La reciente afirmación de José Luis Daza, secretario de Política Económica de Argentina, sobre la fortaleza del peso argentino generó un intenso debate en el ámbito local. Sus declaraciones, en un evento conjunto del Grupo Financiero Galicia y el Instituto de Finanzas Internacionales, desafían la percepción arraigada de la devaluación como una salida recurrente para los desequilibrios económicos del país, abriendo interrogantes sobre el futuro de la moneda y sus implicancias para el entramado productivo.
"Yo no apostaría a que me salve el mercado cambiario con una depreciación. Yo apostaría a que es muy probable tener un peso argentino fuerte", sentenció Daza.
El funcionario no se anduvo con chiquitas: "Yo no apostaría a que me salve el mercado cambiario con una depreciación. Yo apostaría a que es muy probable tener un peso argentino fuerte", sentenció. Esta postura se fundamenta en un cambio de paradigma que busca desterrar la "inercia de la devaluación" que caracterizó décadas de historia económica argentina. En este nuevo escenario, el tipo de cambio flota, es decir, su valor se define por la oferta y la demanda, a diferencia de los esquemas de control que rigieron en el pasado y que, según Daza, solo generaron distorsiones y múltiples cotizaciones. La estabilidad del peso sería, entonces, el resultado de una nueva gestión macroeconómica, donde el enfoque principal está puesto en el equilibrio de las cuentas públicas y una política monetaria restrictiva, dejando atrás la emisión descontrolada que históricamente alimentó la inflación y la inestabilidad cambiaria.
¿Qué implicará esta fortaleza del peso para los sectores productivos?
La fortaleza sostenida del peso argentino podría tener un impacto significativo en diversos frentes de la economía. Por un lado, una moneda más robusta tiende a abaratar los costos de importación, lo que beneficiaría a las empresas que dependen de insumos o bienes de capital traídos del exterior. Esto podría traducirse en una reducción de costos de producción y, en última instancia, en precios más competitivos para los productos finales. Por ejemplo, una empresa metalúrgica que importa maquinaria especializada podría ver una disminución en sus costos de inversión, mejorando su rentabilidad y su capacidad de modernización.
Sin embargo, para los sectores exportadores, la ecuación es distinta. Un peso fuerte significa que reciben menos pesos por cada dólar que ingresan, lo que podría reducir la competitividad de sus productos en los mercados internacionales. Aquí la clave estará en la capacidad de las empresas para compensar esta menor rentabilidad con mejoras en la productividad, eficiencias en sus procesos o la búsqueda de nuevos nichos de mercado con mayor valor agregado. Pensemos en el sector vitivinícola, que exporta sus vinos a diversos destinos. Si el peso se fortalece, sus ingresos en pesos por cada botella vendida en el exterior serían menores. Para sostener su rentabilidad, deberían, por ejemplo, optimizar sus procesos de producción, invertir en tecnología para reducir costos o enfocarse en segmentos de mercado de alta gama donde el precio no sea el único factor determinante.
Lo concreto es que la estrategia de un peso fuerte requiere una transformación en la mentalidad empresaria, donde la competitividad no se base en la devaluación sino en la innovación, la eficiencia y la calidad. Las empresas que logren adaptarse a este nuevo panorama serán las que prosperen.
¿Cómo se explica el déficit de cuenta corriente en este contexto?
Daza también se refirió al déficit de cuenta corriente, un concepto que a menudo genera preocupación por su relación con las crisis económicas. Explicó que, si bien un déficit puede ser una señal de alerta, lo importante es analizar su "calidad, la razón y la magnitud". Usó ejemplos históricos como las crisis de Tailandia o México, donde el gran déficit de cuenta corriente fue un factor común. Sin embargo, para el caso argentino, el funcionario argumentó que un déficit del 2% del PBI, en un contexto de crecimiento del 6%, es perfectamente "razonable".
Un déficit de cuenta corriente se produce cuando un país gasta más de lo que ingresa en sus transacciones con el resto del mundo. Esto incluye el comercio de bienes y servicios, así como las transferencias y rentas. La particularidad que Daza destacó para Argentina es que este déficit estaría siendo financiado por el sector privado y no por el sector público, lo que cambia radicalmente la perspectiva. Es decir, el dinero que se necesita para cubrir esa brecha no proviene de endeudamiento estatal, sino de inversiones y flujos de capitales privados que confían en el futuro del país.
Para entenderlo mejor, imaginemos a una familia que, si bien gasta más de lo que gana en el mes (déficit), ese gasto adicional se destina a una inversión a largo plazo que generará futuros ingresos, como la compra de una propiedad para alquilar o un negocio que promete rentabilidad. Y lo más importante, esa inversión se financia con sus ahorros o con un crédito obtenido de un banco, no con una tarjeta de crédito sin límite. En el caso argentino, Daza proyecta un superávit de balanza de pagos de más de 50.000 millones de dólares para 2032 y 2033, impulsado principalmente por el campo, la minería y el sector energético. Este dato no es menor, ya que sugiere la expectativa de un ingreso sostenido de capitales extranjeros que vendrán a invertir en sectores clave, generando así un flujo de divisas que respaldaría la fortaleza del peso y la estabilidad económica.
"No vamos a emitir deuda nueva para aumentar el gasto", afirmó Daza
La mirada a largo plazo de Daza también aborda la cuestión del riesgo país, que si bien es un indicador relevante, el funcionario lo "mira poco" y prioriza la tendencia. Argumenta que Argentina está en un proceso de desendeudamiento, con una reducción de la deuda consolidada del Banco Central y el fisco en 50.000 millones de dólares. "No vamos a emitir deuda nueva para aumentar el gasto", afirmó, sugiriendo que la lógica de acumular pasivos para financiar el despilfarro fiscal es cosa del pasado. Esta estrategia busca que, a la larga, el riesgo país se desplome, reflejando una mayor confianza de los mercados en la solvencia argentina.
"Mucha gente pensó que estábamos bajando la inflación a costa de una gran depresión. Y la realidad es que no pasó", señaló Daza
Finalmente, en cuanto a la inflación, Daza se mostró categórico al describir un "quiebre estructural" que rompió la inercia inflacionaria. Su visión es que la inflación argentina convergerá a la del resto del mundo, e incluso vislumbra la posibilidad de tener las tasas más bajas de todo el continente. "Mucha gente pensó que estábamos bajando la inflación a costa de una gran depresión. Y la realidad es que no pasó", señaló, buscando disipar las preocupaciones sobre el impacto del ajuste económico. La apuesta es que la combinación de disciplina fiscal, política monetaria contractiva y el ingreso de capitales generará un escenario de estabilidad y crecimiento que, a su vez, sentará las bases para un peso argentino fuerte y una inflación controlada.
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