Fue el bar de moda en los '80, sufrió el boom de Pichincha y se reinventó

Por sus tragos, música y estilo, Pasaporte fue uno de los primeros en traer el concepto de pub irlandés a la ciudad. Con la depresión de la zona del bajo, fue perdiendo terreno a manos de Pichincha. Pero la nueva generación de jóvenes lo redescubrió

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Sus fundadores aseguran que fue el primer pub estilo irlandés en Rosario, y mucho de esto tenía que ver su ubicación. Maipú y Urquiza siembre fue una de las esquinas más europeas de la ciudad, por su adoquinado y por la cercanía al histórico edificio de la Aduana y a la magnífica Fuente de las Utopías. La apertura de Pasaporte en el '86 no pasó desapercibida para los jóvenes de la época, que consideraban al bajo rosarino como “la zona” para pasar las noches del fin de semana. Pero el tiempo pasó, la movida nocturna se fue trasladando a Pichincha y aquel mítico bar quedó como uno de los pocos hitos del área. Lejos de resignarse a dejarlo en el olvido, los nuevos dueños lo reformaron a fondo, reformularon la propuesta musical, gastronómica y coctelera, y apelando a las redes sociales, buscan conquistar a las nuevas generaciones.

“Cuando abrió en los '80 Pasaporte no era una cuestión aislada. A la vuelta tenías el bar Luna, que yo manejé por 30 años y cerró, cerca funcionaban Salamanca y Marte, que también cerraron, y también estaba Berlín, que todavía sigue”, enumeró Pablo Bonilla, uno de los socios actuales de Pasaporte. Era común que a fines de esa década, y también en los '90, los jóvenes hicieran la previa en un lugar, pasaran buena parte de la noche en otro, y cerraran tipo after en un tercero. “Nosotros trabajábamos más en grupo, pero eso de a poco se fue perdiendo, a medida que se fueron habilitando nuevas zonas gastronómicas”, indicó a Ecos365.

Ya en los 2000 el área del bajo entró en declive, mientras la noche parecía redescubrir Pichincha. En un lado los negocios iban cerrando de a uno, y en el otro aparecían como hongos. La transición duró una década, pero ya para el 2010 estaba claro que los jóvenes habían cambiado de destino. En 2015 Bonilla cerró el mítico Luna, y cuando parecía que se despedía definitivamente del sector, unos años más tarde le surgió la posibilidad de sumarse a Pasaporte. Compró una parte del negocio y, apelando a su título de arquitecto, puso manos a la obra para reacondicionarlo.

Como el inmueble forma parte del patrimonio histórico de la ciudad, la fachada no la pudo tocar y se decidió respetar la imagen del lugar. Sí se cambió el mobiliario, la decoración, la barra, la música y la carta. En resumidas cuentas, se le dio una renovada impronta para reafirmar la propuesta de siempre: ser el bar de referencia del bajo. Los vecinos convalidaron los trabajos, y de a poco empezaron a volver a su viejo y querido pub. “Nos agradecían que invirtiéramos en la zona, que la diéramos vida, y regresaron a disfrutar de la música, de algún trago, de la magnífica terraza que siempre tuvo Pasaporte y de un buen momento distendido, porque el que viene acá no lo hace por un rato, se queda al menos un par horas”, manifestó Bonilla.

Como para toda la gastronomía, la pandemia fue un golpe muy duro de afrontar, pero tras unos meses angustiantes en los que se trabajó a pérdida, ahora reconocen al menos haber logrado equilibrar las cuentas. “Una de las razones por las que me metí en Pasaporte fue para dejárselo a mis hijos, que hoy se están haciendo cargo del negocio y están buscando la vuelta para revitalizarlo, para que vuelva a ser aquel lugar elegido para juntarse y luego ir al boliche”, sostuvo.

“Cuando nosotros empezamos, los clientes era sobre todo gente grande del barrio, pero de a poco empezamos a atraer a gente más joven, de entre 25 y 35 años, y más parejas”, contó Luca Bonilla, uno de los hijos de Pablo, que quedó a cargo del pub junto a su hermano Juan. “A través de redes sociales, como Instagram, comenzamos a subir diariamente recitales de bandas modernas que transmitimos en pantalla grande en el bar, trabajamos la carta sumando tapeos y picadas, renovamos los tragos y fomentamos el happy hour entre las 18 y las 21 para atraer a este segmento”, explicó.

Reconocen que les llevará tiempo terminar de instalarse en un público ahora muy acostumbrado a los corredores de Pichincha o de Pellegrini, pero destacan que de a poco, empiezan a recuperar terreno. “Vemos que está llegando gente nueva, que recomienda el bar porque es algo distinto, lo etiqueta en redes sociales y eso nos va trayendo nuevos clientes”, señalaron.

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