la avenida 27 de Febrero y Castellanos este jueves a la mañana. Es mucho más que eso: es un ex trabajador formal que tenía un sueldo debajo del umbral de la pobreza, decidió renunciar para convertirse en un emprendedor y padece los efectos de la guerra en Ucrania por el aumento exponencial de la harina y, al mismo tiempo, la inseguridad que le arrebató la camioneta que usaba como movilidad; la que, a su vez, no puede recuperar por la burocracia judicial.

Ahora son las 9 y la calle está tranquila. Matías explica que subió el precio de la torta asada (con o sin chicharrón) a 150 pesos y que tendrá que hacerlo de nuevo por el incremento de sus insumos pero no quiere. “Me da cosa aumentar tan seguido”, dice y enumera: estaba a 100 pesos en septiembre de 2021 cuando empezó, ajustó a 120 en enero y a 140 a fines de febrero.

Este joven de 25 años no necesitó el último dato del Indec que dio 6,7% de inflación en marzo y un acumulado en 2022 que supera el 20% en alimentos para saber que el problema se aceleró y es cada vez más grave (implica más pobreza). El incremento de su producto al consumidor fue de 50 por ciento en un semestre y no fue más elevado porque optó por no trasladar todo el alza en sus costos.

Nadie piensa en torta asada cuando se debate la geopolítica y el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania pero ese fenómeno revolucionó su materia prima. La bolsa de 25 kilos de harina de trigo (cuatro ceros) subió a 1.800 pesos. Ya sabe que la semana que viene su proveedor le retocará el valor y le entregará con cupo porque no sabe cuánto costará en un futuro próximo.

Además, compra la bolsa de 8 kilos de carbón (la más barata) a 450 pesos. Hace dos semanas estaba 400 y un poco antes, 380. Casi se triplicó en un año.

Matías tenía un trabajo en blanco. Ocho horas de lunes a viernes. Hacía mantenimiento en una planta de reciclado de Granadero Baigorria. Ganaba 50 mil pesos al mes. Era uno de los asalariados pobres de la Argentina, un fenómeno que creció en los últimos años. Recordó su paso como empleado de un puesto de torta asada en esa localidad, hizo cuentas y se lanzó como monotributista.

Dice que en un prinicipio ganaba el doble con la venta callejera. Pero hace un mes se mudó a Rosario y le robaron la camioneta. Tuvo que pagar un flete para trasladar cada día sus cosas (17 mil pesos extras). Eso se montó sobre la ya mencionada inflación y no solo de alimentos: el seguro del vehículo (que le sustrajeron) se fue de 3.500 a 5.500. “La chata la encontraron pero el fiscal no me la devuelve por un problema de papeles”, afirma. Mientras tanto arregló con una vecina de 27 y Castellanos para dejar su puesto y no tener que trasladarlo.

La cantidad de transacciones continúa arriba de las cien unidades diarias pero estos meses se le achicó el margen de ganancia. “Es un desastre, subís de 10 a pesos para no dejar de vender pero ganás menos”, resume. Igual, mantiene su plan inicial de agrandarse y abrir otro puesto. Apuesta a la calidad de la masa que hace su mujer.

Objetivo pañales

 

Ignacio tiene 17 años y en la esquina de Avellaneda y 27 trabaja con otro método. Vende la bolsa de seis limones a 100 pesos pero si el valor de esa fruta se dispara cambia de rubro. “Si aumenta mucho no lo compro, me paso a turrones o bananas”, cuenta.

Con el frío se viene la temporada de turrones. La caja de 50 marca Misky le salía el año pasado 400 pesos. Ofrecía tres por 100 pesos. Pero el costo se duplicó a 800 pesos y la alternativa es trasladar una parte de ese incremento: tres por 150.

El adolescente tiene dos hijos y comparte esquina todos los días junto a su cuñado de 16, que también es padre. No tiene un cálculo fino de ingresos y egresos pero sabe que debe vender más bolsas que antes para comprar los pañales.

Alan Monzón/Rosario3


Mandioca blue

 

Antoliano está recién llegado de Paraguay, donde pasó la pandemia. Vende chipá “Los Amigos”. Es el hombre que transitó la ruta de la mandioca de punta a punta. De niño, la cosechaba junto a su padre en el campo de Encarnación y medio siglo después, vende el producto cocinado en base al almidón de esa planta en Avellaneda y 27 de Febrero.

La “inflación chipá” al consumidor no se detiene. En 2015 la oferta era de seis por 10 pesos. En 2016, la primera vez que Rosario3 lo consultó para las notas sobre la “Inflación semáforo” cambió a cuatro por 10 y después seis por 20. En 2017, se fue a cuatro por 20. La cotización 2018 fue de cinco por 30. La unidad se infló de 1,66 a 6 pesos en esos tres años: un 434%.

Pasaron otros cuatro años y ahora ofrece cuatro chipá por 200 pesos (50 la unidad). Es ocho veces más que en 2018 y 30 más que en 2015: ni el dólar blue (o las criptomonedas) tuvieron esa escalada. “Aumenta todo pero hay que sacar para comer”, asegura el trabajador de 62 años.

La que sabe de costos es su hija, Rosana, que está sobre el cantero central de Avellaneda. “Compramos la chipá a 25 pesos cada una y la vendemos a 50. La última suba fue en enero. Hasta diciembre del año pasado nos salía 15 pesos cada una y ofrecíamos la bolsa de cuatro a 100”, compara.

En cualquier momento habrá otro ajuste. “La bolsa de almidón, de 25 kilos, saltó de 2.800 pesos a 5.100. Por ahora el precio se mantiene”, dice la mujer de 27, madre soltera de dos hijos. ¿Cómo impacta la inflación en su día a día? Simple: menos ganancia por igual trabajo y menos calidad de vida. Hasta el año pasado podía salir a comer cada tanto los fines de semana y salir de vacaciones; ya no.

Alan Monzón/Rosario3


Estabilidad para fidelizar

 

Si alguien tiene experiencia en cómo manejar los saltos de la economía argentina es Marcelo. Tiene 46 y desde los 4 vende frutas y verduras en las esquinas. De chico ayudaba a su abuelo. Hoy se va al Mercado de Productores de 27 de Febrero al 3600, analiza los precios e invierte.

Su estrategia para fidelizar clientes es no modificar sus ofertas. Sostiene los dos kilos de banana por 200 pesos. “La banana no tiene precio pero yo la vendo igual, gano más o menos pero la gente me conoce”, dice. Ayer compró el cajón de 20 kilos a 1.600 pesos y un día antes lo había pagado a 1.300.

Un auto se detiene por el semáforo en rojo. Se ponen a hablar. “Es verdulero, viene del mercado y hoy pago la caja de bananas a dos mil pesos”, actualiza la información.

Alan Monzón/Rosario3



Con los limones Marcelo se permite un leve ajuste: si bien mantiene la promo de 100 pesos la bolsa varía la cantidad de unidades. Hoy le mete siete cítricos al combo pero si suben pueden ser cinco. “En la verdulería te venden tres por cien pesos”, advierte.

Son las 10 y al hombre de piel curtida le queda una larga jornada por delante. “Todo el día estoy, si no, no te rinde”, dice. No importa la estrategia (mantener la calidad, cambiar de rubro o sostener el precio) la variable que se repite en este 2022 entre estos vendedores callejeros es más trabajo por igual o menos ingresos.