La trama del crimen organizado, un desafío persistente que ha permeado diversas esferas de la sociedad, se ha convertido en un punto nodal de análisis y acción en el ámbito de los negocios y la economía. La reciente habilitación de la denominada "Ley Antimafia" en Rosario, sancionada bajo el número 27.786, marca un hito en la estrategia para desarticular estas redes. Esta normativa, lejos de ser una mera modificación legal, representa una respuesta contundente a la complejidad y la virulencia con la que las organizaciones criminales operan, afectando no solo la seguridad ciudadana, sino también la integridad del entramado económico. La medida, impulsada por el Ministerio de Seguridad Nacional y los fiscales de la Procunar, busca generar un cambio de paradigma en la forma en que se combaten estos flagelos, dotando a la Justicia federal y a las fuerzas de seguridad de herramientas más robustas para la investigación y persecución de estas estructuras delictivas.
La esencia de esta ley reside en su capacidad para abordar el fenómeno del crimen organizado de manera integral. No se limita a perseguir delitos aislados, sino que apunta a la estructura misma de las organizaciones. Esto es fundamental, ya que el modus operandi de estas agrupaciones se basa en la diversificación de sus actividades ilícitas, que van desde el narcotráfico y el lavado de dinero hasta el tráfico de órganos y la tenencia ilegal de armas y explosivos. La habilitación de esta normativa en un punto neurálgico como Rosario no es casual; la ciudad se ha visto desafiada por la intensa actividad de estas bandas, que han logrado tejer redes intrincadas con ramificaciones en distintos sectores.
Uno de los aspectos más disruptivos de la Ley 27.786 es el endurecimiento de las penas y la redefinición de la responsabilidad penal. La normativa contempla una condena que oscila entre los 8 y 20 años de prisión o reclusión por la mera pertenencia a una asociación ilícita que cometa los delitos tipificados. Este punto es crucial porque traslada la carga de la pena del hecho individual a la participación en la organización. En otras palabras, la pena por el delito más grave cometido por la organización se aplicará a todos sus miembros, simplemente por formar parte de ella. Esto cambia drásticamente el tablero de juego para quienes se ven tentados a sumarse a estas estructuras, ya que el riesgo se amplifica considerablemente. Como lo expresaría el ex director del FBI, Louis Freeh, "la clave para combatir el crimen organizado no es solo atrapar a los criminales, sino desmantelar sus organizaciones y cortar sus fuentes de financiamiento".
La aplicación de esta ley no es un asunto menor para el tejido empresarial. Aunque a primera vista pueda parecer ajeno a las dinámicas de los negocios lícitos, la presencia del crimen organizado genera una serie de externalidades negativas que impactan directamente en la competitividad y la transparencia de los mercados. La distorsión de precios, la generación de economías informales que compiten deslealmente, y el riesgo de ser blanco de extorsiones o amenazas son solo algunos de los desafíos que enfrentan los negocios legítimos en entornos donde estas organizaciones proliferan. La ley, al fortalecer la capacidad estatal para desarticular estas redes, busca no solo restaurar la seguridad, sino también sanear el ambiente de negocios, creando un terreno más fértil para la inversión y el crecimiento genuino. Un ambiente donde el riesgo de operar por fuera de la legalidad se vuelve exponencialmente mayor, desalentando así la participación en actividades ilícitas.
La transparencia financiera y la prevención del lavado de activos son pilares fundamentales en esta nueva etapa. La ley empodera a los organismos encargados de la investigación para seguir el rastro del dinero, el verdadero motor de estas organizaciones. Desnudar los circuitos financieros ilegales, identificar los activos obtenidos a través de la comisión de delitos y lograr su decomiso, es una estrategia central para estrangular económicamente a estas bandas. Este enfoque cobra particular relevancia en un contexto donde las economías ilícitas buscan constantemente nuevas formas de blanquear sus ganancias, infiltrándose en sectores económicos legítimos, como el inmobiliario, el comercio minorista o incluso la exportación e importación de bienes. La mayor capacidad de investigación y la posibilidad de coordinar con entidades como la UIF (Unidad de Información Financiera) pueden desarticular estos mecanismos de blanqueo.
Para los empresarios, la aplicación de esta ley subraya la imperiosa necesidad de fortalecer sus controles internos y sus políticas de debida diligencia. Si bien la ley apunta a los delincuentes, la prevención del lavado de activos recae, en parte, en la responsabilidad de las empresas de conocer a sus clientes, proveedores y socios comerciales. El riesgo de ser utilizados, de forma consciente o inconsciente, como vehículos para el blanqueo de capitales se incrementa en un entorno donde la criminalidad organizada es tan persistente. La adopción de prácticas de cumplimiento robustas no es solo una cuestión de ética, sino una necesidad estratégica para salvaguardar la reputación y la sostenibilidad del negocio. Así como una empresa invierte en ciberseguridad para proteger sus datos, la inversión en programas de compliance y prevención de delitos económicos se vuelve una especie de "escudo" frente a los riesgos que emergen de la actividad criminal.
En síntesis, la habilitación de la Ley Antimafia en Rosario representa un avance significativo en la lucha contra un fenómeno que carcome la base social y económica. Su énfasis en la pertenencia a la organización criminal, la coordinación interjurisdiccional y la persecución del rastro financiero son elementos que prometen generar un impacto sustancial. El desafío es grande, pero las herramientas legales y la voluntad política parecen alinearse para enfrentar un problema que exige una respuesta contundente y sostenida. La implementación efectiva de esta normativa podría significar un aire fresco para el desarrollo económico legítimo, al disminuir la sombra que proyectan las economías ilegales y al reforzar la confianza en el Estado de Derecho. Es una medida que invita a la reflexión sobre la importancia de la legalidad como pilar insustituible para cualquier desarrollo próspero y equitativo.

Comentarios