El futuro de la economía argentina se debate entre tres senderos bien definidos, y no lo dice un analista local, sino uno de los jugadores más pesados de Wall Street. La firma Morgan Stanley trazó un mapa con posibles destinos para el país tras el ciclo electoral, y lo que revela es un abanico de posibilidades que van desde un crecimiento moderado y estabilización hasta un ajuste caótico con consecuencias impredecibles. Para cualquier empresario que hoy está moviendo la rueda de la economía real, entender estos escenarios no es un ejercicio de futurología, es una necesidad imperiosa para la toma de decisiones estratégicas en el corto y mediano plazo. Los números proyectados no son solo cifras en un reporte; son la materia prima que definirá el costo del crédito, el valor de los insumos y, en última instancia, la rentabilidad del negocio.
El primer camino, el más optimista, depende de un respaldo político significativo, que el banco de inversión sitúa entre un 35% y un 40% de los votos. En este escenario, la confianza se convierte en el principal activo. Se proyecta un crecimiento del PBI real del 2,5% para 2026, una cifra que puede no sonar espectacular, pero que en el contexto argentino representa una sólida recuperación. Con una inflación que se desaceleraría hasta el 18% anual y un dólar que se ubicaría en torno a los $1.700 para diciembre de 2025 y $1.900 para el año siguiente, las empresas podrían volver a hacer algo que parece olvidado: planificar. La previsibilidad en los costos y en el tipo de cambio permitiría a una pyme industrial de la región, por ejemplo, cotizar proyectos a mediano plazo o evaluar la compra de maquinaria importada sin el temor a una devaluación abrupta que licúe sus márgenes. Este es el terreno donde la inversión extranjera directa (IED), proyectada en un creciente 2,2% del PBI, empieza a mirar con interés, no ya por la especulación, sino para financiar proyectos productivos. Este escenario es el que más se acerca a permitir que los empresarios se dediquen a crear en lugar de a sobrevivir.
Sin embargo, el segundo sendero que dibuja el informe es bastante más sinuoso y refleja una confianza más acotada, producto de un resultado electoral de entre el 30% y 35%. Aquí, el ajuste económico se vuelve más duro y la volatilidad, la norma. La proyección más alarmante es un pico inflacionario del 180% para 2025, una cifra que evoca los peores fantasmas de la economía nacional. Aunque luego se prevé una baja al 35% en 2026, ese año de transición sería una prueba de fuego para la gestión de costos y la capacidad de adaptación. Un dólar que treparía por encima de los $1.800 y podría llegar a los $2.000 (o incluso más) obligaría a las empresas a tener una política de cobertura cambiaria extremadamente sofisticada. Pensemos en una compañía como Arcor, que ha navegado décadas de crisis argentinas; su éxito no radica solo en la calidad de sus productos, sino en una ingeniería financiera que le permite protegerse de estos vaivenes. En este contexto, el crecimiento del PBI se modera a un 2%, y la capacidad de trasladar aumentos de costos a precios se vuelve una danza delicada con el poder adquisitivo de los clientes. Este escenario intermedio es precisamente ese terreno gris donde la audacia debe ir de la mano de una cautela extrema.
Finalmente, el tercer escenario es el del ajuste desordenado, una ruta que se activaría con un apoyo electoral inferior al 30%. Es el panorama que nadie quiere, donde el dólar superaría holgadamente los $2.000 y el crecimiento económico se desplomaría a un anémico 1% para 2026. La incertidumbre se volvería el aire que se respira, paralizando casi por completo las decisiones de inversión a largo plazo. Lo más llamativo de esta proyección es un dato que podría malinterpretarse: una inflación negativa del 40% para 2026. Lejos de ser una buena noticia, una deflación de esa magnitud sería el síntoma de una recesión severa, una caída brutal de la demanda donde las empresas se ven forzadas a bajar precios para poder vender algo, sacrificando cualquier atisbo de rentabilidad.
En este contexto, el foco absoluto de cualquier negocio, desde un comercio en el centro de Rosario hasta una empresa de logística, pasaría a ser la gestión del flujo de caja. La liquidez se convierte en la única prioridad, y la estrategia se reduce a la supervivencia. Como bien advirtió el economista John Maynard Keynes, "el mercado puede permanecer irracional más tiempo del que tú puedes permanecer solvente". Este escenario es la prueba definitiva de esa irracionalidad, un entorno donde la resiliencia se mide día a día, y donde la capacidad de sostener la operación a la espera de un cambio de ciclo lo es todo. Las cartas están sobre la mesa; ahora cada empresa deberá pensar qué jugada hacer según el camino que finalmente tome el país.

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