Argentina se encuentra en un momento de alta volatilidad económica, financiera y comercial donde convergen diversas piezas que definen su futuro inmediato. En primer lugar, en el frente cambiario, si bien se concretó un acuerdo de estabilización con los Estados Unidos por USD 20.000 millones (swap entre el Banco Central de la República Argentina –BCRA– y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos) para intervenir en el tipo de cambio e ir contra vencimientos de deuda, ese respaldo aún no logra frenar la fuerte dolarización de carteras domésticas ni la presión sobre el dólar paralelo («blue») y los dólares financieros.
El acuerdo de USD 20.000 millones permitirá al BCRA contar con la liquidez necesaria para intervenir en la banda cambiaria y aliviar vencimientos 2026, aunque los analistas advierten que la tranquilidad dependerá del resultado electoral y de la credibilidad.
Aun así, la nota de fondo es que la ayuda externa llega mientras la dolarización sigue su curso: “la ayuda se concreta, pero la dolarización no se frena”.
En el frente comercial, otro cambio estructural relevante: por primera vez en casi tres años, China desplazó a Brasil como el principal socio comercial de Argentina. En septiembre, China concentró el 15,9 % de las exportaciones argentinas y el 25,2 % de las importaciones, frente a Brasil con 14,4 % y 23,9 % respectivamente.
Las causas son múltiples: un aumento interanual de exportaciones al gigante asiático de 201,7 %, gracias sobre todo al agro, la reducción de retenciones y la caída de exportaciones industriales hacia Brasil que serían desplazadas por China.
Por su parte, el otro eje clave es el agroexportador: la campaña de trigo de la Argentina se perfila como récord, lo que abre la puerta a un ingreso de divisas significativo. Según un informe, la primera estimación del ciclo 2025/26 proyecta 23 millones de toneladas de trigo.
Dado este volumen, el saldo exportable podría generar un aporte clave de dólares frescos que Argentina necesita para estabilizar su macroeconomía.
En ese contexto también se encuentran los mercados financieros: tras el anuncio del swap, los bonos argentinos y las acciones operaron con reacciones mixtas: una apertura positiva que luego sufrió retrocesos, mientras que el dólar retomó alza y se acercó al techo de la banda cambiaria.
Además, se conoció que los principales bancos de Estados Unidos buscan garantías para respaldar préstamos a Argentina, lo que evidencia la fragilidad del esquema de financiamiento externo.
Así, el país enfrenta simultáneamente: (i) una presión cambiaria persistente con una demanda de dólar paralela y financiera que no cede; (ii) una ayuda externa espectacular que podría brindar margen de maniobra; (iii) un giro externo con China como socio clave mientras EE.UU. reclama prioridad; (iv) un agro que puede aportar una lluvia de divisas gracias al trigo récord; y (v) una tensión en los mercados de capitales que refleja la incertidumbre.
En definitiva: Argentina está en una encrucijada. Si logra traducir el respaldo externo, el ingreso de dólares del agro y la nueva configuración comercial —con China al frente— en un plan coordinado, podría dar un salto de estabilización. Pero si falla el engranaje —y la dolarización, los vuelos al dólar, la fuga de capitales, los bonos en baja y la dependencia de financiamiento externo siguen—, el país quedará expuesto a una nueva ronda de fragilidad. El reloj corre: el dólar, el trigo, China y los mercados lo están marcando.

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