Delitos cometidos por presos. La seguridad de Rosario sufre un enorme oxímoron, una situación impensada, delirante en su repetición y naturalización. A tal punto, que deja sin sentido la finalidad de la reclusión o al menos, refuerza un debate ya instalado sobre si el encierro conduce a la resocialización. La fiscal de unidad de Balaceras, Valeria Haurigot, planteó en conversación con el programa Radiópolis (Radio 2) que los presos de alto perfil, quienes usan el derecho a comunicarse para continuar su vida delictiva, no muestran señales de querer mejorar o de intentar convertirse en ciudadanos de bien. Por el contrario, han redoblado la apuesta del mal, con actos cargados de saña y brutalidad. “Lo que observamos en los presos de alto perfil o violentos es una conscatante idea de correr todos los límites”, dijo. “La evidencia demuestra que sea por comunicación fija regulada o celular, o a través de las visitas, la idea no es ser mejor personas sino continuar el espiral de violencia”, aseguró.

En contacto con Rosario3, Fernando Benítez, referente de la Fundación Tercer Tiempo que, a través del deporte, trabaja por la reiserción de las personas en conflicto con la ley penal, se refirió a cómo se vive hoy en las cárceles provinciales, donde de acuerdo a lo que aseguró, se experimentan problemáticas similares a las unidades federales. A pesar del traslado de las cabecillas del narcotráfico fuera de la provincia, su influencia persiste y daña la convivencia y el clima en el encierro. La contundencia de la violencia en las calles tienen su correspondencia tras las rejas y la ausencia de una salida laboral y de inserción social para quienes completan sus condenas abonan la criminalidad.

“No tenemos un espacio de control y manejo de presos de alto perfil. No cualquiera tiene la capacidad de comandar una bandas, son pocos”, sostuvo, pero advirtió que el alcance que tienen es sumamente nocivo, dentro y fuera. “El problema es la mano de obra que se recluta en las cárceles. Los internos viven en pabellones con 80 personas y se mezclan los que están ahí porque se mandaron una macana, pegaron de más porque estaban drogados o robaron para tener qué morfar. Estos pibes no están con las bandas pero una vez presos son reclutados. Salen y ya son la mano de obra de narcos”, manifestó.

Consultado acerca del uso de celulares, afirmó: “Tienen, es impresionante. Se ve cuando hacen requisas, no lo puede negar nadie”. Benítez que lleva años, mano a mano con los internos, advirtió sobre la población que abunda: “En las cárceles de Santa Fe los internos son jóvenes y pobres, no conozco ninguno de barrios privados. Los que están encanados son pibes jóvenes y pobres. La cárcel es un infierno, pasar una sola noche es un infierno”.

En este universo, hay de todo: “Hay pibes que buscan cambiar. Quieren reconstruir su vida, han entenido el dolor de la madre. Eso se da mucho, son ellas las que los visitan y sufren. Muchos salen de la cárcel y no quieren saber nada con el delito. Y hay otros que no salen porque viene de una historia familiar, es como una empresa, el único modo de vida que conocen y no lo van a dejar. Son los menos, pero se sienten por la violencia que manejan, obligan a los pibes a que trabajen para ellos. También pasa que hay chicos vinculados a las bandas que caen presos para tener protección, temen por sus vidas”, precisó.

“Hay mucho pibe que naturaliza la cárcel, es un refrente parental de 2 o 3 generaciones. Vos ves que van de visita esos nenes de 5 o 6 años y que asumen que alguna vez van a estar ahí”, analizó sobre el arraigo de la cárcel en ciertas vidas. La celda se convierte en un lugar conocido y en cierta forma esperado.

Los excesos, la brutalidad y la ira que condimentan la delincuencia cometida en las calles rosarinas tienen su reflejo en la vida intramuros, donde en los pabellones imperan las reglas propias de los más guapos. Hay un ida y vuelta, una ausencia de frontera. “Es muy profunda la violencia que hay adentro. Hablando con algunos internos nos decían que a estos que les cae 30, 50, 80 años, saben que morirán en la cárcel y solo les queda la maldad”, dijo en principio, buscando respuestas posibles a la escena imperante. “Claramente, la violencia es proporcional a la deshumanización que padece el que da la orden”, propuso al entender que las carencias estructucturales corroen las subjetividades al punto de distanciarlos de los sentimientos más básicos. “Hace 5 años –distinguió–escuchábamos los audios de las órdenes y decían «ojo que hay pibitos». Hoy, la orden es matarlo y se da a los gritos, o se manda a matar a los familiares en los velorios. Perdieron mucho código”, apuntó.

Benítez considera que los internos que están metidos en el delito “no se referencian como malos, están deshumanizados si no, no se explica tanta atrocidad”, cuestionó y continuó en ese sentido: “Al sicario se le pide el video del ataque, hay morbo. Y para ese tipo de preso no hay posibilidad de que salga de eso”, lamentó.

Una salida

Para el referente de Tercer Tiempo, actualmente, la problemática en las cárceles son los internos de alto perfil. “Hay que pensar en un lugar que contenga, son unos 200, no muchos. Restringir celulares, hacer Inteligencia interpenitenciaria para solucionar el problema de los cabecillas”, planteó.

El sistema los convierte en animales. Yo no digo que los suelten, lo que digo es que hay que buscar un nuevo sistema para presos de alto perfil. No se trata de más años sino de un abordaje integral y global. Hay que trabajar en eso porque salen peores.También hay que abordar de forma integral el egreso de la cárcel”, remarcó y agregó: “El Estado tiene que acompañar su salida, porque los sacan y ¿cómo siguen?”

Por último, subrayó: “No digo que no tenga que existir la cárcel, sino que hablo del modelo que no debería ser de castigo como lo es hoy. La cárcel, así como está, no sirve”.