Más adelante Buljubacich, se preguntaba: ¿qué es lo primero que rescato? Que los pacientes que andan bien no nos ven, solo consultan a distancia por llamadas telefónicas; y, a través de una nueva especialidad médica llamada control pos Covid.

Los pacientes llegan a la consulta al final de la enfermedad; ésta, convengamos, asusta hasta los médicos. A todos los vuelve sensibles y vulnerables. Escuchan todo el día por radio y TV que es una enfermedad que mata a gran cantidad de gente; y, quienes la están padeciendo no son atendidos por seres humanos, en un encuentro cara a cara. Además, se vive en soledad. El paciente está aislado y hasta en algunos casos no ve ni a sus familiares directos. Por eso digo y repito: es la enfermedad de la soledad la que, si bien, se contrae en la sociedad, se vive solo. No hay abrazos, caricias; es decir, ese contacto físico tanto necesario. Las palabras de afecto no suenan igual por teléfono. Aparece entonces la duda, la inseguridad. Se agiganta el miedo. ¡Ni hablar de la internación! Solos, y con un informe telefónico diario a la familia. Terrible.

Hago un paréntesis para contar estas historias:  haciendo consultorio, llega un paciente pos Covid, viene acompañado de su esposa. Lo atiendo y le hago los pedidos de rigor. Termino y cuando van a salir, me dispongo a llamar al paciente que sigue, la esposa me dice: “¿me puedo quedar? La que sigue es mi mamá”. “Si, perfecto”. Ella agrega: “y después sigue mi papá”. “¿Todos con lo mismo?”, pregunto; “sí”, me dice.

Pasa la madre, una mujer de algo más de 80 años; está muy bien. “¿Cómo te contagiaste?”, pregunto.

Ella se prepara a contarme esta historia: “Yo me cuidé mucho, solo iba de vez en cuando a jugar a las cartas con mis amigas. La hija de una de ellas se enfermó, pero tenía tantas ganas de que nos juntáramos que no nos dijo nada. Ahí me contagié. Justo en esos días era mi cumpleaños, se hice una fiestita para unos 20 invitados. ¡Contagié a todos! ¡Cómo iba a saber yo! También contagié a mi marido, que es quien va a entrar ahora. Pero a él no le dijimos nada.

¿Cómo que no le dijeron? Pregunté sorprendido.

“Para que no se asuste. Recién ayer le tuvimos que decir, porque si no ¿cómo lo traíamos a la consulta?”, dijo como sacándose un peso de encima

Ella estaba muy bien y el marido, un poco mayor, también. Cuando entró me dice que no sabía muy bien por qué había venido y nos reímos juntos, de la mentira piadosa que el control pos Covid arruinó.

OTRA HISTORIA

Daniel Buljubacich, se prepara, va a contarnos la historia que, ex profeso, dejó para el final; se acomoda el barbijo y le cuenta a rosario3.com: “Ésta  es de una mujer que va a ver a su marido a través de la ventana del Geriátrico donde está alojado, y enfermo de Covid. Llevan 63 años de casados y ella dice que va a verlo para sentirse más cerca de él, esperando que el Covid sea solo un mal recuerdo en poco tiempo. Él se curó, pero el aislamiento sigue, dentro del Geriátrico. La soledad compañera inseparable de la enfermedad sigue presente en todos los relatos. Y pienso que esto no debería llamarse Covid 19 si no: la enfermedad de la soledad. Y siento que la soledad se cura con compañía. Tal vez nos haga falta mayor presencia afectiva alrededor de un enfermo en estas condiciones. Además de la confianza en las vacunas, tendríamos que reconstruir la confianza entre los seres humanos”.

*Doctor Daniel Buljubacich, especialista en neumonología, matrícula 8641