“Que se pongan las pilas y vengan a ver cómo vivimos”. Antonia, la tía de Máximo, el nene asesinado a balazos este domingo en Empalme Graneros, se puso a llorar ante los micrófonos de los medios de comunicación cuyos periodistas asistieron al velatorio en el club Los Pumas. Como si hubiese sido un presagio, la mujer remarcó lo que significaba para la comunidad qom esta muerte: desolación, la falta de aire, la sangre alborotada. A pesar de la amarga tristeza de esta nueva ausencia en su vida, pudo enmarcar el crimen de su sobrino, quien cayó sin vida en una tierra arrasada por la pobreza y la exclusión, librada al juego de matar o morir que impiadosamente imponen algunos ante la mirada ciega de un Estado apretado, chiquitito.

Tienen poco y los dejan sin nada. Los qom (el término significa persona o gente) han soportado el despojo, la sustracción, la violación desde hace siglos. Confinados a los márgenes de la ciudad en tiempos modernos, han sido "descolonizados" al extremo, apartados de la “sociedad” y de la protección estatal. Indefensos, amontonados y desvalorizados, fueron foco de la venta de drogas y otros tipos de criminalidad. Todas esas tormentas han pasado sin revelarse, mansos y mansas.

El enojo se corporizó en violencia con ansias de Justicia con el avance de las horas. El cuerpo de Máximo en su humilde cajoncito todavía estaba rodeado de flores, ofrecido a quienes necesitaban una despedida, cuando voló la primera piedra. La pueblada de Empalme Graneros fue una rebelión inesperada pero inevitable si se piensa en el escaso margen de tolerancia que tiene cualquiera ante una injusticia menor. Sin embargo, la rabia se desbordó descontrolada, sin cauce, ante la carencia de contención estatal.

La escena infernal en un mediodía ardiente. A palazos tumbaron los kioscos de drogas en los que hacían caja los matones del barrio. Años atrás, el Estado hizo lo mismo, con excavadoras y si es posible, con las cámaras televisivas bien encendidas. La comercialización de la droga mutó por un tiempo y de a poco, ladrillo sobre ladrillo, tomaron forma los nuevos búnkeres. El descontrol empujó más aún, la tensión escaló y fue aprovechada por oportunistas. Una mujer llorando en De 12 a 14 (El Tres. luego de que vecinos le prendieran fuego a su casa, asegurando que no tiene nada que ver con los narcos, fue la síntesis de lo que queda cuando las instituciones se debilitan.

Esa misma ausencia fue la que facilitó que en la madrugada del jueves gatillaran 12 veces contra el super de los Roccuzzo, dejando una nota con una amenaza al mejor jugador del mundo. El hecho fue debatido y analizado internacionalmente, fue un signo concreto de la desidia policial y judicial. Entre el domingo y este lunes, alcanzó para saber que siempre puede correrse un poco más lo que era considerado un límite.

Sin Estado, hay solo gente, con sus miedos y broncas, con sus particulares formas de mirar el mundo y con la posibilidad de padecer un agotamiento destructivo.