La Argentina se mira en el espejo de su agroindustria y descubre un reflejo poderoso, aunque lleno de contradicciones. En el foro organizado por la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Argentina (AmCham), quedó claro: el sector es el verdadero corazón económico del país, pero también evidencia un riesgo inminente de estancamiento.
Mariana Schoua, presidenta de AmCham y CEO de Aconcagua Energía Generación, lo sintetizó sin rodeos: la competitividad es un proceso colectivo que requiere audacia y visión de largo plazo. Los números lo confirman: en 2024, la agroindustria representó el 58% de las exportaciones argentinas, generó el 92% de las divisas netas de los últimos cinco años y llegó a más de 100 mercados internacionales. Es decir, sostiene gran parte del presente económico y proyecta el futuro.
Schoua destacó además que la competitividad del agro debe basarse en un trabajo mancomunado entre sector público y privado, construyendo reglas claras, marcos regulatorios estables e infraestructura crítica que permitan certidumbre a largo plazo.
Sin embargo, como advirtió Ramiro Costa, de la Bolsa de Cereales, el crecimiento está estancado. Argentina apenas aumentará 3 millones de toneladas de producción en siete años, mientras pierde participación mundial: pasó de representar el 20% de las exportaciones globales de soja hace una década al 12% actual. Un dato que duele: Brasil, que rendía menos, hoy supera a la Argentina en soja gracias al reconocimiento de la propiedad intelectual.
Costa recordó el relevamiento de la Bolsa publicó dos semanas atrás: la producción podría alcanzar un récord de 143 millones de toneladas en 2025/26, apenas 3 millones más que el récord de hace siete años. En soja, la Argentina pasó de concentrar el 20% del mercado mundial hace una década al 12% actual.
Para Juan Lariguet, presidente de Corteva Cono Sur, la clave está en acelerar la innovación: “Podemos pasar de 140 a 200 millones de toneladas, pero necesitamos reglas claras, reconocimiento de la propiedad intelectual y previsibilidad para atraer inversiones”.
En la misma línea, Bernardo Piazzardi, de la Universidad Austral, alertó sobre el bajo valor agregado: “En diez años nunca superamos los 600 dólares por tonelada exportada, mientras Estados Unidos llega a 1.000 y Nueva Zelanda a 1.800. Nos falta pensamiento geoestratégico de mediano y largo plazo”.
El debate se extendió a factores estructurales: financiamiento competitivo, costos logísticos excesivos, infraestructura insuficiente, falta de conectividad y marcos regulatorios inestables. Todos coincidieron: sin políticas de Estado que blinden el futuro, la oportunidad de crecer hasta 200 millones de toneladas quedará en el aire.
La infraestructura, marcada por la necesidad de modernizar ferrocarriles, rutas y la Hidrovía Paraná-Paraguay, fue identificada como cuello de botella central. Mientras tanto, la digitalización y la inteligencia artificial en la agricultura ya transforman la producción: 30% menos de consumo de semillas, 70% menos de insumos y hasta 25% más de rendimiento, según Sergio Fernández, presidente de John Deere Argentina.
El presidente de Ciara-CEC, Gustavo Idígoras, puso el foco en la logística agroindustrial: “Transportamos apenas 15 millones de toneladas por ferrocarril, cuando podrían ser 100 millones. Esto encarece entre 10 y 20 dólares por tonelada al productor. Necesitamos una hidrovía de diez carriles donde hoy tenemos uno”.
Impuestos, infraestructura y competitividad fiscal
El debate sobre retenciones y presión tributaria también se hizo presente. Pablo Olivares, ministro de Economía de Santa Fe, subrayó que la reducción impositiva puede multiplicar la superficie cultivada y, en consecuencia, aumentar la recaudación por Ganancias y coparticipación. Víctor Fayad, ministro de Hacienda de Mendoza, coincidió en que la estabilidad tributaria es esencial para actividades de largo plazo.
La sustentabilidad emergió como otro pilar ineludible: desde el recupero de envases fitosanitarios de Campo Limpio hasta las alianzas de Syngenta con Pepsico. Como destacó Pilu Giraudo, presidenta de Senasa, la innovación regulatoria puede ser un diferencial argentino en los mercados más exigentes.
La mirada internacional, con Estados Unidos como socio estratégico, completó el cuadro. Funcionarios de Cancillería y Agricultura subrayaron la necesidad de abrir nuevos mercados, mientras representantes privados como Cargill advirtieron sobre los cambios demográficos y energéticos globales que redefinirán la demanda de alimentos.
El futuro ya se juega en los datos del agro. Sergio Fernández, presidente de John Deere Argentina, remarcó que la digitalización y la IA ya generan impactos concretos:
“Hoy no solo cosechamos granos, sino también datos. Con tecnología podemos reducir hasta un 70% el uso de insumos y aumentar en un 25% los rendimientos”.
Desde Bayer y CNH Industrial coincidieron en que la conectividad rural es la gran barrera. Sin internet en los campos, la revolución digital queda truncada.
En definitiva, la conclusión fue unánime: la agroindustria argentina es el motor económico del presente, pero también la autopista hacia la prosperidad futura. El dilema es si Argentina se atreverá a liberar todo su potencial o seguirá atrapada en la paradoja de ser gigante en casa y actor secundario en el mundo.

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